¿Qué equipaje debe pergeñarse para emprender un viaje gracias al cual un joven estudiante crecerá como practicante reflexivo, para llegar a ser un buen docente para la escuela de hoy? ¿Quiénes serán sus guías, dónde estarán los compañeros de viaje, las brújulas, los mapas y los gps? ¿Quién le ayudará para continuar aprendiendo en los sucesivos viajes que realizará por su cuenta, por parajes ignotos? La formación inicial del profesorado no es un carril protegido; es un viaje entre creencias no consensuadas por el entorno; en medio de un paisaje con contradicciones, en el que se debe avanzar más allá de lo que dicta el sentido común; en una constante oscilación entre estabilidad y precariedad de los conocimientos; un itinerario individual y colectivo, muchas veces con poca visibilidad y con la necesidad de tomar decisiones, desde una autonomía que debe romper con las excesivas dependencias jerárquicas y administrativas y, en consecuencia, morales, que a veces el oficio de maestro conlleva.
Necesitamos, pues, de una formación abierta mediante la reflexión y la discusión sobre la práctica educativa en un itinerario formativo que incluya la proximidad a experiencias de aprendizaje innovadoras, a los estudios de casos singulares y dilemáticos, a las pequeñas investigaciones sobre realidades específicas. Una formación que no solo prepare al profesorado del futuro sobre cómo enseñar, sino que, a la vez, establezca las bases para continuar aprendiendo en contextos heterogéneos y heterodoxos en el marco de una sociedad plural. En este sentido, la reformulación de la formación inicial pasa por reforzar un itinerario bidireccional, de mutua interlocución entre la universidad y los centros educativos. Las instituciones de formación inicial deben fomentar una práctica y una investigación educativas de doble dirección, facilitando que los futuros maestros y las futuras maestras estén en contacto con profesorado experimentado y con investigadores de las diferentes disciplinas de todos los ámbitos educativos, universitarios y no universitarios.
Las fórmulas son variadas: las concreciones respecto a las estructuras de formación inicial son dispares. Solo hace falta dar un vistazo a nuestro entorno. En Francia, se crean en 2013 las ESPE (Écoles supérieures du professorat et de l’éducation) reforzando la visibilidad y la institucionalización de la formación inicial, en línea con su tradición educativa. En Inglaterra, el protagonismo se diversifica en redes, corporaciones y agencias que asumen la formación del profesorado bajo la bandera de la práctica. La universidad rebaja, cede (¿vende?) su protagonismo en la obtención del Postgraduate Certificate in Education (PGCE), necesario para ejercer las docencia, en beneficio de todo tipo de entidades públicas y privadas.
El filósofo y pedagogo republicano Joaquim Xirau manifestó en los años treinta este deseo: “Que la universidad recupere y mantenga la dignidad de la escuela que tan a menudo tiende a perder, y que en la escuela penetre y aliente el alma auténtica de la universidad». Pero hoy mismo, las servidumbres y, porque no decirlo, las miserias de nuestras estructuras educativas nos alejan de la aspiración de Xirau. El ensimismamiento de la universidad en sus propias cuitas no facilitan la creación de espacios de colaboración entre docentes de todos los niveles; no se fomentan suficientemente los vínculos entre las escuelas, los institutos y las facultades gracias a los cuales, investigadores, profesores experimentados y estudiantes podrían compartir, en mayor medida y profundidad, procesos formativos y proyectos de investigación.
Creemos, con Philippe Perrenoud, que hay que combatir la dicotomía entre teoría y práctica, entendiendo que la formación es «una, en todo momento; práctica y teórica a la vez; también reflexiva, crítica y con identidad. Y que se produce en todas partes, en las clases y los seminarios, sobre el terreno (escuelas) y en los diferentes dispositivos de formación (universidad)». Las respuestas al reto de una formación inicial, hay que intentar encontrarlas, pues, no en un entorno de aprendizaje (escuela) o en otro (universidad), en unas aulas o en unas otras, sino en la intersecciones, en las conexiones, en el vínculo entre ellas. Mediante el diálogo y la reflexión junto a profesionales experimentados y gracias a la inmersión en las dinámicas de las escuelas e institutos y en las experiencias propias de la vida universitaria, elementos constitutivos de lo que debería ser un solo proceso formativo.