Reivindicar la presencia equilibrada e igualitaria de las mujeres en ámbitos y espacios que mayoritaria e históricamente han estado ocupados por hombres -pongamos por caso un rectorado, la presidencia de un Consejo Escolar autonómico o el equipo directivo de un centro educativo- es necesario.
Visibilizar desde las escuelas a tantas mujeres (escritoras, poetas, científicas, filósofas, ingenieras, pintoras, químicas, psicólogas, educadoras, etc.), que han quedado invisibles y, por tanto, inexistentes, es igualmente necesario.
Que las niñas y los niños puedan sentirse libres para elegir juguetes, actividades e incluso la profesión para su vida futura sin ser discriminados por ello o presionadas por los mandatos de género, es también necesario.
Aceptar y trabajar desde la escuela la diversidad sexual y de género como algo que forma parte de la riqueza social y de la libertad individual es cada día más necesario.
Enseñar a protegerse del acoso y de cualquier tipo de abuso -por ejemplo a través de las redes sociales, donde el mayor porcentaje de acoso se lo llevan las niñas- es, así mismo, necesario.
Como seguramente es necesario encontrar y trabajar sobre nuevos modelos de amor, sobre todo para la etapa de la adolescencia, más allá del “amor romántico” y del sufrimiento que a veces puede conllevar.
Todo es importante y por ello es, sin duda, necesario. Y aunque algo hayamos avanzado, parece que nos queda un largo recorrido todavía.
Por eso, me gustaría hacer hincapié en dos temas que considero resultan de calado para construir una sociedad más justa y equitativa, en la que la escuela debe tener un papel fundamental.
Uno es la importancia de utilizar un lenguaje inclusivo con perspectiva de género; y otro, la necesidad de trabajar por la corresponsabilidad en las tareas de cuidados para que la vida sea buena y viable para todos y todas.
Empezando por el primero, cabe decir que abundan en nuestro vocabulario muchas formas de lenguaje y expresiones sexistas que, generación tras generación, construyen estereotipos de género, asociando a las personas con roles y expectativas sociales en torno a lo que deben ser o hacer las mujeres y los hombres. Esto colisiona de forma directa con uno de los fines esenciales de la educación, que es conseguir que las personas podamos desarrollar plenamente nuestras competencias y capacidades. La educación debería promover que cada alumno y alumna tome conciencia de sí mismo/a y del entorno, en un mundo que vive una crisis profunda y en el que no se promueve esta toma de conciencia, probablemente porque la ausencia de personas con pensamiento propio aumenta la posibilidad de manipulación. Empecemos, por tanto, tomando conciencia como docentes y haciendo conscientes a nuestro alumnado y familias de cuáles son los aspectos del imaginario colectivo que se nos escapan y a través de los cuales reproducimos sin darnos cuenta esos mandatos y roles de género.
Un cambio en el lenguaje nos haría cambiar esas estructuras mentales (de estereotipos y mandatos sexistas), obsoletas y retrógradas. De ahí la importancia de un lenguaje más incluyente, equitativo y justo para todas las personas, especialmente en el ámbito educativo.
En segundo lugar, quiero referirme a la imprescindible tarea de los cuidados y su reparto, y a la consiguiente necesidad de compromiso desde el ámbito educativo para abordarlos. La vida sería inviable si nadie nos cuidase, sobre todo en algunos momentos como la infancia, la vejez, algunas enfermedades, en el caso de personas con diversidad funcional, momentos puntuales de dificultad y un largo etcétera. La vida humana, por tanto, no se puede sostener sin el trabajo de cuidados.
Históricamente, las mujeres han sido quienes mayoritariamente han cuidado de las personas, no porque estén mejor dotadas genéticamente para hacerlo, sino porque vivimos en sociedades patriarcales que asignan este rol a las mujeres en su particular división del trabajo. Muchas de estas funciones de cuidado tienen que ver con alimentar, nutrir, acompañar, curar, consolar, asear, limpiar, etc. Y se relacionan directamente con el bienestar de la vida cotidiana.
Si no se puede vivir sin cuidados parece evidente que todo el mundo tiene responsabilidad de cuidar, no sólo las mujeres, sino también los hombres, las instituciones y los gobiernos.
Desde FUHEM queremos sumarnos a las iniciativas que existen para no desatender esta imprescindible tarea desde nuestros colegios y para desarrollar una tarea de revisión del currículo y las prácticas educativas desde esta perspectiva. Para ello, hemos creado un grupo de trabajo de género desde el que buscamos visibilizar más la mirada coeducativa y feminista.
En conclusión, abordar en los centros educativos la utilización del lenguaje inclusivo y trabajar por una mayor conciencia de las necesidades de cuidados y su reparto nos parece imprescindible. Es verdad que quizás son demasiados los retos que se plantean desde la educación que queremos, pero pensamos que podemos hacerlo priorizando y eligiendo, aunque sean pequeños pasos o, cuando menos, ser conscientes de ello para que no queden apartados en el silencio y en lo oculto, desde donde la transformación no es posible.
Un proyecto educativo transformador deberá contemplar estos aspectos y hacerse cargo de dichas necesidades a través de, por ejemplo, la incorporación de estos contenidos en el currículo escolar y trabajarlos de manera transversal en las asignaturas, las áreas, los proyectos o las actividades. Para ello, la implicación y el apoyo de los equipos directivos y la participación de la comunidad educativa resultan esenciales. Una verdadera coeducación no es posible sin estas premisas y, en consecuencia, tampoco será posible sin ellas alcanzar el clima de convivencia, de bienestar, de igualdad y de equidad que nos parecen indispensables para una educación del siglo XXI.