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Este texto de Marina Subirats se corresponde con el capítulo 5 del libro Coeducación, apuesta por la libertad, uno de los libros de la colección de cuatro que se ofrecen a las personas que se suscriben a El Diario de la Educación. Coincidiendo con el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, queremos adelantar este capítulo que trata sobre los retos de la coeducación hoy.
Una vez analizados los modelos de género actuales, estamos en condiciones de ver cuáles son hoy los objetivos de la coeducación. Ya no se trata tanto, como en el pasado, de eliminar los obstáculos que impedían a las mujeres el acceso al conocimiento y a la educación superior, cosa que en nuestro país se ha superado, sino de transmitir una socialización de los géneros que elimine los aspectos negativos y las jerarquías de los modelos vigentes y abra el camino al pleno desarrollo de cada criatura en todas las dimensiones de la vida y en todas las capacidades que necesitará tener en nuestra sociedad y en las formas que esta tomará en los próximos años.
Dicho esto, debemos tener presente que, debido a la pervivencia de creencias muy antiguas, se pueden producir todavía situaciones en las que las niñas se vean obligadas a dejar la educación demasiado pronto, de manera que lo primero que hay que hacer, por parte de las escuelas, es asegurarse de que no hay niñas excluidas, y si las hay, ver qué medidas se pueden adoptar para solucionarlo.
No estoy hablando de situaciones hipotéticas, sino muy reales. Es frecuente, por ejemplo, entre la población gitana que las niñas dejen de ir a la escuela en el momento en que se inicia su menstruación. Asimismo, en los últimos años sucede que niñas procedentes de grupos culturales no europeos mantienen un modelo de feminidad ya trasnochado entre nosotros, según el cual representa un peligro que las niñas vayan a escuelas mixtas cuando ya son fértiles. Es extraordinariamente importante que estas niñas sigan acudiendo a la escuela y obtengan los diplomas necesarios; en su mayoría, vivirán en Europa, entre nosotros, y privarlas de las credenciales académicas supone condenarlas a tipos de trabajos mal pagados, es decir, no ofrecerles igualdad de oportunidades y limitar su vida desde la adolescencia. Hay que recordar que los ayuntamientos son las instituciones que han de velar por que toda la población en edad escolar acuda a los centros educativos; por ello, cuando observemos que alguna niña deja de asistir a la escuela por este tipo de motivos, se debe actuar para hacer que vuelva. Se puede hablar con el ayuntamiento de la población donde vive esa niña y desde ahí han de poner los medios para resolver esta situación.
Con todo, entre nosotros hoy es infrecuente que las niñas dejen de ir a la escuela. Desde el punto de vista de las posibilidades de acceso a la educación, el problema está globalmente resuelto, a pesar de que puedan darse casos aislados y de que se tiene que velar por resolverlos. Pero en este momento esta ya no es la tarea fundamental que hay que emprender en la coeducación.
La tarea fundamental del trabajo coeducador hoy tiene relación con los cambios en los modelos de género y, por lo tanto, con los cambios en las transmisiones de normas vinculadas a los géneros que se hacen en la escuela, y, en general, en la sociedad, empezando por la familia y continuando por los medios de comunicación. Aun así, cabe tener presente la dificultad de llegar a las familias y el hecho de que en los medios de comunicación existen muchas resistencias a los cambios de este tipo, porque suelen pensar que sus mensajes son más escuchados si parten de estereotipos que parezcan confirmar aquello que cree la mayoría de las personas. Todo indica que el sistema educativo es el ámbito más propicio para emprender esta tarea, dado que es justamente el aparato creado por la sociedad para ocuparse de la correcta educación de las nuevas generaciones. Que hasta ahora estas cuestiones se hayan tenido en cuenta solo de una manera puntual y esporádica dentro del sistema educativo, y que se hayan hecho prevalecer otras funciones, como la transmitir conocimientos instrumentales, no implica que deba ser así en el futuro. El sistema educativo, atendida su finalidad social, ha de estar atento a la aparición de nuevas necesidades de formación para el alumnado, y el profesorado tiene que reciclarse para poder transmitir los conocimientos que cada generación necesita, especialmente en una sociedad que cambia tan deprisa y que no se puede permitir seguir perpetuando los conocimientos que asimiló cuando se formó, en algunos casos, cuarenta años atrás.
Así pues, es necesario que el sistema educativo vaya construyendo un tratamiento diferente de los géneros. Es evidente que no lo puede conseguir solo, ha de contribuir toda la sociedad. Pero es desde las escuelas y desde las universidades, precisamente por su función de transmisión de las actitudes, hábitos, conocimientos y valores que se consideran correctos, desde donde hay que repensar los géneros y la manera de transmitirlos.
¿Y en qué sentido hay que avanzar para cambiar los géneros actuales? Pues bien, todas las investigaciones en curso, tanto desde la perspectiva feminista como desde la de grupos de hombres que trabajan por una nueva masculinidad, nos señalan el mismo camino: hay que construir una nueva cultura que integre como igualmente valiosos los ejes fundamentales que han constituido hasta ahora los géneros femeninos y masculinos, los modelos de masculinidad y de feminidad. Al mismo tiempo, se debe hacer una crítica de aquellos elementos que ya no son válidos, pues surgieron como consecuencia de situaciones históricas que han sido superadas, como son las actitudes violentas, posesivas y despóticas por parte de los hombres, y las actitudes de excesivo abandono, debilidad, inseguridad y tendencia a actuar como objetos sexuales por parte de las mujeres. Y esta nueva cultura, que elimine la división de géneros tradicional, tiene que ser transmitida a hombres y mujeres por igual, sin distinción de sexo.
¿Cuál es la finalidad de esta cultura? Que desaparezcan los géneros como normas diferenciales que prescriben hábitos y comportamientos diferentes según se haya nacido hombre o mujer. Es decir, que sea cual sea tu sexo, puedas adoptar cualquier tipo de comportamiento considerado adecuado para un ser humano. Dicho de otro modo, universalizar la transmisión de las normas correspondientes hasta ahora a cada uno de los géneros y considerarlas válidas como comportamientos humanos, sin tener en cuenta si la persona receptora es de uno u otro sexo.
Sé que esta afirmación puede sorprender. ¿Ya no habrá diferencias, entonces, entre hombres y mujeres? Las diferencias seguirán existiendo, y serán precisamente aquellas que tienen una base biológica, y no cultural, pero habrá menos diferencias entre el grupo de los hombres y el de las mujeres, mientras que crecerán las diferencias intragrupales. Porque ya no habrá que comportarse de una cierta manera por el hecho de ser mujer, sino que cada mujer elegirá los comportamientos más adecuados a su personalidad y a sus finalidades, y lo mismo hará cada hombre. Las diferencias serán básicamente individuales y no de grupo, como corresponde a una sociedad en la que primen los individuos y su libertad sobre a las normas que rigen los grupos.
Esta es, pues, la línea en la que hay que trabajar para llegar a una forma de igualdad que no sea uniformidad, sino libertad de cada cual de ser según su naturaleza, precisamente.
Visto desde un punto de vista histórico, se trata de vencer la antigua división sexuada del trabajo, que en este momento ya no tiene razón de ser. Muy al contrario, estamos en una etapa en la que, de una manera creciente, la familia deja de ser la unidad básica de la sociedad. Recordemos que la familia tradicional ha pasado por un conjunto de cambios: primero, su disminución numérica, con cada vez menos miembros conviviendo en un mismo hogar; después, la inestabilidad y, a menudo, la destrucción del núcleo, la pareja, a raíz de la complementariedad entre los trabajos del hombre y de la mujer; y, en la actualidad, la pareja se basa sobre todo en el amor y el deseo sexual, no en un compromiso de por vida. En consecuencia, las rupturas de pareja son cada vez más habituales, y la unidad básica de la sociedad ya no es la pareja y la familia que se deriva de ella, sino el individuo. De ahí que cada individuo tenga que ser capaz de desarrollar actitudes y capacidades que anteriormente habían sido diferenciadas entre hombres y mujeres.
Aun así, este cambio supone una auténtica revolución. Se va dando, en efecto, en el seno de la sociedad, porque las necesidades también cambian, pero a menudo tiene lugar al precio de innumerables dificultades y con mucho dolor e incomprensión. Si las instituciones ayudan, todo es más fácil. Y especialmente si ayudan las instituciones educativas, que tanto poder tienen en la formación de los hábitos de las nuevas generaciones. Por consiguiente, cuando tomamos conciencia de que estamos delante de un cambio necesario, debemos ponernos manos a la obra y estudiar en qué aspectos tenemos que modificar los hábitos educativos para conseguir nuestras metas.