La formación ciudadana es uno de los objetivos permanentes de los sistemas educativos democráticos. Ciudadanía, democracia y educación pública gratuita y universal tuvieron la misma matriz de origen: la construcción del Estado-Nación. En ese contexto, la formación ciudadana fue concebida sobre dos grandes pilares: desde el punto de vista emocional era necesario promover adhesión a la identidad nacional por encima de las identidades particularistas de carácter religioso, étnico o lingüístico. Desde el punto de vista cognitivo, era necesario brindar las informaciones básicas acerca del funcionamiento de la institucionalidad democrática. La traducción de estos objetivos en prácticas escolares se produjo a través de disciplinas que tuvieron distintas denominaciones pero todas ellas giraban alrededor la “instrucción cívica” y por medio de la incorporación de rituales que otorgaban carácter sagrado a los símbolos patrios como la bandera, el himno, el escudo y a los héroes “nacionales”.
Las profundas transformaciones políticas, económicas y culturales que caracterizan a la sociedad actual han modificado radicalmente el contexto y los desafíos que enfrenta la formación ciudadana, al punto tal que se cuestiona incluso la idea misma de ciudadanía, que tiende a ser reemplazada por categorías tales como “cliente”, “consumidor” o “usuario”. Frente a estas opciones profundamente regresivas, se nos presenta el desafío de revitalizar la formación ciudadana orientada a la construcción de sociedades más justas, tarea más urgente que nunca cuando vemos cómo crecen las opciones racistas, xenófobas y fundamentalistas.
El primer punto a considerar es la enorme complejidad de la tarea. Formar ciudadanos para sociedades más justas supone promover adhesión a la justicia, lo cual es muy diferente a promover adhesión a la Nación. El espacio de desempeño ciudadano es cada vez más planetario y no tenemos -al contrario- posibilidades de apelar a lo sagrado sino a mayores grados de reflexividad, particularmente desde las exigencias de solidaridad que implica vivir con el otro. La dimensión cognitiva de la nueva formación ciudadana no puede reducirse al conocimiento del funcionamiento de las instituciones democráticas (ellas mismas en procesos de profunda transformación) sino al conocimiento y la capacidad de analizar una enorme cantidad de informaciones y documentación que eviten que los debates de problemas ciudadanos se concentren en los expertos y den lugar a un nuevo despotismo ilustrado.
La débil capacidad de los ciudadanos para romper la opacidad con la cual funcionan actualmente las organizaciones políticas, tanto los partidos como los órganos de gobierno, está provocando una distancia cada vez mayor entre gobernantes y gobernados, desconfianza en la democracia, crisis de representación y la aparición de nuevas formas de expresión ciudadana. Pero para participar en estas nuevas formas es necesario estar dotado de competencias básicas, tanto éticas como cognitivas, que sólo pueden ser adquiridas en los procesos educativos formales obligatorios y universales. Es allí donde debemos poner la prioridad y la urgencia en la definición de estrategias de acción curriculares y didácticas. Pero esto es válido también para los niveles superiores del sistema educativo, donde se forman las elites dirigentes -tanto políticas como culturales, empresariales y científicas- que deben asumir mucho mayores niveles de responsabilidad por las consecuencias sociales del uso del conocimiento.
Sabemos que los aprendizajes complejos requieren estrategias complejas. Se trata, nada más y nada menos, de formar en eso que Edgar Morin reclama hace tiempo: formar en el pensamiento sistémico. Y para seguir con los clásicos, volvamos al concepto de experiencias de aprendizaje, que John Dewey desarrolló hace ya varias décadas. No se trata de una materia más o menos, sino de definir: ¿Cuáles deberían ser las experiencias de aprendizaje que diseñemos para que nuestros estudiantes, en sus diferentes niveles, logren adherir reflexivamente al ideal de una sociedad más justa y recuperen -para defenderlos activamente- los valores de la democracia? Desafío difícil pero urgente y necesario.