Me paseo por varios blogs de escuelas y corroboro mi hipótesis (no demasiado arriesgada) de que están llenos de fotos y vídeos. Páginas y páginas de entradas: actividades en las clases, excursiones, fiestas… cientos de momentos capturados en imágenes. A continuación, me hago la siguiente pregunta: ¿Cuánto tiempo supondrá hacer y colgar todo este archivo visual?
Toma una escuela como modelo y reviso cuantas fotografías se han hecho: en un mes y medio se han colgado 1.662 fotos (previamente seleccionadas, por lo que en realidad se han tomado muchas más). Sin ser demasiado exhaustiva (obviamente hago el recuento por aproximación), estimo que cada una de estas imágenes pueden suponer tres minutos en completar el ciclo: desde que se hace la foto hasta que es publicada en un post, con su respectivo texto.
Sigo haciendo cuentas: 1.662 fotos a tres minutos cada una nos da un total de 83 horas. ¡83 horas invertidas en dar visibilidad a actividades que se realizan en la escuela! Sigo haciendo cuentas, todavía no puedo dar crédito a estas cifras, por lo que me decanto por verlo desde otra perspectiva: divido 83 horas entre las seis semanas durante las cuales se han tomado las fotos. Me salen 14 horas por semana. La cosa no mejora. Continuo; divido las 14 horas entre las personas que se encargan de colgar y gestionar dichas imágenes (normalmente miembros de una comisión). Hago una aproximación, y considero que puedan ser 5 (evidentemente no tengo en cuenta las personas que han hecho las fotos). El resultado final es de 2,8 horas a la semana por persona. Y, ¡esperen!, no he tenido en cuenta todas las otras redes sociales a la que las escuelas están vinculadas: Twitter, Facebook, Instagram…
Teniendo en cuenta que no todas las escuelas hacen el mismo uso de las redes o de los blogs, pero considerando también que esta práctica está cada vez más extendida e instaurada, me arriesgo a afirmar que se invierte una cantidad ingente de horas en visibilizar lo que ocurre dentro de ella. Tiempo dedicado a una actividad que, en realidad, no tiene un fin pedagógico. Porque, también hay que decirlo, es cierto que con todas estas imágenes se podría hacer mucho trabajo: expresiones orales, expresiones escritas, talleres de fotografía, reportajes o artículos, cómics de lo que ocurre en la escuela… Pero eso rara vez ocurre. El fin último y primario de todo este archivo visual es… ¿Cuál es? ¿Se ha preguntado la comunidad educativa cuál es el fin de toda esta participación en las redes sociales?
Le doy vueltas al asunto y me pregunto por qué la escuela pública tiene que promocionarse de este modo, competir entre ellas por la calidad de lo que se muestra (no de lo que se hace, en realidad). También me pregunto si todo esto tiene que ver con las familias. ¿Realmente necesitan “ver” todo lo que ocurre? ¿Acaso no pueden sus propios hijos contárselo? Mientras la madre, padre, abuelo, etc. mira las fotos ¿qué hace el hijo o hija? ¿juega a otra cosa, espera a que acaben? Sea lo que sea, creo que es una pena que estemos desaprovechando la posibilidad de conversar e imaginar a través de las palabras que llegan del otro, y que nos hacen ver, a través de este (y no de una imagen), lo que han vivido.
Porque, aunque el alumno/a haya contado lo que ha hecho o lo que ha pasado, muchas veces se recurre a la imagen para corroborarlo. Como si las palabras ya no nos bastaran, como si solo la imagen pudiera dar crédito, validase lo ocurrido. Y aquí se pierde mucho, porque ya no hay que hacer un esfuerzo por relatar, ni por entender, ni imaginar. La narrativa requiere demasiado tiempo, un clic bastará: una imagen vale más que mil palabras. Y qué triste tener que decir esto, pues es en el uso de la palabra donde la opinión y la experiencia de quien lo ha vivido puede aflorar, de otro modo, nos lo perdemos.
Por otro lado, la imagen funciona como condicionante, porque no podemos obviar que nunca se colgarán aquellas en las que el alumno se aburría o lloraba: «He visto que habéis celebrado el día de la paz en la escuela. Sí, pero ha sido un rollo porque… Pero, ¿qué dices? Si habéis hecho cosas muy chulas, que lo he visto yo…». Sin darnos cuenta ahogamos la voz del otro amparándonos en las imágenes, imágenes que, en realidad, tienen algo de hipócritas, porque ellas siempre nos relatarán que todos estaban muy felices.
Pero como profesora hay otros aspectos que me preocupan. Y es que pienso en las veces que nos lamentamos de que no tenemos tiempo de hacer nuestras tareas: adaptaciones curriculares, programar, coordinarnos, reflexionar sobre lo que hacemos, hablar con la alumna X, llamar a la familia Y, al psicólogo… ¿Cómo podemos dedicar tanto tiempo a una tarea tan irrelevante como hacer y colgar fotos y en cambio no tenemos horas para hacer lo que sí realmente importa? Es cierto que la escuela está siendo sacudida por una ola de cambios (llámesele innovación, reestructuración, adaptación, modernización…) que, como todo, están ocurriendo muy rápido. Pero estos cambios no siempre son sustanciales, muchos de ellos, incluso, no están siendo cuestionados, sino que se adoptan como una moda. En este caso, la moda de la transparencia y la visibilidad o, lo que es lo mismo: la de demostrar públicamente e incansablemente cuán buenos somos; sin importarnos que, para ello, tengamos que calcar lo que ya existe, porque, no lo voy a negar, las fotos de las webs escolares parecen todas las mismas.
El tiempo de trabajo personal o dedicado al centro en las escuelas escasea, y el poco del que disponemos debería estar aprovechado al máximo, dedicado a aquellas cosas que realmente nos hacen avanzar hacia una educación real, con sentido y contenido. Si nos dejamos llevar por tendencias, más que por intereses educativos, estamos perdidos.
Señores y señoras, nos vienen años de muchos cambios, y, hoy, más que nunca, debemos mantenernos críticos, porque de distracciones hay, y habrá, muchas.