Escribo estas lineas para el libro colectivo Jóvenes, transformación digital y formas de inclusión en Latinoamérica desde las extraordinarias tierras colombianas. Después de presentar ¿Hiperconectados? en la prestigiosa escuela Montessori y a los maestros innovadores del MOVA de Medellín me llega la noticia del atentado terrorista en Barcelona. Justamente esta semana he visitado su Museo Casa de la Memoria y he recorrido la Comuna13 para entender su lucha por la libertad, la resistencia ante la violencia y su transformación social. Son extraordinarios ejemplos de documentación y de reconocimiento de los que sin duda debemos aprender.
Barcelona es mi ciudad y hoy más que nunca me siento cerca de ella. La Rambla en que se ha producido el atentado es el lugar donde compro el periódico por la mañana, donde he firmado libros y he regalado rosas. Como peces en un río que llega al mar, cada día se mezclan en ella miles de personas generando mareas humanas que no se detienen de día ni de noche. Cada año pasean por ella ochenta millones de personas de todo el mundo, por eso es símbolo de diversidad social y cultural y por eso no es casualidad su elección como escenario del crimen.
Ya en la colonial y colorida Cartagena de Indias tengo la suerte de participar en un taller con jóvenes de la Fundación Pies Descalzos, creada por Shakira. Son herederos de cinco décadas de violencia social y algunos dramas personales con los que deben convivir. Se muestran vitales, alegres y críticos llenos de curiosidad e ilusión cuando debatimos acerca del futuro digital. Quieren construir una sociedad más libre, justa y democrática que respete a los derechos de todos los humanos; sus brillantes e ilusionados ojos desprenden una intensa luz.
En contraste, los jóvenes autores de los asesinatos de Barcelona han elegido matar inocentes. Más allá de las razones geopolíticas de fondo que existen, son probablemente personas en tierra de nadie que buscan dar otro sentido a la vida, aunque sea dando fin a ella. Prefieren ir a otro mundo antes que arreglar nuestra imperfecta democracia que no ofrece la igualdad de oportunidades de la que llenamos los discursos. Imagino sus ojos llenos de amargura y odio para vivir este punto de no retorno. Me pregunto si este mundo necesitado de empatía que dejamos es el que merecen vivir nuestros jóvenes.
En la distancia transoceánica sigo la actualidad de las horas posteriores al atentado a través de distintas etiquetas de Twitter y páginas webs de noticias. Hallo una mezcla de informaciones contradictorias, prejuicios y bulos: imágenes de muertos y heridos cubriendo el suelo, muestras de odio, expresiones xenófobas, alarmas inventadas, falsas demandas de ayuda… Esta infoxicación es un claro ejemplo de que en el momento presente nos falta educación digital para convivir dignamente en estas nuevas vías públicas. Tristemente cabe añadir también que algunos medios tradicionales fomentan el exhibicionismo mediático de la barbarie para ganar audiencias.
Pero como los usos de las tecnologías sociales pueden ser muy diversos, también tenemos que dar valor, y mucho, a la red que nos gusta. Encuentro una red activa, activista y solidaria con las víctimas inocentes en las que nos hemos convertido todos, la red que ofrece altruistamente agua, comida y alojamiento, que difunde mensajes contrastados, útiles y veraces, que prepara manifestaciones espontáneas en favor de la paz y de la diversidad cultural… que tantos educadores intentamos desarrollar dentro y fuera de las aulas.
Esta red constituye una poderosa herramienta para reducir las desigualdades sociales si permite a los jóvenes cambiar los destinos que parecían trazados según su lugar social de nacimiento. Ofrece una fuente casi ilimitada de acceso a información, de generación de conocimiento y de comunicación que puede potencializar su capacidad creadora de nuevas realidades sociales sin resentimientos. Me parece una clara muestra que la educación digital puede servir para construir un mundo mejor, que no sólo es posible sino que es deseable y necesario. Un mundo menos inhóspito y más humano, que no apague la luz de la mirada de nuestros jóvenes, pues ellos son los dueños de los ojos que seremos.
“La verdad es que el futuro es hecho por nosotros mismos a través de la transformación del presente”, Paulo Freire.