En unos días nos encontraremos en el Congreso Barcelona Inclusiva 2017, segunda edición del exitoso encuentro celebrado en 2014.
Sinceramente, creo que sus organizadores han acertado de lleno en el enfoque y las temáticas. El encuentro va mucho más allá de una idea de la inclusión restringida al ámbito educativo –aunque a este aspecto le dedique una buena parte de las intervenciones y debates- para proponer una reflexión amplia e interdisciplinar sobre distintos entornos y escenarios en los que hacer realidad las prácticas inclusivas para una ciudadanía que cada día y por motivos distintos se encuentra con más barreras y más riesgos de ser excluida: de las oportunidades educativas, del empleo y la economía, de la cultura, de la posibilidad de decidir su futuro o de tener una vida digna.
Y creo que han acertado porque también en el contexto educativo, los y las que nos dedicamos a perseguir y alentar el desarrollo de unas culturas, políticas y prácticas más inclusivas, nos hemos dado cuenta hace tiempo de que la generación de entornos escolares inclusivos tiene que abordarse de una manera integral, mucho más sistémica y compleja. Para aproximarnos a la construcción de una escuela para todas y todos no basta con modificar algunos aspectos del currículo o de promover adecuaciones metodológicas, organizativas o de gestión que eliminen algunas barreras y mejoren la respuesta a la diversidad del alumnado. No es suficiente con repensar el papel del profesorado, organizar mejor las tareas de apoyo o ayuda o crear estructuras que posibiliten la planificación y el trabajo conjunto.
Por importante que sea lo anterior –que sin duda lo es- la clave para lograr que las personas que habitan una buena cantidad de horas en una institución escolar se sientan de verdad incluidas es algo mucho más intangible, más personal. Una escuela que incluye debe ir más allá de garantizar la presencia, la participación y el aprendizaje de todas las personas; debe, sobre todo, hacerles tomar conciencia de que ese es su sitio y de que en ese sitio cada una de ellas va a ser respetada, valorada y querida.
Sé que una afirmación así puede significar poco. Siempre me ha parecido que estas declaraciones un tanto rimbombantes corren el riesgo de resultar hueras y no aportar mucho a quienes asumen finalmente la responsabilidad de mejorar sus escuelas y sus aulas en esta dirección. Por eso voy a permitirme concretar un poco más algunos aspectos que, sin ser demasiado nuevos y quizá tampoco precisos, constituyen para mí certezas de las que no puedo desprenderme en mi trabajo diario.
La primera tiene que ver con que la inclusión educativa es más probable si en los centros se generan unas relaciones de convivencia positivas. No me refiero solo ni principalmente al establecimiento de mecanismos adecuados de resolución de conflictos o de prevención y/o respuesta a situaciones indeseadas de acoso y violencia entre iguales, aunque sean importantes. Me refiero más bien a la existencia de un clima generalizado de cuidado y ayuda mutua, de respeto y de reivindicación constante de la alteridad y la empatía. Aludo a una asunción de la interdependencia que caracteriza nuestra vida en común y que, lamentablemente, no suele constituir un elemento esencial o un valor preponderante en la formación escolar. Las maneras de hacerlo pueden ser diversas y hay cientos de experiencias positivas que pueden servir de ejemplo. Quiero referirme aquí a una de ellas, la del IES La Sènia, de Paiporta, Valencia, que reúne todas las características de las mejores prácticas en este ámbito.
La segunda se inscribe en el marco de la transformación ecosocial de nuestras escuelas que desde algunas entidades de la educación formal y no formal, FUHEM entre ellas, venimos sugiriendo y tratando de poner en marcha. Pensamos que resulta muy difícil articular entornos escolares inclusivos o promover esa noción de interdependencia positiva si no procedemos a transformar de una manera radical el currículo escolar y no solo o no tanto en sus aspectos metodológicos, sino en los propios objetivos y contenidos del proceso de aprendizaje. La escuela debe capacitar al alumnado para enjuiciar críticamente los valores imperantes en su entorno y adoptar un punto de vista propio para, en interacción con otros, construir colectivamente valores ligados al respeto, el compromiso social, la tolerancia y la búsqueda de la paz. No es posible construir una alternativa más democrática, más acogedora y más inclusiva sin despojarse de algunas certezas y contravalores que impregnan nuestros currículos escolares o nuestras prácticas educativas. Sencillamente: en una escuela que queremos que incluya tenemos que aprender otras cosas y tenemos que aprenderlas de otra manera. En la última edición del Index for Inclusion (editado en castellano por la OEI y FUHEM como Guía para la educación inclusiva), Tony Booth y Mel Ainscow incorporan esta visión holística en la que cobran fuerza valores relacionados con la sostenibilidad, la ciudadanía global, la justicia social, los derechos humanos, la ecodependencia y la interdependencia.
Por último, seguramente como una consecuencia inevitable de lo anterior, tenemos que procurar escuchar las voces de nuestros alumnos y alumnas. Hace ya casi tres años, un proyecto europeo coordinado por la Universidad de Southampton en el que colaboraba también Ainscow y algunos profesores y profesoras de la UAM como Gerardo Echeita, Marta Sandoval o Cecilia Simón, nos trazaba este camino para mejorar tanto la respuesta a la diversidad como el desarrollo docente. No podemos seguir pensando que solo los y las docentes sabemos qué hay que hacer y cómo hay que hacerlo. Tenemos que empezar a asumir que, en el ámbito de la convivencia, las relaciones, las vulnerabilidades y los riesgos de exclusión, nuestro alumnado sabe muchas cosas que nosotras no sabemos y puede darnos pistas, sugerencias o ideas al menos de tanta entidad como las que podamos imaginar. Escuchar, además, no es únicamente preguntarles o recoger sus impresiones. Escuchar de verdad es construir con ellos y ellas de forma colectiva, es hacerlos participar de pleno derecho en debates, iniciativas o proyectos de mejora, confiarles misiones complicadas y duras con la certeza de que, si esa confianza se da, no van a defraudarnos.
Nos vemos en unos días en Barcelona y hablamos de estas y otras cosas que nos preocupan y ocupan.