Cuando muchos institutos separan sus alumnos en función de su nivel académico, incluso si lo hacen pensando que así pueden aprender mejor, lo que podrían estar fomentando es todo lo contrario: fomentar el fracaso y el abandono escolar entre los jóvenes que acaban encuadrados en los grupos rendimiento más bajo. Un estudio de la Fundación Jaume Bofill alerta que los agrupamientos por nivel en la ESO aumentan el riesgo de que los jóvenes opten por no seguir estudiando una vez terminan la Secundaria.
El mercado laboral, pues, no es el único factor que ayuda a explicar por qué hay jóvenes que no continúan estudiando. Es cierto que los trabajos atractivos y accesibles de antes de la crisis empujaron a muchos jóvenes a dejar las clases, y que esta tendencia se ha reducido en los últimos años. Pero con esto sólo no se explica una tasa de abandono prematuro -jóvenes de entre 18 y 24 años que no estudian y sólo tienen la ESO que en España se encuentra en el 19%, muy superior a la media europea.
«El factor del mercado de trabajo no se debe negar, pero tenemos que ver también cómo el sistema educativo repercute en el abandono, para saber qué margen de mejora tiene», expone Aina Tarabini, profesora de Sociología de la UAB y autora del informe. Además de las agrupamientos en función de su rendimiento, el estudio también señala la segregación escolar y el papel del profesorado como factores que pueden incidir en las decisiones de los jóvenes a la hora de acortar su trayectoria académica.
Sobre la separación por niveles, apenas hay datos para saber si es una práctica muy extendida, qué tipos de agrupamientos se hacen y en qué asignaturas. El departamento de Enseñanza de Catalunya no ha recogido más datos en este sentido y lo único que se sabe, a partir de PISA 2015, es que un 26% de los centros agrupa a los alumnos según sus capacidades como estrategia de atención a la diversidad. Por este motivo, el estudio presentado por la Fundación Jaume Bofill es de carácter cualitativo y no cuantitativo, es decir, que recoge las experiencias de los jóvenes en cinco centros de Secundaria, pero no dispone de datos del conjunto del sistema.
Con todo, Tarabini asegura que juntar estudiantes por niveles hace que quienes quedan relegados al grupo de rendimiento más bajo acaben reforzando su percepción de que son jóvenes que no están hechos para estudiar. «Los grupos de bajo nivel no sólo están sobrerrepresentados para alumnos de origen migratorio y de estatus socioeconómico bajo, sino que además tienen efectos muy negativos sobre la motivación, el rendimiento y las expectativas de los estudiantes», sostiene la autora en el su informe.
La visión de futuro de uno mismo, sostiene la autora, se ve influida por factores a los que a veces se presta poca atención, como por ejemplo el hecho de si todos tus compañeros tienen ganas de seguir estudiando. O si el profesor te trata como un alumno que puede rendir mucho o poco. Y esto cambia en función del grupo. «El docente tiende a estimular más el aprendizaje de los grupos de los buenos, porque cree más en ellos», lamenta.
La frontera de qué agrupamientos son positivos y cuáles negativos, sin embargo, es difusa. ¿Significa lo mismo para un alumno haber ido toda la ESO en un grupo de bajo nivel en la mayoría de asignaturas que haber ido durante un trimestre en un aula de refuerzo? Probablemente, no. «Agrupar no es bueno o malo, depende del propósito», expone Tarabini, «pero cuanto más homogéneo, más largo en el tiempo y peores docentes tenga el agrupamiento, peor». De hecho, optar por el contrario para hacer grupos pequeños y variados, no es una mala estrategia a la hora de «personalizar» el aprendizaje, detalla.
Para Xavier Murillo, director del instituto Sant Andreu de Barcelona -uno de los que ha participado en el estudio-, es un error pensar que la segregación por niveles puede servir para combatir el fracaso, aunque el profesorado se piense que esto permite hacer refuerzo a los que más les cuesta. «El fracaso no se resuelve reforzando las asignaturas instrumentales porque lo que bloquea los aprendizajes va mucho más allá de eso, tiene que ver con el entorno, con si el alumno se siente valorado, cómodo, acompañado», defiende.
A su instituto, que por norma general nunca han hecho grupos de este tipo, sí tenían tradición de tener algunos grupos de refuerzo, que ahora también están desmontando. «Sólo hacerlos salir del aula, aunque sea pocas horas a la semana, les supone una etiqueta negativa, y a esto se le añade a veces la mirada del profesor», admite Murillo. «No es fácil tener a todos los alumnos en una misma clase, tiene sus problemas, pero es la forma de que tengan una experiencia educativa similar», añade.
A pesar de que no existe ningún estudio sobre agrupamientos en el conjunto del sistema educativo, sí es cierto que Ivàlua y la misma Fundación Jaume Bofill promovieron en 2015 una revisión de varias investigaciones de todo el mundo sobre el tema. La conslusión era suficientemente clara en cuanto a los grupos de nivel: «Mientras que algunos estudios concluyen que no existe un efecto diferencial entre los estudiantes […], un grueso importante de evaluaciones observan una tendencia de estos agrupamientos a beneficiar a los estudiantes de nivel competencial alto y perjudicar los de nivel bajo «.
Ismael Palacín, director de la Fundación Jaume Bofill, lamentó que después de tantos años de tener unas tasas tan elevadas de abandono -de las más altas de la Unión Europea- se haya normalizado esta lacra. «Hemos naturalizado que uno de cada cinco jóvenes abandone, pero con nuestro nivel de desarrollo económico esto no debería estar pasando», ha criticado.
Aparte de señalar los grupos de nivel como una práctica contraproducente, el estudio publicado este miércoles también lanza una serie de propuestas para combatir el abandono escolar, algunas de las cuales apuntan a un replanteamiento del modelo de educación secundaria para que tenga «como prioridad la centralidad del alumnado en los procesos de aprendizaje». Es el caso de garantizar que se haga más trabajo globalizado y el trabajo cooperativo en los centros, promover la co-docencia o «elaborar» un nuevo plan de acompañamiento u orientación personalizado del alumnado.
El informe también señala medidas que tienen que ver con la «protección» de los centros de entornos más desfavorecidos, que son los que tienen jóvenes con mayor riesgo de dejar los estudios. Apunta a que se les debería fijar una ratio máxima de 20 alumnos por clase, ampliar el tiempo de formación y coordinación de sus docentes y, en definitiva, garantizarles un «financiación no lineal». Es decir, que puedan disponer de más recursos dado que tienen también más dificultades para salvar.