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Decenas de miles de personas tratan cada año de llegar a Europa desde África, y lo hacen entrando por los países más próximos, España y sobre todo Italia. Gastan todo lo que tienen en el viaje pero muchos no consiguen llegar:
mueren al cruzar el Mediterráneo o al atravesar el desierto del Sahara. Los que lo logran dicen que nunca volverían a
repetir esta experiencia. ¿Qué les empuja a arriesgar la vida en esta aventura?
La emigración no es un fenómeno nuevo. Entre los países africanos es constante, pero en cuanto los emigrantes ven la posibilidad de alcanzar Europa lo intentan convencidos de que aquí las oportunidades de trabajo son mayores. Hacerlo por las vías legales, pidiendo un visado en una embajada europea, no es fácil, sin embargo.
El diccionario define la palabra ‘éxodo’ como la migración de un pueblo o de una gran cantidad de personas. África
sufre un verdadero éxodo de jóvenes desde hace decenios a causa de las crisis políticas y económicas. Muchos se juegan la vida en el Mediterráneo en su intento de llegar a Europa.
En 2015 un millón de personas llegaron a Europa. La mayoría huían de las guerras de Siria, Iraq y Afganistán. Solo
unos 34.000 lo hicieron por tierra, a través de Turquía. El resto lo hizo atravesando el Mediterráneo por dos rutas: la más corta, entre Turquía y Grecia, y la más complicada, llegando primero a Egipto y a Libia para embarcarse camino de Italia. Libia se ha convertido desde entonces en el principal punto de salida, pero ya no para los sirios sino sobre todo para los africanos.
Libia fue durante años el país al que miles de africanos acudían en busca de trabajo, hasta que en 2011 el coronel Moamar Gadafi fue derrocado y asesinado. La guerra dejó el país en un caos, y los inmigrantes no vieron mejor solución que intentar desde allí el salto a Italia. Las bandas armadas y las mafias vieron enseguida una gran oportunidad y, en conexión con grupos similares en los países vecinos, han hecho de la emigración a Europa un gran negocio.
Si un joven de Guinea Conakry, por ejemplo, quiere llegar a Italia, tendrá que cruzar, en autobús, en camioneta, la frontera de Costa de Marfil, después la de Burkina Faso, luego la de Níger y por fin la de Libia. Cada vez tendrá que pagar, no solo por el viaje sino también para que los policías y guardias de frontera hagan la vista gorda por dejarle entrar ilegalmente en su país. A lo mejor este joven tendrá incluso que comprar un documento de identidad falso. En Níger y en Libia tendrá que ponerse en manos de las mafias que trafican con personas y, si tiene suerte, por fin llegará a la costa y será embarcado en una patera o una lancha de goma con otras 40 o 60 personas, la mayoría hombres pero también mujeres y niños.
Más de 114.000 personas han llegado de esta manera a Italia este año y otras 3.000 han muerto ahogadas a pesar de los esfuerzos de los barcos de rescate de las oenegés y de la Guardia Costera italiana. En el caso de España, unas 16.000 llegaron a través del estrecho de Gibraltar. Al final, nuestro joven de Guinea Conakry se puede haber gastado 2.000 euros en la travesía, todo el dinero de su familia, que quizás ha vendido las propiedades que tenía esperando que esto será compensado con el dinero que él vaya enviando desde Europa.
Pero es muy probable que las ilusiones no se cumplan y nuestro inmigrante acabe recogiendo chatarra por las calles
de Barcelona o trabajando en los campos de Sicilia cobrando a razón de un euro la hora. Y sin embargo, nadie que ha
gastado todos los ahorros de la familia para emprender el viaje quiere volver a casa con una sensación de fracaso.
Si echamos un vistazo a la lista de países de los que parten más emigrantes veremos que en todos se dan condiciones
parecidas de pobreza y guerra o violencia. Nunca hay una sola causa para salir, y todas están sie mpre relacionadas.
Por ejemplo, dos países uno al extremo del otro en el mapa africano: Mali y Somalia. De ambos han partido refugiados hacia los países vecinos y en dirección a Europa, y en los dos coinciden años de sequía y por tanto de pobreza e incluso de hambre, inestabilidad política y presencia de grupos armados y terroristas. Nigeria, Gambia, Guinea Conakry, Costa de Marfil y Eritrea son los países africanos de los que han salido más refugiados y emigrantes. En todos ellos coinciden una distribución injusta de la riqueza y gobiernos corruptos y dictatoriales. El
reparto injusto de la riqueza –en particular en países ricos en minerales como Guinea o en petróleo como Nigeria-
y la corrupción implican que solo tienen posibilidades de prosperar aquellos que trabajan para el Estado, para el poder económico o el poder militar, poderes que además suelen ir unidos: el empleo y las oportunidades se alcanzan según quién eres, según quiénes son tus familiares, según a quién conoces. Esto hace que una gran parte de la población se quede fuera de la economía.
En Nigeria, un país enorme y riquísimo, las desigualdades sociales y las grandes diferencias entre los habitantes del norte y los del sur han acabado provocando el fenómeno de la organización terrorista Boko Haram, que actúa con tremenda violencia. En esa situación de deterioro social, las mafias –muchas, dedicadas al tráfico de personas- salen muy beneficiadas.
En Gambia ha estado gobernando durante 22 años un presidente enloquecido, Yahya Jammeh, que decía tener poderes mágicos y ser capaz de curar el sida con unas hierbas milagrosas que solo hacían efecto los jueves. Lo echaron del poder en febrero pero se dice que escapó con 10.000 millones de euros, toda la fortuna del Estado. Gambia tiene menos de dos millones de habitantes, podría sin duda vivir mejor, pero los jóvenes no tienen
ninguna esperanza de mejora y a pesar del cambio político siguen marchándose.
También los jóvenes huyen de Eritrea, y no es raro. En el otro extremo de África, en el territorio de un antiguo reino que fue de los primeros en adoptar el cristianismo (aunque hoy convive la religión musulmana), gobierna desde 1993 Isaías Afewerki. Su dictadura es tan insoportable que Eritrea ha sido calificada por las organizaciones de defensa de los derechos humanos como uno de los peores países del mundo. Y la mayoría de jóvenes, chicos y chicas, que tratan de escapar lo hacen porque el servicio militar es obligatorio y puede durar… toda la vida.
Hace poco, en noviembre de este año, ha sido obligado a retirarse el presidente de Zimbabue. Robert Mugabe tenía el record mundial de un presidente en el poder: 39 años. Demasiado lejos de Europa, los zimbabuos optan por emigrar a la vecina Sudáfrica. Zimbabue es un caso típico de país rico que ha sido llevado a la ruina. ¿Mejorarán las cosas después de Mugabe? Es muy posible que no, porque la riqueza está en manos de unos pocos, los militares son los verdaderos dueños del Estado y aunque celebran elecciones la democracia es una farsa.
Europa cierra sus puertas a los inmigrantes africanos (muchos de los cuales deberían ser considerados refugiados y tener derecho de asilo por las condiciones de vida del lugar del que proceden) pensando que se enfrenta a una “invasión”. Pero si, por un lado, eso significa no reconocer que fueron los europeos los que invadieron África,
también es exagerado creer que van a llegar millones de personas. En realidad, nadie quiere dejar su casa.
Las cosas podrían cambiar mucho, y desde luego se salvarían vidas, con un sistema migratorio ordenado y legal. Y
todavía cambiarían más si las relaciones comerciales con los países africanos fueran justas, si por ejemplo
pagáramos más caro el chocolate, de manera que los cultivadores de cacao de Costa de Marfil pudieran vivir
dignamente. Y si los políticos europeos dejaran de apoyar a señores como Yahya Jammeh, que decía que iba a
gobernar “mil años”.
Esta semana en la revista ¿Por qué? hablamos de las causas de la emigración forzada de millones de personas. Muchas de ellas en África, en situaciones desesperadas.