Red de escuelas verdes, red de escuelas históricas, red de escuelas en barracones, red de escuelas insumisas, red territorial de educación infantil, red de escuelas sostenibles, red de escuelas libres, red de escuelas Magnet, red de escuelas de nueva creación, red de escuelas inquietas, red de escuelas asociadas a la Unesco, red de escuelas Waldorf, red de centros innovadores, red de escuelas Tándem, red de escuelas interculturales, red de escuelas creativas, red de escuelas promotoras de salud, red de escuelas por los derechos humanos, red de escuelas para la sostenibilidad…
Y podríamos seguir unos párrafos más, alargando una lista que, efectivamente, es mucho más extensa. Seguramente hay redes de todo tipo, condición y origen. Hay redes de escuelas fuertemente tuteladas por la administración o la corporación de turno y redes de escuelas creadas justamente para huir de las tutelas. Redes alimentadas desde entidades internacionales y redes promovidas desde el territorio más inmediato. Redes creadas por necesidades sociales perentorias y redes para profundizar en estrategias didácticas. Redes de amistades y redes de conveniencia, redes de escuelas que comparten cambios profundos y redes de escuelas que se encuentran poco más allá de una denominación bienintencionada. Redes de escuelas que solo se vislumbran virtualmente y redes de escuelas que se encuentran físicamente, que ríen y comen juntas. Es un mapa rico y dinámico en el que aparecen redes nacidas desde la contestación y la resistencia, o bien debido a la falta de recursos, o como escape ante las limitaciones corporativas y administrativa del sistema en su conjunto.
No se trata, pues, de seguir jugando al quién es quién sino de constatar que lo importante es el con quién. La situación es estimulante y quizás estamos ante una nueva etapa en la configuración de nuestros sistemas educativos. En un primer momento, las instituciones escolares fueron concebidas con altos muros, marcando distancias con su entorno, como centros que se autodefinían a partir de una lógica institucional muy vertical. Una clara jerarquización, evidente tanto en las grandes congregaciones religiosas como en los emergentes sistemas escolares estatales. Una jerarquización y monolitismo, que no impedía pero sí obstaculizaba que la vitalidad y los cambios se colaran por los resquicios del sistema. En un segundo momento, esta tradición verticalizada y centralizadora fue modificándose con la toma de conciencia colectiva respecto de la necesidad de conectar las instituciones escolares con el entorno, con una mayor racionalización en la organización de los diferentes actores intermedios del sistema educativo (inspección, delegaciones supra municipales, ayuntamientos, mapa escolar…) y con la aparición de servicios educativos para el conjunto de las escuelas de un territorio…
Hoy mismo, algunos centros educativos construyen su proyecto pedagógico desde la autonomía intelectual sin esperar la aquiescencia o la venia correspondiente, yendo más allá de una lectura restrictiva y temerosa que las administraciones hacen de la autonomía escolar. El proyecto pedagógico autoimpuesto manda y se trata de encontrar acompañantes en el camino. Parafraseando a Ivan Illich, (en declaraciones en una de las últimas entrevistas que le hicieron), “se trata de alimentar una reflexión con círculos de amigos comprometidos con un esfuerzo común”. Quisiera pensar que estamos ante una potenciación de una horizontalidad creativa y dinámica que aporta aire fresco al añejo sistema verticalizado. Una horizontalidad que teje complicidades para abordar nuevos caminos para responder a inquietudes profesionales y a retos sociales y culturales.