“De muy pequeño siempre escuché la misma canción: eres igual que tu padre. Mi padre no acabó la EGB y a los 14 años entró a trabajar en un taller mecánico de camiones, y lo hizo hasta su jubilación. Yo entré en el mismo taller con 16 años, después de fracasar en la EGB y la FP”. Toni Sánchez nació en Tarragona en 1981, en el barrio obrero de San Pedro y San Pablo, y durante todos sus años en la escuela Marcel·lí Domingo no recuerda ni una sola clase que le llegara a interesar. A partir de cuarto de primaria empezó a acumular malas notas, suspendía un montón de asignaturas pero iba pasando de curso. A nadie le quitaba el sueño. Era “igual que su padre”.
“El mensaje de un maestro te puede marcar definitivamente. Hay que tener mucho cuidado con los mensajes que se dan a los niños porque se quedan en el subconsciente. Recuerdo un maestro que tuve que para regañar a algún compañero le decía: ‘Muy bien, tú sigue el camino de Toni, que no llegará ni a basurero, porque para ser basurero se necesita la EGB”, comenta Sánchez. No era un niño conflictivo ni disruptivo, no desobedecía ni desafiaba a los maestros, simplemente era distraído, asegura.
Tampoco era el marginado; al contrario, siempre ha tenido buenas habilidades sociales y dado que, además, jugaba muy bien al fútbol, era bastante popular entre los compañeros. Pero tenía claro, él y todo el mundo, que no servía para estudiar. “Yo no les llevaba el examen a mis padres cuando sacaba un cero, y entonces, como que no lo devolvía firmado, me dejaban en el pasillo durante una semana”, añade. “O a veces, por hablar en clase, me obligaban a ponerme de pie encima de la mesa y así me tiraba toda la clase”. No estamos hablando de la escuela del tardofranquismo, sino de la de finales de los ochenta y principios de los noventa.
“Si tanto te gustaría, hazlo”
Durante 20 años Toni fue mecánico de camiones, primero como empleado y a partir de los 25 años como socio de la cooperativa. Se ganaba bien la vida. Pero ocurrió algo: a los 28 años se fue a vivir con Montse Colomer, su pareja, que ya hacía años que era maestra de educación infantil y tenía plaza en la escuela Les Cometes, en Llorenç del Penedés, un pueblo de 2.000 habitantes a media hora de Tarragona. “Muy a menudo le comentaba que me encantaría hacer educación infantil, y Montse me insistía en que si tanto me gustaba, que hiciera la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años. Ella siempre que me había animado a estudiar algo, haz este curso de inglés o haz este otro de informática, y yo le contestaba cada vez lo mismo, que yo no servía para estudiar”.
Un día una de estas conversaciones acabó mal. Discutieron. Ella lloró. Y entonces Toni le hizo una promesa. “Le dije que lo intentaría y que haría la prueba de acceso, y que si aprobaba iría a por todas, pero que si suspendía me tenía que prometer que nunca más me pediría que estudiara”.
Durante los meses siguientes Toni se estuvo preparando el temario de las pruebas en la pausa para la comida, y sin más apoyo que los tutoriales de Youtube. Y en 2011 hizo las pruebas. “Saqué un 10 en historia y un 7 en mates, y cuando vimos estas notas nos echamos a llorar los dos como bebés”, recuerda Toni.
Al año siguiente, con 31 años, Toni entró en la Universidad Rovira i Virgili (URV), y tuvo que pedir en el trabajo que le redujeran la jornada laboral a la mitad. Pero les dijo a los otros seis socios de la cooperativa que estaba estudiando una ingeniería mecánica. “No me habrían dejado coger la reducción si les hubiera dicho la verdad”, asegura. Su padre era el único de los socios que la sabía.
“Del no sirvo al no me conformo”
De 8 de la mañana a 1 del mediodía Toni trabajaba en el taller. De 3 a 9 de la tarde iba a la facultad, y a partir de las 10 de la noche se dedicaba a los trabajos de la universidad. “Yo no tenía ordenador, ni redes sociales, no había hecho un trabajo académico en mi vida ni sabía cómo empezar”, explica Sánchez. Quería hacerlo bien. “Viví un cambio. Del ‘yo no sirvo’ al ‘no me conformo con menos de un 7’. En la carrera tengo una media de 8 y de alguna asignatura saqué matrícula”. Para Toni, esta transformación no tiene que ver sólo con la edad, sino muy especialmente con los mensajes positivos que ha recibido: “Cuando hay alguien a tu lado que te dice que tú puedes, esto no tiene precio”.
Los practicum de la carrera todavía fueron más difíciles de combinar con el trabajo, y llegados a este punto ya tuvo que confesar al resto de socios lo que realmente estaba haciendo mientras no iba al taller. Esto causó un fuerte terremoto en la empresa, puesto que él era el joven y quien se suponía que acabaría sacando adelante el negocio a medida que el resto se fueran jubilando. Las horas de las prácticas las recuperó con las vacaciones de dos años. Las primeras las hizo en una escuela de El Vendrell y las segundas en una de Tarragona, en ambos casos centros de alta complejidad con un elevado porcentaje de alumnos de origen extranjero. “Los elegí a conciencia. Seguramente porque tengo tan presentes los problemas de mi educación quería dedicarme a ayudar a niños en riesgo de exclusión social, quiero ayudar a que ningún niño se sienta apartado en clase, como me sentí yo”, comenta.
Colgar el mono de trabajo
En 2016 obtiene el título de maestro, cuelga definitivamente el mono de mecánico y da clases de catalán a alumnos inmigrantes en la escuela Marià Fortuny de Reus. Quiere entrar en listas de interinos de la Generalitat de Catalunya, pero no puede. Todavía no tiene todos los requisitos. Le piden el título de Nivel C de catalán, y no lo tiene. “Me habían dejado ser maestro de catalán, pero no ser maestro de infantil porque me faltaba el catalán, cuando el nivel C lo tiene automáticamente cualquier estudiante que se haya graduado de la ESO”, se lamenta Toni. Entonces se prepara para el examen del Nivel C y se lo saca. Y estudia inglés y se saca el B1 de inglés.
En el mismo momento en que obtiene el título de maestro, Toni tiene claro que necesita cambiar de aires. Necesita desconectar de su anterior vida. Lo comenta con Montse, y eligen Camprodón, una localidad de algo más de 2.000 habitantes situada en los Pirineos. Y ahí se instalan cuando ella obtiene el traslado a la ZER (zona de escolarización rural) de Llanars. De eso hace más de un año. Durante este tiempo Toni ha hecho sustituciones en la guardería El Rajolet, de Les Preses, un pueblo situado en una comarca vecina, a la vez que rechazaba todas las propuestas de trabajo que le han surgido de mecánicos de la comarca.
Sigue esperando a que se vuelva a abrir la bolsa de interinos, ahora que ya cumple todos los requisitos, y mientras tanto se ha seguido formando. De pequeño no servía para estudiar, y ahora no para. “En los últimos meses he hecho un curso de gamificación, uno de trabajo por proyectos, uno de inteligencias múltiples, uno de documentación y otro de dibujo”, comenta. También se inscribió en la escuela de verano de la asociación de maestros Rosa Sensat del pasado julio. Allá, en un pequeño grupo de trabajo, comentó su historia a los compañeros, y llegado el momento de hacer la puesta en común ante todo el auditorio le engañaron para que la repitiera para todos los presentes. El cronista era uno de ellos.
Nos citamos pasados unos meses. Le pido que me lo vuelva a explicar, le pregunto por los detalles. “No etiquetéis nunca a los niños, no le digáis a un niño que tiene dificultades de aprendizaje que es un niño perdido, no le digáis jamás que no vale”, sigue insistiendo durante toda la conversación.