Motivado por diferentes compromisos he tenido ocasión de revisar varios números de la revista l’Éducateur Prolétarien, que sostenía el movimiento Coopérative de l’Enseignement Laïc, liderado por Freinet. Siempre he pensado que el nombre propio Célestin Freinet no se corresponde exclusivamente con una autoría individual sino con un proceso colectivo en el que muchos nombres anónimos suman un esfuerzo común por dar voz y poner palabra de forma, por cierto, muy poética, a un sueño colectivo por dignificar la escuela y convertirla en un territorio libre en el que facilitar el crecimiento autónomo de los seres humanos en su total humanidad.
Pero lo que me ocupa en este texto de ahora es la experiencia de la escritura por parte de la maestra y el maestro. Y lo que descubro en l’Éducateur Prolétarien me acerca a la memoria de lo que viví en los años 70 y 80 del pasado siglo, siendo un maestro muy joven, coincidiendo con el inicio de los Movimientos de Renovación Pedagógica: la voluntad de escribir, la constitución de un nosotros con voz propia, la necesidad de compartir un saber nacido de la experimentación de una nueva pedagogía acorde a los intereses y necesidades de la infancia y con políticas educativas de justicia social.
Con la creación de los Movimientos de Renovación (MRP) surgieron en su seno múltiples revistas pedagógicas y algunas, como la más antigua Perspectiva Escolar acaba de publicar su nº 400 celebrando los 50 años de la creación de Rosa Sensat. Y quizá la más emblemática, porque recogía la voz docente desde todos los rincones de la península, ha sido Cuadernos de Pedagogía. Dejo los títulos de las revistas para otra historia, porque aquí me interesa subrayar otra cosa: es el deseo por parte del profesorado de tomar la palabra en nombre propio, enfrentándose a la colonización del discurso pedagógico por el texto académico.
En las casi dos décadas que duró l’Éducateur Prolétarien, desde su primer número en 1932, por las ventanas de las escuelas de Francia y Europa se asomaban importantes conflictos sociales y los maestros y maestras escribieron sobre como trabajaban con los niños y niñas estos conflictos, y con qué angustia lo vivian. Son especialmente emotivos los textos de Freinet sobre la revolución que se vivía en España en los últimos meses de 1936 y principios de 1937, tras el golpe militar. La escuela vivía en su propia piel lo que ocurría en la calle y lo contaba. ¿Conocen los textos de la revista Tibidabo de la Escuela Freinet, de Barcelona, en la que los bombardeos fascistas son vividos, contados y dibujados por los niños y niñas que jugaban en la plaza San Felip Neri, donde todavía perviven las huellas de las bombas? Miren este texto de Rita Bel, un niña de 9 años, publicado en el nº 4, en enero de 1938: Jo anava a l’Escola del Mar. Jo, abans de la guerra anava a l’Escola del Mar i m’agradava molt per què em banyava tots els matins. El divendres van venir a bombardejar i van tirar una bomba incendiaria a l’Escola del Mar i la van creemar tota. Quan el papa ho va saber es va posar a plorar, perquè s’estimava molt aquella escola (Yo iba a la Escuela del Mar. Yo, antes de la guerra iba a la Escuela del Mar y me gustaba mucho porque me bañaba todas las mañanas. El viernes vinieron a bombardear y tiraron una bomba incendiaria en la Escuela del Mar y la quemaron toda. Cuando el papá lo supo se puso a llorar, porque quería mucho aquella escuela).
Las revistas escolares y las revistas pedagógicas fueron en ese momento la voz pública de un nosotros en el que lo vivido en comunidad, lo comúnmente construido, quería ser compartido. Los niños y las niñas de diferentes escuelas se encuentran a través de la palabra. Las maestras y los maestros de diferentes escuelas se encuentran y reconocen a través de la palabra. Quizá lo que pasaba es que había una demanda, un deseo colectivo de querer saber y de querer leer. ¿Qué haces tú, qué hago yo? Vamos a contarlo.
Vengo ahora a plantear estas cosas porque creo que vivimos un momento de extraordinaria indigencia en la escritura pedagógica nacida de ese deseo por parte del profesorado de querer tomar la palabra. Desde luego, no olvido las saludables y en algunos casos heroicas excepciones. Pero, cuántas jornadas espectáculo, cuántos cursos de formación prêt-à-porter, cuánta innovación light, cuantás certificaciones y acreditaciones, y qué poca textualidad nacida de la voluntad colectiva de querer decir para decirnos, para saber y crecer profesionalmente, pero también socialmente, desde lo que nos decimos.
Siendo un joven estudiante de Magisterio conocí a un par de maestros que trabajaban en la escuela Tramontana en Valencia; fundada en 1968 fue una de las primeras arriesgadas escuelas que practicaban la pedagogía Freinet y enseñaban en valenciano (debo recordar que en aquel momento Freinet y el valenciano estaban prohibidos). Aquellos maestros durante el día ponían en el aula una imprenta al servicio de la palabra de los niños mientras desterraban el libro de texto. Por la noche, en la clandestinidad, editaban con una “vietnamita” (una imprenta de fabricación casera) la Escuela Moderna de Ferrer i Guàrdia y la Pedagogía del Oprimido, de Freire, entre otros textos censurados. Solo puedo entender ese gesto desde una extraordinaria generosidad y una enorme confianza en que, al otro lado, alguien esperaba esos textos. Quizá aquel contexto determinara el deseo de compartir esa escritura. Aquellos maestros no se sabían solos. ¿Qué les parece si intentamos recuperar ahora, cierto que en un contexto más hostil a lo común y la colectivización, aquel deseo que encontré en l’Éducateur Prolétarien por parte de un grupo de maestros y maestras que querían escribir desde un sí mismo colectivo?