En el ámbito familiar hemos aprendido lo que significan autoridad, jerarquía, amor, respeto, colaboración, la libertad y su carencia e, incluso, hemos ‘sentido’ la represión. En el grupo de iguales nos hemos acercado al valor de las reglas y los acuerdos, hemos sentido inquietud ante la arbitrariedad, conversamos, disfrutamos de las relaciones y también hemos sufrido la presión del grupo; aprendemos a confiar y a desconfiar, incluso de nosotros mismos, y a disfrutar con una afición compartida. Otros muchos aprendizajes los hemos alcanzado en contextos vitales diferentes: en el club deportivo del barrio, en el centro cívico/cultural, al participar en la organización de algún festejo, alguna efeméride, un campeonato… Podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que nuestro itinerario formativo ha sido y sigue siendo complejo y pluricontextual.
La educación de cada joven se conforma con actuaciones diversas, a veces, algo caóticas, de influencias colectivas y personales, sistemáticas e informales, desplegadas en distintos entornos y por diferentes agentes. En este entramado de relaciones significativas, las instituciones escolares constituyen una de estas agencias, muy relevantes, por cierto, pero ni son las únicas, ni tienen el monopolio de la función educadora.
La ciudadanía en su totalidad (profesorado, familias, agentes sociales, administraciones, servicios, empresas…), es responsable de la educación de cada joven; la educación no es una tarea aislada de un docente, un determinado contexto o una sola institución. Nos guste más o menos, la ‘cadena de montaje’ de Tiempos Modernos hoy no sirve de metáfora. La labor acordada, interconectada y ordenada con la colaboración de agentes e instituciones puede ser la nueva referencia.
No parece, sin embargo, que prestemos mucha atención a los anuncios que hacen los distintos líderes políticos sobre su concepción de escuela, barrio, ocio, ciudad… Si partimos de la evidencia de que la escuela no educa sola y que la educación se forja en la convivencia de distintos entornos de relación, tendríamos que descubrir, en lo que se ‘pregona’ o analizando lo realizado en el ejercicio de las responsabilidades de gobierno, la concepción de educación y la visión de cada partido político sobre la escuela y su función educadora. Nos estamos jugando la formación y el futuro de nuestros jóvenes.
Debemos identificar si las declaraciones de los líderes políticos abogan, o no, por medidas dirigidas a promover entramados educativos que vayan más allá de la escuela. Dicho de otra manera, cuáles son sus planes para convertir edificios, calles, parques… en barrios, pueblos y ciudades educadoras.
Pero todos estos postulados ¿Son detectables en los discursos y programas electorales? Quizá necesitemos algunos indicadores y a ellos nos vamos a referir.
Al escuchar, por ejemplo, el discurso de un representante político se puede descubrir si apuesta por una escuela de gestión pública, de todos, participada por la comunidad educativa, y corresponsable, junto a otros agentes educadores, de la formación académica y para el ocio de los más jóvenes. O si, por el contrario, se inclina por favorecer una institución ‘encapsulada’, donde acuden los estudiantes, después de consumir tiempo de transporte, sin relación con su entorno, y donde las familias y la comunidad educativa asumen un papel de ‘comparsa’ o, a lo sumo, de consumidores eximidos de cualquier responsabilidad en el proceso de formación de sus menores. Este primer dato, ya nos informa del modelo de escuela que se defiende y para qué propósito se solicita nuestro voto.
El valor que se otorga a la colaboración dentro y fuera de la escuela es otro indicador. Si se defiende la transformación de los barrios en entornos amigables, donde proliferen espacios educativos y formativos de ocio seguro, creativo y solidario, o se pretende su conversión en ‘dormideros’ para la población trabajadora, o ‘parques comerciales y temáticos’ para el turismo.
Otra información valiosa sería identificar si un determinado candidato aboga por defender una zona única de escolarización y que algunas instituciones educativas, consideradas de ‘élite’, consoliden la selección de sus estudiantes; o si defiende una escolarización zonal, por barrios, distritos… donde las comisiones de escolarización, con participación de las comunidades educativas y de otros agentes sociales, equilibren necesidades y ofertas de plazas. Esta acción colegiada, por cierto, sería una oportunidad para construir ese barrio educador que necesitamos, recordemos la evidencia de que… la escuela no educa sola.
Somos los ciudadanos y ciudadanas quienes debemos decidir lo que nos conviene. Es fundamental comprobar si un programa o una práctica política permiten que la escuela y su entorno, de manera dialogada, se comprometan con un futuro justo y de convivencia para todos. Esto es, en definitiva, el valor que encierra la educación. La institución escolar se ocupa de una parte de esta tarea, tratando de ejercerla de manera científica, rigurosa y sistemática pero, ni mucho menos lo puede conseguir sola, y, menos aún, sin la labor de las familias y de otros agentes y entornos del contexto más próximo, pues los aprendizajes promovidos estarían descarnados, ‘sin alma’, más propios de una sociedad egoísta de sujetos aislados.
La sociedad demanda cada vez más contenidos que incorporar en el currículo escolar. La escuela se ve desbordada porque los tiempos lectivos se antojan insuficientes para poder desarrollarlos de forma adecuada y trata de priorizar, sin casi autonomía para hacerlo por estar supeditada al mandato legislativo de turno desde el que se impulsa unas áreas de conocimiento y se relegan otras. En la actualidad, el discurso de potenciar lo que ha venido en denominarse materias troncales, entre las que se ha incluido el dominio del inglés casi de forma obsesiva, ha traído consigo que la educación integral de nuestros menores se vea seriamente amenazada. Las áreas vinculadas con las enseñanzas artísticas y deportivas son las más perjudicadas, aunque otras tampoco escapan al daño más o menos intenso. Ante esta realidad, la escuela demuestra, de nuevo, por qué no puede educar sola. Las familias, enfrentadas a este panorama, buscan fuera de la escuela cómo complementar lo que ésta ya se ve incapaz de asumir por una incorrecta configuración del currículo formal y de los tiempos escolares que se destinan a este.
Es imprescindible que repensemos en los desequilibrios actuales y exijamos a quienes nos quieren gobernar soluciones reales a la situación creada. Debemos revisar sus programas electorales, apoyar con el voto aquellos que nos propongan mejorar en favor del bien común nuestra escuela y nuestra sociedad. Y luego exigirles que lo cumplan.
Rodrigo J. García y José Luis Pazos. Miembros del Foro de Sevilla