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Hace unos días la Organización Mundial de la Salud reconocía el síndrome del trabajador quemado o burnout como una enfermedad relacionada con el trabajo. La medida tendrá un gran impacto en profesiones como la de docente. Entre otras cuestiones porque afecta en buena medida a personas que trabajan atendiendo a otras personas.
Hasta ahora los sindicatos de la enseñanza han pasado muchos años reclamando al Estado este reconocimiento dadas las condiciones de trabajo del personal docente. Antes de los grandes recortes de 2012 las centrales habían venido realizando, también otras entidades, diferentes estudios sobre la prevalencia de este síndrome en la profesión. Pero desde 2013, más o menos, no se han vuelto a publicar cifras o estimaciones de personas afectadas por un síndrome que podría estar impactando hasta en un 65% de los profesionales, eso sí, en diferentes estadios.
Tanto la OMS como otras instituciones nacionales y supranacionales dan algunos consejos para superar el síndrome o prevenirlo. Todas ellas relacionadas fundamentalmente con la gestión de las emociones, un intento porque el estrés propio de una profesión de gran responsabilidad que se desarrolla en relación directa con otras personas pueda estar lo suficientemente controlado.
Las medidas relacionadas, eso sí, con las condiciones materiales en las que se desarrolla el trabajo siempre quedan más invisibilizadas. A pesar de esto, la Agencia Europea de Seguridad y Salud en el Trabajo (EU-OSHA en sus siglas en inglés), asegura que el estrés laboral continuado (base del síndrome) «es un síntoma de un problema de organización, no una debilidad individual».
Los recortes de 2012, sobre todo, con el aumento de las horas lectivas, de las ratios en todo el país, de la interinidad y la inestabilidad laboral, el recorte de presupuesto, la desaparición de figuras de apoyo, los desdobles para conseguir una intervención más personalizada no han ayudado a que, en los últimos años, las condiciones de trabajo de maestras y maestros, ni de docentes de secundaria, estén cerca de mejorar las perspectivas. A esto se suma la bajada del abandono escolar temprano, que ha supuesto que muchos miles de alumnos permanezcan en las aulas cuando antes se iban.
Visibilización
¿Por qué es importante la decisión de la OMS en relación al burnout? La primera razón es porque el reconocimiento de este síndrome y de cómo afecta a las y los trabajadores supondrá la visibilización de un problema oculto por la falta total de datos sobre su incidencia.
Desde el Ministerio de Educación y FP, por ejemplo, no se tiene constancia de ninguna cifra sobre cuánta gente se ve afectada por él de entre los más de 500.000 docentes del colectivo. Tampoco, claro, de cuánto personal de administración y servicio puede verse afectado. En el Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social tampoco existen datos sobre quienes trabajan en educación, aunque sí aparecen algunas referencias al personal de enfermería en su web.
Desde la Federación de Enseñanza de CCOO, Encarnación Pizarro, responsable de Salud Laboral, asegura que están comenzando a elaborar un estudio sobre el síndrome, pero todavía tardará meses en ofrecer cifras. Admite que en los últimos años ha sido imposible para los sindicatos poder estudiar la cuestión. Los recortes, desde hace ya una década, también les afectan. Tienen menos personal liberado con el que acudir a los centros o con el que llevar a cabo estudios sobre las condiciones de trabajo o salud del colectivo.
Argumenta Pizarro que, además de las posibles bajas directas de este síndrome, también hay otras que están quedando fuera de la vista. Habla, por ejemplo, de los accidentes in intinere, que podrían haber aumentado por causa de este estrés crónico, además de otros riesgos psicosociales.
Otro de los cambios que presumiblemente se sucederían, además de no tener que acudir a la vía judicial para conseguir el reconocimiento de una baja en relación con las condiciones de trabajo, pasaría porque desde el primer momento la Seguridad Social y las mutuas laborales se hicieran cargo del pago de las bajas con una cuantía superior a la de ahora, puesto que las bajas relacionadas directamente con el trabajo tienen mayor cobertura. Por no hablar del pago de los posibles tratamientos, de los que tendrían que hacerse cargo también.
No se trata, simplemente, de que el personal docente aprenda a gestionar mejor sus emociones para así poder tener a ralla el estrés. Instrumentos como el coaching pueden ayudar, pero sin una mejora de las condiciones de trabajo del colectivo no se atajaría el problema. Para Pizarro se trata de herramientas que pueden servir, pero primero hay que hacer la detección y luego la intervención. Entre ambas, pueden ser de utilidad. Sin olvidarse de las herramientas de la negociación colectiva, paralizada durante los últimos años.
Para esta responsable sindical, la situación laboral generada en el colectivo con los recortes supone que toda esa atención más directa del alumno queda en un segundo plano, burocratizada. Esto «proboca mucha frustración» entre las y los docentes, además de una mayor cantidad de estrés laboral. «Sabemos que los grupos reducidos (grupos de apoyo, desdobles) funcionan mejor, dan mejores resultados » en las evaluaciones tipo PISA, asegura Pizarro.
Con ratios menores o a la posibilidad de hacer desdobles, además de mejoras en los rendimientos académicos, se consiguen mejoras en la convivencia tanto para el personal docente como para el alumnado. «Genera muchas frustración ver que algo funciona y se desmonta», asegura Pizarro.
En el sector educativo, y aquí coinciden Pizarro y Francisco Javier Gómez, también responsable de Salud Laboral de los STEs, la etapa de secundaria así como la de educación infantil, son en las que mayor prevalencia del síndrome hay. Las condiciones de trabajo con más complejas, ratios muy altas y, por razones diferentes, la atención del alumnado es complicada. En infantil, por una mayor dependencia de niños y niñas. En la secundaria, además de por la adolescencia propiamente dicha, por una mayor presión el currículo y por haber, en la pública sobre todo, perfiles más complicados con alumnado con necesidades educativas especiales, por ejemplo.