Lunes por la mañana. Quedan muy pocos días ya para que el curso termine. Hace un día soleado, todavía no demasiado caluroso. Vamos de visita a un centro extraordinario, el ACE Asamblea. Se trata de un peqeño edificio antiguo, rodeado casi en su totalidad por descampados y zonas donde crecen hacia el cielo nuevas construcciones de vivienda de alquiler social. Está a pocos minutos andando de la Asamblea de Madrid, el parlamento autonómico, en el modesto barrio de Vallecas.
El ACE «escolariza» a un puñado de chicas y chicos, 26, 13 en Peluquería y otros tantos en Electricidad. La práctica totalidad tiene 15 años, aunque hay quien ha cumplido los 16. Un ACE es un aula de compensación educativa. Su trabajo, sobre el papel, trata de «garantizar la atención educativa y favorecer la integración escolar del alumnado, propiciando el desarrollo de las capacidades incluidas en los objetivos generales de etapa y hacer posible, en su caso, su incorporación a» la FP Básica o una UFIL, como mucho, la educación de adultos más adelante.
Aunque, claro, su trabajo va más allá de estos límites. Podría decirse que el esfuerzo del equipo docente se centra en que el alumnado no salga del sistema educativo con el peor sabor de boca posible. Que consiga interiorizar que, a pesar de las muchas dificultades que han enfrentado (y que enfrenta), es posible que retomen el camino educativo, que tienen capacidad para lucharlo. De alguna manera, el trabajo pasa por recoger la autoestima de chicas y chicos con graves dificultades socioeconómicas o que viven en ambientes desestructurados, y elevarla lo máximo posible.
Este año el ACE Asamblea ha contado con siete personas en el claustro. Cuatro son interinas y no saben dónde estarán en el mes de septiembre. Un modo de conducirse bastante habitual en el sistema público y que no parece dificultar el trabajo. Tal vez porque cada mes de junio el conjunto de estudiantes saldrá del centro. Están en la frontera de la edad legal de escolarización. Nadie repite, todas las caras, todas las vivencias, son nuevas cada curso.
El curso que acaba de cerrarse lo han pasado desarrollando un proyecto que ha atravesado toda la actividad del centro. Un proyecto bajo el título: «Nuevas metodologías a través del arte» bajo el cual han realizado la exposición MirArte: una instrospección de las emociones. Para ponerla realizarla han trabajado sobre la obra escultórica de Alexander Calder, sus móviles, sus colores y sus figuras. Todas ellas han entrado en las aulas y han ocupado un espacio en todas las materias: matemáticas, lengua, ciencias, peluquería, electricidad e, incluso, educación física y expresión y habilidades sociales, nos explica Carlos Candel, uno de los profesores que nos hace de cicerone esta mañana). Aunque, «el día a día no te deja hacerlo todo en todo momento», explica Candel.
Para hacerlo posible, además del alumnado, han participado Elena Díaz, jefa de estudios y responsable del área de expresión y habilidades sociales; Cruz Pérez, profesora responsable del área técnica de peluquería; Juan Jesús Cano, maestro de Lengua, Literatura y Sociales; David Sellers, profesor de Educación Física; Porfiria Martínez, Profesora responsable del área técnica de Electricidad; Carlos Candel, profesor de Matemáticas y Ciencias Naturales, y Pablo Horcas PTSC.
Para que el esfuerzo tuviera una recompensa, el pasado 17 de junio, un grupo de estas chicas y chicos, acompañados de parte del claustro, ha ofrecido una visita guiada para mostrar a sus familias, al personal de entidades con las que el ACE desarrolla parte de su labor, y de centros educativos en los que chicas y chicos están adscritos, el resultado de su trabajo. En la presentación no están todos los que han sido, pero sí una larga representación: Diego, Moha, Antonio, Jhoher, Dailyn, Ingrid, Guillendy, Iván, Luis y Karina.
La exposición que recoge bocetos, máscaras, dibujos y una gran escultura final en la que han participado docentes y alumnado y que quería simbolizar todos los miedos, individuales y comunes del grupo. Todo el trabajo ha tratado de, utilizando formas y colores «Calder» hacer hablar al alumnado de sus preocupaciones, de sus miedos, de cómo se sienten. A todo esto, se suma que se encuentran, chicas y chicos, en un momento de transición importante, al terminar la escolarización obligatoria. «Gran parte de lo que está expuesto en la exposición, explica Carlos, tiene ese fondo: ‘qué va a pasar conmigo el año que viene'».
A lo largo del paseo, chicas y chicos han ido explicando cómo se ha hecho cada pieza, qué han intentado reflejar en ellas y cómo ha sido el proceso de creación de las diferentes obras, los materiales utilizados, etc.
Para añadir un poco más de dificultad al hecho de hacer un proyecto con los 13 que, además, hablase de sus emociones, decidieron que para organizarlos lo mejor sería que fueran chico con chica y de especialidades diferentes, una persona de Electricidada y otra de Peluquería. «Este es el año que más se han interelacionado y tiene muchas ventajas y algún inconveniente, para nosotros, no para ellos. Se activan mucho, como buenos adolescentes», explica Cruz.
«Nos ha sorprendido mucho que han funcionado de manera prácticamente autónoma; les íbamos a proponer algo más sencillo pero ellos lo han complicado de manera asombrosa. (Y las piezas) hablan mucho de ellos; si les conoces, puedes identificar cosas», comenta Carlos.
La exposición la componen piezas realizadas en alambre soldado, al modo de los móviles de Calder, con mensajes en papel y de colores en donde han escrito diferentes emociones o descrito sus sentimientos hacia alguna perasona importante de su vida. Han trabajado también con diferentes peinados con lana, también de colores, máscaras en las que han intentado plasmar, a base de colores, su estado.
La última sala está dedicada a los miedos y en ella hay representaciones de los miedos individuales de cada uno, con sus formas diferentes y expestos frente a una luz potente que genere también una sombra, elemento también importante de la pieza escultórica.
Y, en la zona principal de la sala, «el monstruo», una escultura de gran tamaño en la que han trabajado el equpo docente, así como el alumnado para, de manera coral, represenar también sus miedos. Mientras uno intenta analizar las piezas que lo componen (sus patas, colores, formas…), puede escuchar un audio coral también, en el que cada persona dice a qué le tiene miedo: «Me da miedo perder a mis amigos, depender siempre de alguien, al dolor, el rechazo y la soledad, a que le pase algo a un miembro de mi familia, a no saber disfrutar de la vida y de morir sin haber aprovechado mi tiempo, me ha dado miedo no dar la talla, a mí lo que me siempre me ha dado miedo es la muerte, las alturas, a las abejas, miedo de morir, a perder a mi madre, a las arañas, me da mucho miedo…».
Es difícil imaginar en qué estado personal llegan chicas y chicos a un ALCE. Pero es muy interesante verles y escucharles cuando acompañan por ese paseo artístico y personal a sus familias. Cuando sienten vergüenza al leer una explicación, al tener que darla o cuando se escuchan en una grabación hablando de sus miedos. También cuando se ven en un vídeo siendo entrevistados en relación a las personas a las que más quieren y qué estarían dispuestos a regalarles. Algunas lágrimas se escapan en el aula en la que compartimos este rato.
Carlos Candel lo resume en la historia de uno de los alumns que han pasado por el ACE este año, el momento en el que este joven le contaba que «yo vine y estaba cagado de miedo» y cómo pasó una temporada «ocultándose» del resto, siempre atrás, tapándose la cara todo lo posible. «La ventaja que tenemos es que aquí no hay dónde esconderse, con los poquitos que somos. Todo se ve. Y se acepta» comentan en el patio Cruz Pérez y Porfiria Martínez.
Como cualquier adolescente de su edad, chicas y chicos intentan componer ese personaje que de una manera u otra se acabará convirtiendo en su personalidad. Han de tener sus poses, sus códigos, pero debajo de la coraza de la construcción social, hay personas cargadas de miedos e inseguridades. «Gran parte de lo que hemos descubierto este curso es que lo que les está bloqueando todo el tiempo son los miedos, el miedo al fracaso, a quedar mal, a la vergüenza, a no dar la talla, al ridículo, a que se les vea demasiado o no se les vea nada», nos explican Carlos y Cruz Pérez, profesora responsable del área técnica de Peluquería.
«Necesitan una orientación constante», explica Candel, en el proceso de creación del monstruo. «Ellos no lo veían», pero cuando ya habían terminado, «no dicen nada. Oyes el reconocimiento y el valor. Están pensando en que lo han hecho» mientras miran la pieza. Para este profesor, no es suficiente con mostrarles la pieza, «hay que darles una lectura constante, «¿Tú eres consciente de que formas parte de esto? ¿Dónde te ves?». «Darle mucho valor para que el curso que viene, estén donde estén valoren su trabajo su esfuerzo, al margen de que sea más o menos bonito». A esto se suma el hecho mismo del evento que han organizado, la visita de sus familias y otras personas ajenas al centro, «les ayuda a ver que algo de valor tiene todo esto».
Tal vez eso es lo que ocurre cuando se nos acerca uno de los alumnos:
– Hola Moha, dice Carlos.
– ¿Has venido por él?. me pregunta señalando a Carlos.
– He venido más bien por vosotros, aunque Carlos me avisó -contesto.
– ¿Nos has hecho alguna foto?
– No, todavía no porque no sé si puedo.
– Hazme una fotito, venga, una foto… ¿Es buena cámara? Sácame de cuerpo entero…
– ¿Qué te parece cómo ha salido?
– Pues, ole yo y mi posar de modelo… vamos pa’llá.
Después de la visita, un poco de comida, bebida y conversación entre unos y otros, en el pequeño patio donde intenta sobrevivir un pequeño huerto escolar entre enormes plumas que levantan grandes bloques de pisos.
Cuando está todo hecho, un padre agradece a los docentes el esfuerzo que han hecho con su hijo, la ayuda que le han dado y el cambio que él mismo ha podido notar a lo largo de los meses en su hijo.
Es difícil imaginar qué pensará una profesora o un profesor cuando ese es parte del pago tras nueve meses de trabajo.