Desde el comienzo de la crisis económica las tasas de abandono escolar temprano no han parado de crecer, prácticamente a un ritmo de 1,7 puntos porcentuales anuales de media. Bien es cierto que en los últimos años, desde 2015, ese descenso ha sido cada vez más y más lento. Hasta colocarnos una décima por debajo del 18%.
Son buenas noticias, pero no del todo. España se quedará por encima del objetivo europeo 2020 del 15% (para el resto del continente la cifra es del 10%), aunque algunas comunidades autónomas como Euskadi lo han logrado ya hace algunos años.
La manera de acercarse al fenómeno del AET es muy dispar. En el análisis que se hace en el volumen (editado por las fundaciones Ramón Areces y Europea Sociedad y Educación en colaboración), Lucas Gortázar hace un sucinto análisis de qué dos posibilidades de explicación hay al fenómeno de la bajada y su ralentización. Depende de si se atiende a que la bajada se haya producido por elementos externos al sistema, más coyunturales, o si ha venido porque el propio sistema educativo ha producido cambios internos suficientes para haber probocado esta bajada de la tasa.
Julio Carabaña, sociólogo de la educación, lanzó la idea de que para seguir reduciendo las tasas de AET habría dos caminos fundamentalmente. Por una parte, que aumentase la matrícula en las diferentes etapas con lo que, lógicamente, algo mejoraría la tasa y, por otra parte, que alcanzar algunos de los títulos de secundaria postobligatoria fuera más fácil.
En un análisis previo que hiciera hace tres años para el mismo volumen de indicadores, Carabaña desentrañaba cómo países de nuestro entorno han apostado por una vía o por otra. España, al igual que otros como Dinamarca o Luxemburgo, hizo mayor hincapié en el aumento de la matrícula en estos estudios pero, al pasar de los años y de lo peor de la crisis, este sistema parece demostrar que no puede asumir más bajada.
Por otra parte, en el mismo análisis, el catedrátivo de la Complutense, señala que una opción para conseguir seguir acercándonos al objetivo deseado del 15% habría que pensar en la posibilidad de que los títulos fueran más fáciles de conseguir, algo que choca profundamente con buena parte del discurso habitual y dominante de que la educación es cada vez más fácil y que no tiene el nivel suficiente.
Los ninis no existen
Carabaña gusta de hacer, de vez en cuando, afirmaciones un tanto polémicas. Desde la posibilidad de que España elimine el título de la ESO para que así pasen más personas a la educación postobligatoria, hasta que «los ninis no existen».
Desde hace años, España ha ostentados unas cifras altas de personas que ni estudian ni trabajan, los famososo ninis. Incluso durante los peores años de la crisis económica, este colectivo, realmente heterogéneo de personas creció. Algo en lo que no se ha detenido demasiada gente. Más allá del casi escándalo de que, presumiblemente, quienes huyeron del sistema educativo cuando había trabajo, volverían a él cuando se esfumaron sectores económicos enteros.
De forma contraintuitiva, sus cifras crecieron. La explicación es relativamente sentilla. Al menos cuando uno escucha a Julio Carabaña aclarar que «los ninis no existen». Su porcentaje entre jóvenes de 15 a 24 años es de 12,4% para 2018. «Por efecto de la suma artificial de los parados y los inactivos».
Los parados son el colectivo de personas que no tiene trabajo pero sí tiene una intención de buscarlo. Los inactivos son personas que no tienen un trabajo (al menos convencional) ni intención de buscarlo. Los primeros han ido variando su porcentaje a lo largo de la crisis y tras esta pazando del 12,8% en 2011 (su valor mayor) hasta el 7,2% de 2018. Sin embargo, en el caso de los inactivos, su tasa ha tenido muy pocas variaciones, como mucho de un punto porcentual, de taal manera que han pasado de ser el 5,4% en 2011 al 5,2 en 2018. Como resumen Carabaña el elemento dinámico son los parados.
«Los ninis son un añadido artificial que desprecia las preferencias de la gente creado por UE para repartir dineros», principalmente dedicados a los programas de Garantía social impulsados por la Unión a partir de 2013. En definitiva, quienes ni estudian, ni trabajan, ni tienen intención de hacer ninguna de las dos cosas, suponen un porcentaje relativamente bajo «y muy parecida en todas partes», argumenta Carabaña.
Para el sociólogo, además de otras consideraciones, el índice supone un retroceso, empezando por plantear la dicotomía de «estudias o trabajas», pero algo tienes que hacer. Cuando, por ejemplo, quienes no estudian ni trabajan y se dedican al trabajo doméstico, es decir, principalmente las amas de casa, estarían dentro de este colectivo.
«Si queremos que este colectivo haga algo, habrá que saber por qué no lo hacen», aseguró Carabaña, quien insistió que algunas de las razones que pueden esgrimir son socialmente aceptadas y aceptables como tomarse un año sabático para decidir qué hacer en el futuro inmediato.
Para Carabaña el indicador de los ninis «supone una regresión, un retroceso» y, además, asegura que lo es en cuatro formas diferentes: analítico («¿Por qué mezclar y confundir lo que está claro?»); moral (porque condena cualquier ociosidad, deslegitima el trabajo informal en el que se incluye el trabajo doméstico); político (porque ignora los gustos personales y las costumbres y legitima al Estado para «salvar a los individuos de sus decisiones equivocadas), y, finalmente, es un retroceso rpáctico, a juicio de Julio Carabaña, porque, al ignorar a quienes forman el colectivo y sus razones, las políticas públicas quedan sin objetivos claros.
Para el sociólogo, además, el indicador de los ninis, dadas las explicaciones anteriores, debaría dejar de utilizarse en la discusión educativa, puesto que su varianza responde únicamente a factores económicos. del conjunto, son los parados los que suben y bajan, mientras que los inactivos se mantienen en cifras virtualmente inalteradas desde el año 2000.