Necesitamos una reflexión consciente sobre el sentido de la educación no del mercado educativo. Permitir que el poder económico condicione el sistema educativo y que el Estado subvencione con dinero público a organizaciones religiosas y grupos con declarados intereses económicos e ideológicos que forman las élites dominantes es “no sólo una aberración pedagógica sino una clamorosa injusticia”, constata Emilio Lledó (El Espectador 30.06.2018). Ni el mercado, ni la ética comercial, ni los intereses religiosos e ideológicos de grupos, colocan la igualdad por encima del lucro ni de sus “paraísos” privados. Lo peor no es la injusticia, sino el hecho de que la aceptemos.
La ideología desigualitaria, -según Piketty- lo que en este periodo, que es el nuestro, legitima el statu quo, sería la meritocracia, “la necesidad de justificar las diferencias sociales apelando a capacidades individuales” es el fundamento del mercado educativo. En este contexto la educación pierde tres de sus condiciones esenciales: pública, laica y democrática. Y el hecho de fomentar cada vez más el individualismo solo acentúa la indiferencia cívica. El trastorno más extendido de nuestro tiempo. A los neoconservadores les interesa más el accionista que el ciudadano.
La educación, con esta losa conservadora de la derecha, es una herramienta para la instrucción dominada por la simplificación, la fragmentación, la selección y la segregación. Es útil para desinformar y mantener a las personas en la perplejidad, pero no clarifica ni ayuda a afrontar los problemas más elementales de la vida. Por el contrario, necesitamos recuperar el sentido de la educación como un proceso de construcción personal y de recreación de la cultura. Si prescindimos por completo de un sentido humanista de la educación, movido por la curiosidad, el deseo de aprender, la crítica y la independencia de pensamiento, pervertimos la educación. Tendremos una visión muy empobrecida de lo humano y del acto de educar que forma el ser de una sociedad viva, y es desafiante, estará en peligro de extinción. La información y la ingente acumulación de contenidos, sin vinculación significativa, para el que por obligación se topa con ella, impide la construcción real del conocimiento y la sabiduría. Un ataque directo al derecho a la educación.
El derecho a la educación requiere un planteamiento pedagógico común que integre los distintos saberes necesarios para ejercer la ciudadanía responsable, autónoma y crítica para una vida personal plena. Necesita un currículo diversificado que permita a cada persona desarrollar oportunidades propias y valiosas para su vida y la vida en común.
La investigación, la creatividad y el trabajo cooperativo deben formar parte de los objetivos educativos. El aprendizaje, como actividad compartida, produce el desarrollo de una inteligencia común. Engloba la educación para la convivencia, la solidaridad, para la gestión de los conflictos, la paz, el cuidado y el respeto a la naturaleza, como parte indisoluble del ser humano. E incluye el derecho de las niñas y niños, adolescentes y jóvenes a la felicidad y el bienestar personal y colectivo. Ellas y ellos son la razón de ser del sistema educativo, no la obligación de ser alumno.