“Como ponen de manifiesto múltiples investigaciones (Darling-Hammond, 2010, Willinghan, 2009, Davidson 2009) los estudiantes contemporáneos, en su mayoría, no fracasan en la escuela ni abandonan los estudios de manera prematura por el nivel de dificultad de una exigencia escolar dura sino, principalmente, por aburrimiento, por ausencia de interés, por la escasa relevancia y utilidad social de lo que se enseña y se aprende en la escuela. La mayoría de estas investigaciones confirman que la relevancia, el interés de lo que se trabaja en la escuela, se ha convertido en el factor crucial para garantizar la permanencia de los individuos en la misma, su rendimiento y desarrollo satisfactorio, especialmente para los estudiantes de niveles socioculturales más desfavorecidos (Wagner, 2012; Dede, 2007; Bellanca, 2010, 2012)”, Ángel I. Pérez Gómez, ‘Una reforma elitista que añora el pasado e hipoteca el futuro’. Periódico Escuela número 3.956.
La LOMCE ha acentuado el carácter mecanicista, repetitivo y previsible del currículo, estableciendo una jerarquía de asignaturas, propias de la era industrial, que considera unas disciplinas más importantes que otras para triunfar en la vida laboral. Las mal llamadas asignaturas instrumentales –Lengua, Matemáticas y Ciencias– relacionadas con el conocimiento “útil” y “objetivo”. El currículo sigue siendo de carácter enciclopédico, repleto de datos fragmentados en asignaturas. Se aprende de manera memorística y se constatan unos conocimientos adquiridos a través de innumerables pruebas estandarizadas, cuyos resultados marcan la línea divisoria entre el fracaso y el éxito escolar.
Es un currículo de talla única, inabarcable, que no responde a la diversidad de las escuelas, provocando una considerable pérdida de talento. Genera un fuerte desasosiego en el profesorado, y una incapacidad por parte de los y las estudiantes de asentar y reposar sus aprendizajes, algo esencial para lograr su visibilidad así como su impacto social.
Con el tiempo hemos ido a una “asignaturitis” mucho mayor. Con un empleo del tiempo escolar absurdo, que impide vivencias significativas y el compromiso con el derecho a la educación. Una concepción de la cultura, y de la propia educación, muy limitadas.
Los grandes retos del siglo XXI exigen grandes cambios en el currículo. La magia de conocer está en la experiencia del camino, no en el resultado. El currículo debe ser significativo y relevante para las personas.
Necesitamos construir un currículo alternativo al existente, más dinámico y adaptado a las exigencias y necesidades futuras de las nuevas generaciones. Introducir metodologías activas y cooperativas entre el alumnado y entre el profesorado. Organizarlo en áreas de conocimiento y fundamentarlo en la solidaridad y el trabajo cooperativo.
Que nazca de un profundo debate social sobre lo que serían los saberes relevantes para una ciudadanía del siglo XXI y, por tanto, un currículo que dé sentido educativo a esos saberes, tanto en sus planteamientos teóricos como en su concreción en los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Abierto y flexible. La educación ya trasciende el centro educativo. Por eso, no podemos educar en colegios e institutos al margen de la comunidad educativa que les rodea. Cualquier cambio en profundidad debe garantizar mecanismos e instrumentos que garanticen la participación de la comunidad educativa en el diseño e implementación de una parte significativa del currículo, en el marco de la auténtica autonomía del centro.