Estimado señor Maeztu:
Mi nombre es Carolina Dopico. Soy madre de dos niñas y vivimos en Inglaterra. Mi pareja y yo siempre estamos hablando del día en que volveremos a España, ojalá a mi querida Málaga, pero a la vez hay muchos factores que nos siguen atando a este país. Recientemente, de hecho, nos sentimos afortunados, ya que la idea de que mis hijas pudieran estar expuestas a la abominable normalización del maltrato animal como parte del currículo de su escuela es sobrecogedora. En mi opinión, se trata de una salvajada que podría tener consecuencias irreparables en la madurez emocional de mis hijas, ya que visualizar escenas de tortura y muerte de un ser vivo les ocasionaría un gran trastorno. Mis hijas, como muchísimas otras niñas y niños, lo pasan mal con el sufrimiento, es lo que comúnmente se llama empatía, y cuando presencian alguna escena en la televisión, como fue el caso del cazador que apaleó a un zorrillo y lo grabó y compartió en las redes, se quedan trastornadas y tienen pesadillas durante varios días. Aquel telediario no debería haber emitido esas imágenes durante horario infantil, pero ese es otro tema.
Mi preocupación por esta atrocidad política, que ha sido recientemente aprobada por el Parlamento andaluz, de introducir la caza y los toros en el currículo de las escuelas, me ha llevado a recabar opiniones de dos amigas muy cercanas que considero expertas en el ámbito de la infancia. Creo que para opinar y, tanto más, para realizar nuevas políticas, han de involucrarse agentes sociales que proporcionen el conocimiento de base necesario para llegar a un consenso, sobre todo cuando afectan a la vida de la gente, y aún más a los y las menores. Estamos acostumbrados a que los políticos tomen decisiones relevantes en educación sin contar con las educadoras y los psicólogos, que tomen nuevas medidas trascendentes en sanidad sin consultar con el personal sanitario. Lo hemos normalizado. Otro ejemplo muy claro es la propuesta hecha por Vox en Murcia sobre el pin parental, una aberración que atenta contra los derechos fundamentales de la niña y el niño a recibir una educación en valores.
Estas dos amigas que he mencionado, son una maestra de educación infantil y primaria, María Trinidad, y una profesora universitaria de Trabajo Social especializado en la infancia, Elsa. Cuando les he pedido que me ayudaran a argumentar mi postura, me han proporcionado suficiente justificación experta a todas mis dudas.
María Trinidad me envió el siguiente párrafo:
«La Orden de 5 de agosto de 2008, por la que se desarrolla el currículo correspondiente a la educación infantil en Andalucía, recoge lo siguiente en el apartado b), Áreas de Educación Infantil: “Su principal finalidad será contribuir al desarrollo físico, afectivo, social e intelectual de los niños y niñas, en colaboración con la familia, respetando los derechos de la infancia y atendiendo a su bienestar”. Se establecen tres áreas:
- Conocimiento de sí mismo y autonomía personal.
- Conocimiento del entorno.
- Lenguajes: comunicación y representación.
Cada una se compone de una serie de contenidos. En la segunda área, Conocimiento del entorno, destacamos el bloque II: Acercamiento a la naturaleza.
El medio natural y los seres y elementos que forman parte de él son objeto preferente de la curiosidad infantil. En efecto, el interés que los pequeños sienten tanto por los seres vivos, como animales y plantas, como por los no vivos, como las piedras y el agua, se despierta muy pronto. Los profesionales, desde el primer ciclo y más aún en el segundo de educación infantil, deben fomentar y orientar las observaciones infantiles sobre el medio natural.
Deberían aprovecharse estas situaciones para favorecer el desarrollo de los afectos infantiles en relación con los seres vivos. La atención y el cuidado dirigido a los animales o plantas promueve el desarrollo de buenos sentimientos: de afecto, de protección y de cuidado. El profesor o la profesora que ejerza la tutoría intentará que estos sentimientos se traduzcan en hábitos de buen trato, evitando coger o violentar a los animales, así como en habilidades relacionadas con su cuidado, como ayudar a limpiar, cuidar, o dar de comer, a algún animal en el aula.
Conviene que los pequeños vayan tomando conciencia gradualmente de la belleza del entorno natural.
Aquí se constata que no tiene ninguna finalidad ni justificación pedagógica la inclusión de “la caza” en las enseñanzas más allá de “pretender adoctrinar a los niños/as en el maltrato y la violencia” como ya han denunciado 260 organizaciones para exigir que se retire esta iniciativa. Así se recoge en el artículo: “Incluir la caza en las escuelas es ilegal, según los expertos”, en la página web del Correo de Andalucía. Antes de imponer contenidos educativos deberían contar con la opinión y experiencia de toda la comunidad educativa: maestros, familias, alumnado, etc., ya que la educación y formación es responsabilidad de todos, pero quienes realmente conocen las necesidades e inquietudes de los más pequeños son los que pasan con ellos muchas horas de su vida y los acompañan, en el día a día, en su crecimiento».
Creo que el texto de María Trinidad expone claramente la preocupación del profesorado infantil por la vulneración del currículo de enseñanza y, por ende, de la integridad de la educación de los y las menores. Aquí, en Inglaterra, los colegios tienen programas en los que enseñan a las niñas y niños a observar el ciclo de la vida de pollitos, patos y ranas, les enseñan a cuidarlos, se les ve emocionados a la espera del momento de eclosión de los huevos, o del día en que la granja escuela local traerá a sus animales para poder tocarlos o, incluso, sostenerlos en brazos, siempre con cuidado y respeto. Ojalá esta fuera la dirección que tomara la educación infantil en cualquier lugar del mundo, un avance necesario, y no el retroceso que supondría el exponerles a la tortura de la caza y los toros con la excusa de la cultura y la tradición. También fue parte de la cultura de antaño el disfrutar viendo a hombres siendo devorados por animales, quemar a las supuestas brujas o cortar cabezas en las plazas, pero aún queda por relegar al pasado el disfrute con el maltrato animal.
Elsa González, quien como he descrito es profesora universitaria de Trabajo Social especializada en la infancia, me ha proporcionado una gran información sobre lo que algunos expertos han venido publicando desde hace ya muchísimos años, y sobre todo en la última década, en referencia a los conceptos de la empatía y las neuronas espejo, que ha supuesto un gran avance en el entendimiento de la evolución del aprendizaje en el y la menor. Elsa expone también su gran preocupación por este asunto en un texto del que he extraído los siguientes párrafos:
«Las niñas y los niños, debido a su corta edad, su capacidad de procesar información y sus habilidades con el lenguaje, se ven más afectados por las imágenes violentas que los adultos.
En 1994, un estudio de la Universidad de Boston realizaba una correlación causal entre la exposición a imágenes violentas y el consecuente comportamiento violento posterior de los niños. Este estudio realizaba tres sugerencias para evitar el comportamiento violento en los menores. La primera, educar a los progenitores en el control parental de las imágenes a las que se exponía a los menores. La segunda, incentivar a los colegios a trabajar con los alumnos para mejorar su habilidad crítica de selección de programas. Finalmente, trabajar a nivel político y federal para reducir las imágenes violentas por televisión.
De este documento se infiere que las imágenes puramente violentas no están diseñadas para que los menores puedan procesarlas o reflexionar sobre ellas con la madurez necesaria para poder protegerse de sus efectos.
[…] La Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas, en su artículo 19 establece “la protección del niño contra todo perjuicio o abuso físico o mental”. La exposición a tal violencia […] se encuentra dentro de la definición de abuso de menores por la Organización Mundial de La Salud, que lo define como “los abusos y la desatención de que son objeto los menores de 18 años”, e incluye “todos los tipos de maltrato físico o psicológico, […] que causen o puedan causar un daño a la salud, desarrollo o dignidad del niño […].” Siguiendo este argumento, podemos inferir que si las instituciones de un país fomentan la visualización de la violencia, podrían entrar en un maltrato institucional activo al exponer a los efectos de tal actividad a los menores.
La empatía es una herramienta evolutiva que lleva a los individuos a conocer el mundo desde pequeños. Ioannidou y Konstantikaki (2008) describen la empatía como un elemento o característica principal de la inteligencia emocional que realiza funciones como la autorregulación de las emociones o la mejor comprensión de las actividades comunicativas con otros seres.
La capacidad de sentir lo que siente el otro es una actividad evolutiva que nos sirve para aprender y que depende de las neuronas espejo, que nos colocan en el lugar del otro. La neurociencia conecta las neuronas espejo con la percepción del dolor. Varios estudios han encontrado que ciertas partes del cerebro están igualmente activas cuando sentimos dolor nosotros que cuando lo sienten otros.
En una corrida de toros, el menor no es un espectador pasivo y protegido en su casa y entorno. Los olores, los sonidos, el contacto con otros, la cercanía de la víctima, la sangre, los gritos y los jugos corporales del animal constituyen por sí mismos una experiencia real, más cruda y vívida que el mero hecho de estar pasivamente sentado viendo una imagen en un entorno frío. El menor experimenta esta actividad de forma más descarnada y sin escapatoria.
Pocas personas, incluidos los niños, consideran que el toro no es torturado y tratado con crueldad antes de su muerte violenta. Ya en 1999 Javier Urra, Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, se basó en varios estudios publicados en España para hacer sus recomendaciones sobre la exposición de los menores a las corridas de toros. En estos estudios los niños aclaran cómo las corridas para ellos son “aburridas, feas y violentas” y cómo las rechazan por “la crueldad y la muerte del toro”. Por lo tanto, no hay duda de la relación entre violencia percibida por los menores y su crueldad con los animales.
Ahora sabemos que la crueldad con los animales es un importante predictor de posteriores actos antisociales y agresivos, y que sin una intervención adecuada, los niños que tienen estos comportamientos están bajo riesgo de desarrollar trastornos de conducta y salud mental. El criterio de diagnóstico de desórdenes de conducta en menores o el trastorno de la personalidad antisocial en adultos (DSM-IV) reconoce la conexión entre la crueldad con los animales y los posteriores actos de violencia de los individuos.
También sabemos que la crueldad y los abusos hacia los animales están sistemáticamente conectados con el abuso de menores. En 1983, Hutton realizó el primer estudio sobre la conexión entre el abuso de menores y el abuso a los animales y encontró una clara correlación. En Estdos Unidos, DeViney continuó su trabajo identificando familias cuyos menores hubieran sido abusados por sus progenitores y descubrió que dichas familias maltrataban también a sus animales de compañía.
Varios estudios han encontrado una correlación entre la crueldad y el maltrato hacia los animales con delitos como robos, hurtos, la vandalización de espacios públicos, el robo en tiendas, el acoso, ofensas graves contra la propiedad y delitos como el forzar a alguien a tener relaciones sexuales. […] los presos que han realizado actos de crueldad y violencia contra los animales en su niñez, son más propensos a realizarlos con humanos.[…] la única razón que se encontró que conectaba estadísticamente el maltrato animal con futuros actos de violencia fue la de “divertirse”».
Como se puede comprobar, existen muchas razones de peso y evidencias que conectan la exposición a la violencia animal con trastornos de conducta, violencia, robo y vandalismo en la adultez, agresiones sexuales y un sinfín de consecuencias irreparables. De hecho, la sola asistencia de un niño o una niña a una corrida de toros debería estar prohibida, si de preservar la integridad física, psíquica y emocional de ellos se tratara. Ambos, la caza y la tauromaquia, intentan intelectualizar la tortura animal para quitarle la carga violenta y justificarla, que en mi opinión es equiparable a justificar cualquier acto violento con excusas políticas, religiosas o, como es este caso, culturales. Y tengo la impresión de que una gran mayoría de educadoras, padres y madres, y por su puesto de niñas y niños, estarían de acuerdo.
Muchas gracias por tomarse el tiempo en leer esta carta, pues es este un tema que, como madre, me ha tenido y me tiene gravemente preocupada. ¿Qué futuro estamos ofreciendo para nuestras niñas y niños? ¿Vamos a permitir que las instituciones normalicen la violencia hacia los animales sin considerar las consecuencias? Mi propuesta es que usted haga uso de su posición y que levante la voz por quienes no podemos hacerlo. Su papel institucional en este momento es crucial para defender a la infancia andaluza y está dentro de su poder aclarar la posición del Defensor del Menor al respecto de estos temas. La cultura nunca puede ser excusa para la institucionalización de la crueldad y la violencia, y es nuestro deber proteger a los niños y las niñas de estas actividades.
Quedo a su disposición.
Un saludo,
Carolina.