Es esta una entrevista que iba a tener lugar en persona y tuvo que realizarse por teléfono. Que en principio iba a abordar, con motivo del 8-M, los temas predilectos de Luz Martínez Ten (feminismo e interculturalidad) y tuvo que ampliar el espectro para no parecer una burbuja fuera del tiempo y del espacio.
Nacida en Madrid en 1960, Martínez Ten ha consagrado su carrera al ideal de la igualdad. De derechos reales entre hombres y mujeres. De oportunidades sin importar el origen social. En el respeto a herencias culturales diversas. Caminos convergentes donde la escuela pública -ha insistido en tantos escritos e iniciativas- debe ser siempre el asfalto que permite acelerar y rodar firme.
La madrileña ocupa desde 2015 la Secretaría de Mujer y Políticas Sociales en la Federación de Empleados/as Públicos/as de UGT.
Escuchando algunas opiniones, parece que el 8-M fue el origen de todos los males, que estamos como estamos porque la gente salió ese día a la calle a manifestarse. ¿Hay machismo en esta fijación?
Para sectores de la derecha supone una justificación perfecta para atacar al movimiento feminista, sin necesidad de admitir que no creen en la igualdad.
¿Se tenían que haber cancelado las manifestaciones?
¿Y todos los actos y contactos sociales que tuvieron lugar esos días? ¿Estaba el país cerrado? Era difícil prever que en una semana el brote iba a ser tan virulento.
Sabemos que la gran desigualdad educativa se origina fuera de la escuela. ¿Va a aumentar el confinamiento la brecha entre los alumnos con mejores y peores condiciones para el aprendizaje?
Es evidente. Las situaciones en casa son muy distintas, a nivel material y cultural, la costumbre de leer, etc.Y más teniendo en cuenta que muchas de las personas a las que no les queda otra que moverse trabajan en ayuda a domicilio, en residencias, en limpieza… Sus hijos e hijas van a tener más dificultades para ser atendidos en el hogar. El impacto educativo del virus también va a tener clases sociales.
¿Cuáles deben ser las prioridades educativas?
Hemos de aprender de entornos, como el rural, donde el aislamiento ya había obligado a poner en marcha iniciativas muy enriquecedoras de educación a distancia. Y no se trata de impartir clases teóricas a través de la pantalla, sino de proponer metodologías que pongan en manos de los alumnos la capacidad de investigar, analizar, crear, generar redes de discusión. Estamos ante una oportunidad de avanzar hacia la innovación.
Algunas empresas de enseñanza online ya se han apresurado a proclamar que, con o sin coronavirus, la institución de la escuela presencial se estaba quedando obsoleta. Los autores de Clase disruptiva vislumbraban en 2010 un futuro sin aulas físicas en un periodo de 20 años.
En absoluto hay que sustituir el espacio físico por el virtual. Pero sí tenemos que enseñar a los alumnos a utilizar internet para crear sociedad, y no obviar que quienes tienen identidades físicas y virtuales miméticas. Hay que explorar las posibilidades para crear una pedagogía realmente activa desde la convivencia presencial y también desde la virtual. Pienso, además, que este es un buen momento para avanzar hacia la igualdad de oportunidades entre el alumnado con alguna discapacidad o que esté en zonas rurales.
¿Temes que cuando volvamos a la normalidad se utilicen las consecuencias económicas como coartada para recortar en educación?
Sí, mucho. Pero aquí se está produciendo un doble discurso. Por una parte, probablemente estemos en la antesala de una crisis económica, y el mercado podría aprovecharla para restar derechos en la enseñanza pública. Al mismo tiempo, se está poniendo encima de la mesa la importancia de tener administraciones públicas que cuenten con cimientos de equidad. Hay una conciencia creciente de que, sin estos servicios públicos fuertes que hemos ido construyendo entre todos, nos habríamos ido al más allá. Solo si unimos esfuerzos y cedemos al colectivo conseguimos afrontar situaciones como esta.
No deja de ser curioso que ese esfuerzo colectivo demande que permanezcamos, más que nunca, aislados, atomizados, al menos físicamente. ¿Podría ahondar esta crisis en las tendencias individualistas de las sociedad occidentales?
Soy una optimista impenitente, por naturaleza. Y por eso soy sindicalista, porque creo en lo colectivo como la mejor forma de cambiar las cosas. Lo que observo estos días es la búsqueda de los demás, que es lo que hacemos cuando salimos a los balcones a aplaudir. Ayer mismo me dejaron una nota debajo de la puerta las vecinas preguntándome si necesitaba algo. Los seres humanos tenemos esta capacidad de responder de manera solidaria en situaciones de crisis. Y se echaba de menos esto. El neoliberalismo nos ha vendido que solos podemos sobrevivir; ahora nos hemos dado cuenta de que no.
Hay también algo de paradójico en que el confinamiento personal y la búsqueda de lo colectivo se estén retroalimentando.
Y también mucho de épico, que es lo que emerge en situciones de crisis. La necesidad de creer que juntos podemos solucionarlo es lo que ayuda a salir adelante. Épico es lo que está haciendo el personal sanitario, pero también las cajeras de supermercado, quienes limpian las calles, o atienden las farmacias. En estos momentos puede salir lo peor y lo mejor de nosotros, y creo que en España, por fortuna, tenemos un germen solidario muy positivo.
Hagamos un esfuerzo por abstraernos del monotema. Volviendo a uno de tus campos predilectos, te pido un ejercicio de máxima síntesis para destacar lo mejor que se está haciendo en la amalgama de iniciativas hacia una educación no sexista.
Es muy interesante que cada vez se analice con más detenimiento por qué sigue existiendo un fuerte sesgo de género, por ejemplo, a la hora de elegir o no opciones STEM. Un fenómeno sobre el que abundan las investigaciones, muchas enfocadas a la propia estructura curricular. O por qué muchas chicas frenan sus carreras a pesar de haber sido excelentes estudiantes. También hay muy buenos ejemplos de campañas de prevención de la violencia de género desde edades tempranas, aunque aún sigan teniendo casi siempre un papel marginal, poco sistemático. Sería importante también que empezáramos a enfocar el problema desde lo positivo, enseñando a amar bien. Los chavales ya saben lo que está mal, pero la razón y la emoción no siempre coinciden. Deberíamos trabajar desde la emoción para enseñar a querer bien.
Volvemos a la dicotomía bien/mal del ser humano, y a que determinadas condiciones favorecen que emerja lo uno o lo otro.
La investigación nos dice que niñas y niños no son racistas ni sexistas ni homófobos. A partir de cierta edad, aprenden a serlo absorbiendo lo que les dice el entorno y empezando a calificar. Hay que educar en valores desde las primeras edades, y en las etapas críticas, durante la adolescencia, cuando aparece el primer amor, etc. hay que enseñar qué son los buenos tratos y a amar en positivo.
Se habla cada vez más de educar en valores, de cultivar la dimensión psicoemocional del alumno, pero al mismo tiempo parece que la educación vive una deriva utilitarista en el peor sentido, de corte economicista ortodoxo.
De alguna forma, la educación se está convirtiendo en un servicio de mercado, y es terrible. Hay cadenas internacionales de centros para élites, como un Burger King escolar, que venden a las familias que sus hijos van a tener un situación económica privilegiada, cuando tendríamos que educar, ante todo, ciudadanos, y ahí se incluye, claro, una vida profesional acorde con nuestros intereses y motivaciones. Deberíamos retomar una educación humanista con principios como los que estuvieron activos durante la Segunda República, cuando la escuela buscaba el desarrollo integral de la persona, que trabaja pero también ama, disfruta de la vida… Si todo está orientado al mercado, estamos educando jóvenes enormemente desgraciados y desgraciadas, empujándoles a elegir profesiones exitosas, aunque no les gusten.
Antes hablabas, en esa elección del futuro profesional, del sesgo de género en las opciones STEM. ¿No acaban de funcionar los programas para atraer a más chicas?
Marina Subirats, que ha estudiado mucho este tema, plantea que vamos adquiriendo los roles y esterotipos de género desde los primeros años. Y que -como ahora sabemos gracias a la neurociencia- el cerebro es increiblemente dúctil en cuanto al aprendizaje por reproducción. Si vamos dirigiendo a los niños a juegos de lógica y espaciales, y a las niñas a los cuidados, esto va configurando tanto la propia capacidad de aprendizaje, como tu mayor seguridad en campos donde te resulta más fácil moverte. Y, al final, influye tanto en las elecciones concretas como en la relación entre proyección vital y profesional. A los 6-7 años, normalmente las niñas ya se ven trabajando y formando una familia con hijos, mientras que los chicos imaginan solo su vida profesional. De nuevo, si queremos una auténtica educación en igualdad, hay que empezar antes.
Parece que en algunos sentidos vamos para atrás. Por ejemplo, las presión creciente que sufren las chicas, desde la primera adolescencia, en términos de imagen: maquillaje en cuanto salen de casa, obligación de ir monas a todas horas… Ocurre también entre los chicos, pero percibo una intensidad infinitamente mayor entre las chavalas.
Los modelos de ser mujer van cambiando con la historia. En estos momentos, la producción en torno a la imagen y la hipersexualización del cuerpo femenino son mecanismos del mercado. La ausencia de una formación en ética y autocuidado nos lleva a que se comercialicen estos espacios para traducirlos en dinero. Habría que enseñar a aceptar y querer nuestros cuerpos; quizá entonces chicas y chicos dejarían de intentar emular ideales, de pedir por ejemplo un aumento de pecho al terminar la universidad. Me da mucho miedo ese estímulo permanente del deseo de tener cuerpos inexistentes.
¿Resulta difícil introducir estas cuestiones en la escuela? No pocos dirán que aquí hablamos de elecciones libres y personales. Incluso, retorciendo cierto argumentario feminista, que la mujer siempre divina en realidad está «empoderada».
Todo forma parte de un sistema capitalista que ha logrado confundir deseos con derechos, poner al deseo por encima del propio bienestar. Aquí surgen cuestiones éticas y posibles límites al mercado. ¿Es ético que una chica de 16 años se opere el culo para tenerlo de tal forma? ¿Debemos permitirlo? Hay que pararse y reflexionar, en la escuela y en otros ámbitos, para que las nuevas generaciones puedan analizar e identificar esa manipulación que transforma derechos en deseos. Sin esa reflexión consciente -y con el bombardeo constante de publicidad, los likes en las redes sociales etc- resulta muy difícil escapar a estas presiones.
Has escrito mucho sobre cómo abordar conjuntamente interculturalidad e igualdad de género. Me surge una duda recurrente: ¿Cómo aunar ambos objetivos cuando la tolerancia y el respeto por otras culturas colisiona con patrones claramente machistas?
Desde una pedagogía feminista, el relativismo cultural tiene sus límites cuando choca con la dignidad de las mujeres, del ser humano en general. Por suerte, en este país tenemos un marco legislativo que establece esos límites. Pero esto no es incompatible con algo evidente: la igualdad se aprende. Desde el respeto, la convivencia y la igualdad de oportunidades. Cuando yo era pequeña, mi madre llevaba velo para ir a la iglesia. Y en mi casa, cuando mi padre (que era un hombre estupendo) hablaba, todos nos callábamos. Poco a poco, en mi familia fuimos aprendiendo a cambiar a través de la reflexión y la conquista de derechos. En ese aprendizaje, la escuela actual, donde conviven chicos y chicas con diversas herencias culturales (algunas con elementos machistas, españolas o de fuera), se antoja un entorno muy positivo. Sobre todo, ahora que hemos pasado de la llegada a la ciudadanía. Al principio, cuando las aulas españolas empezaban a ser interculturales, se celebraban jornadas tipo el día del chino, el día del africano… Y no se trata de eso, sino de trabajar la igualdad de derechos en la diversidad, construyendo identidades seguras.