Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
Este no es un texto que repite las dolorosas estadísticas de países afectados, personas infectadas y muertes, que están resultando de la pandemia que hoy nos tiene confinados a millones de seres humanos en el mundo y que tiene igualmente a otros cientos de miles, dando respuesta (incluso de manera precaria, en distintas latitudes) desde el sector salud, los cuerpos de socorro y de seguridad de los Estados. Optamos por evitar referimos a los cientos de políticos que hacen frente (o no), desde múltiples maneras, lo que nos acontece: el desastre. Y utilizamos ese agreste sustantivo porque así debe nombrarse la situación, según reza uno de los protocolos de la Red Interagencial para la Educación en Situaciones de Emergencia (INEE), la cual tiene definidas diversas recomendaciones de actuación urgente, para los entes gubernamentales del mundo y que ahora nos parece oportuno recordar. Revisando de manera prioritaria, por ejemplo, las Normas mínimas para la educación [en situaciones de emergencia]: Preparación, respuesta, recuperación (INEE, 2010).
Queremos referirnos críticamente a que, justo ahora, cuando la tormenta arrecia, muchos de nosotros: maestros y maestras, profesorado, personas en la investigación y en la Administración de todos los niveles educativos, en situación de encierro voluntario u obligado, nos hallamos en la desesperada tarea de intentar “salvar” los calendarios, cumplir los programas de curso, realizar virtualmente evaluaciones de las asignaturas e, incluso, presentar informes ejecutivos a la Administración, desde nuestras casas. Tal vez con la aspiración de que perviva un sentimiento de normalidad en nuestras vidas y que, por lo menos, la educación y las formas clásicas de funcionamiento del sistema educativo continúen con cierta regularidad, cuando ya nada es normal. Rezagos quizá, de históricos afanes por la eficiencia y la eficacia, anidados en nuestros sistemas educativos del mundo, productores de identidades neoliberales que, entre otras cosas, nos hicieron olvidar muchos de los presupuestos básicos de la educación, como tarea de construcción de relaciones humanas.
Pero no obstante el escenario, creemos sensato, desde nuestro lugar en la pedagogía, como sujetos críticos, llamar la atención de todo el sector educativo sobre un necesario alto al cumplimiento de deberes por vía virtual, para volver a lo básico en educación, nuestra labor por excelencia: acompañar y educar al prójimo, a nuestros estudiantes, familias y sociedad en general. Pedimos solidariamente un alto en los afanes de pretendido cumplimiento del currículum diseñado antes del desastre, para volver a lo necesario: la construcción de relaciones entre docentes y discentes para pensarse en la contingencia y allí, en el escenario fuera del aula, en casa, podamos reflexionar sobre nuestro papel en el planeta y nuestras responsabilidades con el cuidado de sí, del otro y de la madre tierra. ¿Qué es lo importante, ahora, qué necesitan desde la educación los niños y las niñas más necesitados? ¿Cómo facilitamos su derecho a la educación, que es algo más que cumplir virtualmente -quienes puedan hacerlo- con las tareas disciplinares?
La buena nueva de hoy es que no empezaremos desde cero, como lo decíamos desde el inicio; ya se han previsto desde distintos organismos y desde diferentes experiencias de desastre natural, conflicto armado e, incluso, epidemias en varios países y comunidades del mundo, protocolos de actuación desde las administraciones educativas y, por supuesto, desde los colectivos profesorales y estudiantiles para sumar, desde la pedagogía, a la solución y rescate de la vida humana, con su protección de derechos, bienestar y salud física y mental. Porque si otrora se pensaba que “… la ayuda humanitaria se limitaba a proporcionar alimento, refugio, agua, saneamiento y atención de la salud. […] se ha reconocido la importancia de la educación para mantener y salvar vidas y hoy en día se considera vital la inclusión de la educación dentro de la respuesta humanitaria” (Normas mínimas de la INEE, 2010).
Ahora bien, por extraño que parezca, en muchos lugares del mundo se habían quedado varias de estas disposiciones como mera prescripción curricular o recomendaciones para hacer en un futuro que no esperábamos, sin que hayamos desarrollado, en su momento, las suficientes traducciones e interpretaciones pedagógicas, didácticas, curriculares y evaluativas de lo que debimos hacer en los centros educativos e, incluso, en nuestros movimientos y organización profesoral. Reconociendo también que varias entidades, fundamentalmente desde el voluntariado, tienen múltiples experiencias de atención y ayuda humanitaria desde la educación y la pedagogía. Pero no es hora de volver sobre lo no hecho, sino pensarnos y actuar en el presente, que creemos que no puede continuar llevándonos a tratar de sostener virtualmente y desde el encierro la continuidad de un sistema que fue pensado fundamentalmente para la presencialidad y el cercano contacto humano.
Creemos que es hora de sacudirnos el miedo y agobio que nos ha paralizado, para pensar entre todos y todas, con sensatez, cuál es nuestro papel y posibilidades de actuación en la contingencia. Y desde la pedagogía y la educación, apoyar(nos) en este desastre. Señalan las orientaciones para atención de este tipo de situaciones críticas, en los sistemas educativos, que existen diferentes acciones pensadas y desarrolladas por cada uno de los actores y responsables de los procesos de formación. Atendiendo aspectos como: enseñanza y aprendizaje en el confinamiento (y después de este), acceso a la educación y ambientes de aprendizaje, formación y atención a maestros y otro personal educativo, así como también la importancia de configuración de políticas educativas.
Para todo lo anterior, recomendamos echarle nuevamente una mirada a las Normas mínimas para la educación: preparación, respuesta y recuperación de la INEE (2010) y otras prescripciones educativas nacionales e internacionales, que nos dan pistas para actuar. Destacando que deberá ser igualmente el profesorado quien interprete y resignifique, junto con las administraciones educativas, las formas de respuesta, precisamente porque queda evidenciado nuevamente que, si los problemas son de todos, las soluciones las construimos todos.
Invitamos a salirle al paso a nuestro encierro y a las lógicas de obsesión por la eficiencia y de cumplimiento de objetivos burocráticos. Para que volvamos a recuperar nuestro tejido social y profesional, como educadores e investigadores de la educación, no simplemente como reproductores del currículo, sino como sus transformadores, un currículum ahora para la emergencia en donde se priorice más allá de los contenidos clásicos o programados antes de la crisis, con una vuelta a la experiencia de nosotros mismos y nuestros estudiantes, como sujetos con autonomía. Replanteándonos con urgencia qué es lo verdaderamente relevante en cuanto a contenidos, qué podemos tratar con nuestros estudiantes y, por supuesto, cómo nuestras áreas de conocimiento sirven para pensar y atender nuestras vivencias de encierro y el desastre global en general.
Con todo lo anterior, tenemos claro que, si los cuerpos del personal de salud están en la primera línea de atención social y vital, en su pleno momento de actuación, debemos prepararnos como docentes en medio de esta emergencia, para continuar reconstituyendo y preservando lo que somos socialmente: educadores, quienes recuperan heridas de otro tipo, educando ahora y también luego, posterior al desastre, desde el compromiso crítico de participar activamente en la solución. Y así como lo dijera Federico García Lorca: “Esperando el nudo se deshace y la fruta madura”. Tenemos claro que la educación es hoy, más que nunca, esperanza de futuro.