Empieza un nuevo curso como nunca lo hizo: con la escuela bajo los focos de una atención inédita. Se sucede una avalancha de noticias escolares. Hay días que aulas y pupitres copan los lugares más destacados en los principales periódicos del país. Los telediarios arrancan con educación. Los tertulianos hablan y hablan sobre cómo proceder en los centros. Se pronuncia la calle, donde las clases están en boca de todos.
Si fuera posible abstraerse de los mensajes, el fenómeno supondría una buena nueva histórica. España, por fin, prioriza el aprendizaje. Ha despertado de un mal sueño y quiere sentar las bases de su futuro sobre el conocimiento. Obvio que el análisis mediático devuelve una fuerte bofetada de triste realidad. Gel, mascarilla y PCR son los flamantes recursos del resurgir paraeducativo. La distancia social y los protocolos, su ortodoxia metodológica.
A nadie se le escapa que, en los tiempos que corren, resulta inviable hablar de educación con mayúsculas sin atender a los condicionantes sanitarios. Pero muchos lamentan que el debate se centre —casi en exclusiva— en cómo evitar que los centros se conviertan en focos de contagio. En cuántos colegios e institutos han tenido que enviar alumnos a casa. En cómo se las van a apañar los padres y madres para conciliar casa y trabajo con los horarios lectivos en el aire. Y pocos se fijan en el impacto de la crisis sobre la acción predilecta de profesores y alumnos: enseñar y aprender.
Una de las grandes dudas que atañen a la dinámica escolar gira en torno a la planificación de los contenidos. El último trimestre del pasado curso fue, cuando menos, anómalo. Cada centro hizo, en función de sus circunstancias, lo que buenamente pudo. El 2020-21 nace marcado por la rigidez antivirus y la incertidumbre más absoluta. Y entre el lastre del pasado, un presente alerta y un futuro incierto, los claustros se devanan los sesos para cuadrar una programación curricular a la que aferrarse en un mar de interrogantes.
Rehacer lo rehecho
Las administraciones recomiendan ante todo garantizar lo imprescindible. «Deben ser los centros los que hagan las adaptaciones» para asegurar los «aprendizajes esenciales, aunque orientados por sus consejerías», declaró hace unos días la ministra Celáa.
El presidente de la Federación de Asociaciones de Directivos de Centros Educativos Públicos (Fedadi), Raimundo de los Reyes, explica que su instituto, ubicado en Murcia, ya fijó en junio los cambios pertinentes de cara a septiembre. «Pero como la situación va cambiando», añade, «es posible que haya que rehacer lo rehecho. Y un problema en principio abordable se va a complicar si no podemos desarrollar las clases con relativa normalidad, lo que supondría un nuevo reajuste». De los Reyes denuncia que el «optimismo de junio» respecto a la plena presencialidad este curso haya provocado «una cierta relajación», lo que a su vez obliga ahora a «acelerar los procesos».
Para muchos, el gran desafío del momento pasa por lograr que los pupilos más vulnerables recuperen el terreno perdido. Todas las consejerías han articulado planes de refuerzo. Abundan las buenas intenciones y los anuncios de personal extra para paliar el desfase curricular agudo. Entre programas de apoyo y bajadas de ratio, se calcula que el sistema español contará este curso con unos 40.000 docentes más.
Desde la Confederación Española de Asociaciones Padres y Madres de Alumnos (CEAPA) se muestran escépticos en cuanto al impacto real de estas iniciativas. «Sabemos que existen y poco más. No tengo claro que vayan a traducirse en un acompañamiento personalizado serio que impida dejar en el camino a tantos y tantos alumnos», opina su presidenta, Leticia Cardenal.
Más allá de los contenidos nucleares, las dudas se multiplican. El sentir general es que el 2020-21 discurrirá por la senda de la flexibilidad curricular. Con permiso tácito o expreso de la Administración. A la necesaria consolidación de lo esencial, se unen las constricciones logísticas: semipresencialidad, tiempo lectivo destinado al cumplimiento de las medidas higiénicas… Más determinante aún, durante meses se cernirá la amenaza de cerrojo escolar, parcial o completo.
Director del IES Cartima (Cártama, Málaga), José María Ruiz Palomo, apuesta por un currículum conectado a la realidad. «El reto académico es entender lo que está pasando, cómo podemos entre todos enfrentarnos a esta situación y qué escenarios de futuro se abren», asegura. Quizá algunos centros opten, a tenor de los meses perdidos, por comprimir los currículos oficiales. «Sería un error gravísimo», opina Ruiz Palomo.
El CEIP Ángel González de Leganés (Madrid) ha dado hasta octubre una patada al abordaje de nuevos contenidos. Dedicará septiembre a fortalecer las áreas instrumentales y a atender la dimensión no cognitiva de sus alumnos. «El énfasis está en ver cómo viene el alumnado emocionalmente y cuáles son las nuevas relaciones en la escuela, que en el colegio entendemos como lugar de afecto y contacto. Enseñaremos también, claro, las medidas de higiene y la forma de moverse por el centro», detalla su jefa de estudios, María Jesús Sanz Anaya.
Queda por saber si las autoridades aflojarán realmente la presión inspectora. Si relajarán la exhaustividad al impartir extensos temarios y su traslación evaluativa en interminables estándares de aprendizaje. Existe, respecto a la autonomía, una queja frecuente desde que irrumpió la pandemia. La resume el presidente de Fedadi: «Se alude a ella a la hora de aplicar los protocolos sanitarios. Y precisamente en protección de la salud nos tienen que decir qué hacer. Pero cuesta más favorecerla para lo que sí debería servir: que los centros tengan la capacidad de adecuarse al contexto, en este caso permitiendo una selección de contenidos».
La doble cara de la libertad
Los centros más renovadores están viviendo en carne propia las dos caras de la correosa moneda Covid. Su espíritu libre representa a un tiempo la solución y el problema. Pueden encarar el caos mejor que nadie, pero también pagan el peaje más caro ante las cortapisas que impone el virus.
Son, de una parte, colegios e institutos que explotan la libertad de acción al máximo. Suelen llevar sus planteamietos pedagógicos hasta los límites legales, esquivando el dirigismo que a veces inspira a las altas instancias. Esto les hace más dúctiles ante situaciones de desconcierto, más ágiles en su respuesta. El IES Cartima, por ejemplo, se ha apresurado a solicitar dos nuevos profesores de Biología e Historia para hacer más viables las salidas al aire libre, donde el riesgo de contagio disminuye.
Se trata, además, de centros que fomentan la iniciativa de profesores y alumnos. «En el claustro todos lanzamos propuestas y las trabajamos colaborativamente. También nos está ayudando mucho que nuestros estudiantes estén acostumbrados a tomar las riendas de su aprendizaje, que le encuentren sentido y no se descuelguen», afirma Ruiz Palomo. En el caso del instituto malagueño, una apuesta decidida por la tecnología permitió el pasado curso una suave transición hacia la enseñanza a distancia. Ahora contempla las trabas a la presencialidad, incluso el riesgo de un nuevo confinamiento, con preocupación, pero no temor. «Sin saberlo, llevábamos años preparándonos para una pandemia», explica su director.
Y, sin embargo, los protocolos Covid están trastocando muy especialmente los procedimientos de los centros que más innovan. Con algunos retoques geométricos, el aula burbuja se parece bastante a la clase de corte industrial que los renovadores tanto critican. Pero supone un obstáculo casi insalvable para las metodologías activas, con sus grupos de chavales trabajando codo con codo, sus proyectos interdisciplinares y su permanente trasiego.
«Las limitaciones de movimiento nos están afectando muchísimo», admite Sanz Anaya. El Ángel González está estructurado por zonas de aprendizaje interniveles, y el día a día normal es un ir y venir de alumnos, maestros y familias, con actividades variopintas en horario escolar y extraescolar. «Hay una parte importante de nuestro proyecto educativo que está paralizado», se lamenta, «y hemos adaptado las zonas de aprendizaje al aula burbuja, desinfectando tras su uso los materiales comunes etc., con el tiempo que esto supone». El colegio, no obstante, se niega «a perder de vista» su norte pedagógico.
Ruiz Palomo y Sanz Anaya coinciden en señalar un punto a su favor en estos meses difíciles: la alta implicación de madres y padres. Esta estrecha colaboración centro-familias (contactos fluidos, participación activa), su idea de «comunidad de aprendizaje», en palabras del director del Cartima, contribuye a rebajar la ansiedad de ambas partes. Y permite sortear obstáculos, en casa o en el colegio, con un objetivo común: que el virus no logre suspender (también) el aprendizaje.