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A la cabeza, la propia Organización Mundial de la Salud. Y a rebufo, un amplísimo coro de voces formado por epidemiólogos, expertos en salud pública, pediatras… Todos cantan las ventajas de una educación al aire libre mientras dure la pandemia. Argumentan, claro, que en el exterior disminuye el riesgo de contagio. Algunos añaden que salir al patio, a la calle o a espacios naturales contrarresta el exceso de estatismo que, con su rigidez, imponen los protocolos sanitarios en el interior. Y que esa mayor movilidad también comporta beneficios para la salud psicoemocional del alumnado.
Algunas consejerías (Canarias, Valencia) recomiendan en su normativa anti-Covid fomentar las sesiones lectivas en lugares despejados. La propia ministra Celáa se pronunció ya en junio en el mismo sentido. Son propuestas vagas, sin un plan concreto que las cristalice. Su puesta en marcha depende casi por completo de la voluntad de cada centro. Solo a nivel local existen ejemplos de colaboración con las autoridades, caso de varios municipios en Euskadi.
En la esfera pedagógica, muchos ven, además, una oportunidad única para fomentar apuestas que trasciendan al centro/edificio, entendido este como fortaleza impermeable. La amenaza del virus, sostienen, podría canalizarse para derribar muros y consolidar ecosistemas de aprendizaje más amplios. Para vincular a los estudiantes con su entorno. Para contextualizar la enseñanza mediante la experiencia directa, vivencial.
Y sin embargo, la realidad del nuevo curso va en la dirección opuesta. “Se está saliendo menos que antes”, observa Miriam Leirós, coordinadora de Teachers for Future Spain, colectivo que defiende un mayor contacto con la naturaleza entre los alumnos españoles. Maestra en el CEIP Antonio Palacios (O Porriño, Pontevedra), Leirós explica que no ayudan la “presión añadida para que se cumplan los protocolos” ni “el énfasis en recuperar el tiempo perdido en cuanto a contenidos”. Los docentes están soportando un doble peso sanitario y curricular. A ello se unen las autorizaciones necesarias de cada familia para cada salida. “Uno evita cargarse de más”, señala. A no ser —como es su caso— que el docente ya esté especialmente comprometido con un cambio metodológico cimentado en la proyección hacia el exterior.
Puertas sin cerrar
“Nos llaman valientes”, corrobora Maribel Tarrés, directora del Institut Jaume Cabré (Terrasa, Barcelona), a quien le consta que “otros centros cercanos han dejado prácticamente de hacer salidas”. Tarrés admite que su instituto, inaugurado hace tres años, parte de una situación privilegiada desde una óptica organizativa. Por ahora solo llega hasta 3º de ESO, con un total de unos 180 alumnos. Tocan a menos de 10 chavales por profesor. En la calle, en los parques y plazas del municipio, resulta más o menos sencillo supervisar que se cumplen las medidas sanitarias.
Razones más sólidas sustentan el que los estudiantes del Jaume Cabré estén recibiendo fuera buena parte de sus clases. Surgen de la negativa a que el virus desvirtúe su proyecto pedagógico. Este se articula en torno a tres conceptos y sus respectivas dimensiones del aprendizaje: cabeza (cognitiva), corazón (emocional) y manos (manipulativa). “Las actividades al aire libre conectan en especial con lo emocional y manipulativo”, asegura Tarrés. El alumnado fabrica muebles en un descampado o participa en juegos de cohesíón en un campo de fútbol. Aprende haciendo a lo Dewey mientras desarrolla un sentido de pertenencia. “Han estado encerrados mucho tiempo, y a esas edades necesitan sol, moverse… Mientras se pueda, han de recuperar emocionalmente los espacios perdidos”, subraya Tarrés. La directora del Jaume Cabré cuenta que, cuando las aulas quedan vacías, el personal de limpieza aprovecha para desinfectar y ventilar la estancia.
La educación sin techos ni paredes admite formatos variopintos. Puede darse fuera o dentro del perímetro escolar. Algunas iniciativas son dinámicas y otras emulan la quietud del aula pero en ambientes más higiénicos. Hay centros que incluso han institucionalizado la idea de clase al aire libre. En Utrillas (Teruel), el IES Fernando Lázaro Carreter inauguró hace unas semanas un espacio que bebe de la Grecia clásica: con forma de anfiteatro e inspirado en los paripatéticos de Aristóteles.
David Giraldo, profesor de Filosofía en el IES turolense, matiza que la idea nació hace un par de años bajo el paraguas de la transformación metodológica. Aprovechando su elevado aforo, el proyecto aspira a fusionar grupos y saberes: “Filosofía y Biología para explicar la evolución; Química y Tecnología para explicar cómo surgen los diferentes materiales a partir de sus propiedades”. Con la vista puesta en septiembre, los obreros han trabajado a destajo durante el verano. “La pandemia ha acelerado el proceso y ha permitido que este curso ya estemos dando uso al nuevo espacio”, afirma. Por el momento, se ha utilizado para presentaciones y reuniones del claustro. Pero su puesta de largo didáctica está al caer.
No en vano, Giraldo lleva tiempo celebrando sesiones lectivas en el exterior, con los alumnos sentados en círculo en alguna de las muchas zonas verdes que tiene el recinto del IES. “Son ellos los que siempre insisten en salir fuera. Uno teme dispersión, y lo que he notado es distensión y una mayor concentración. Siempre teniendo presente que no puede ser algo improvisado: resulta fundamental que los alumnos entiendan que sigue siendo una actividad de aula”, destaca.
El frío y la lluvia
Más arbolado y sombras en los centros andaluces es una de las reivindicaciones históricas del sindicato CGT. “Normalmente el patio es pura pista”, se queja Ignacio Contel, secretario de Acción Sindical en su federación de enseñanza en Andalucía. Con la pandemia, CGT ha intensificado su lucha para que las administraciones apuesten por la educación en espacios abiertos. De nuevo, salud y renovación pedagógica se entrelazan en sus demandas.
Contel recuerda que enseñar y aprender fuera cuenta con una larga tradición al combatir epidemias. Así hicieron, a principios de siglo, las escuelas de Nueva York con el fin de contener un brote de tuberculosis. Lo hacen ahora colegios de medio mundo, con acciones planificadas desde arriba en Holanda o Cachemira (India). “Una solución rápida y poco costosa pasa por instalar toldos o carpas y desarrollar allí el máximo de horas lectivas posible. La alternativa es meter a los chavales como piojos en costura en aulas cerradas y mal ventiladas”, sostiene. Contel denuncia la inacción de las administraciones, con la excepción de algunos ayuntamientos como el de Torremolinos (Málaga), que se ha mostrado receptivo ante la iniciativa de algunas AMPA.
Tanto Leirós como Tarrés alternan clases normales al aire libre (en el propio recinto escolar o en localizaciones cercanas) con visitas al patrimonio natural, cultural o social del entorno. Mil ideas y adaptaciones bullen en sus mentes. Rechazan ser víctimas de esa contradicción que, en otros casos, está recluyendo como nunca al alumnado durante meses de contaminación ambiental vírica. La maestra gallega ha pedido a sus pupilos que traigan un cojín de casa para mejorar la comodidad de las clases exteriores. Hace lecturas en plena naturaleza. O coge un autobús y un barco con sus niños y niñas para conocer de primera mano un plan de pesca sostenible en la cercana Isla de Ons. “No por el coronavirus vamos a dejar de utilizar el transporte público, no es excusa”, dice.
La directora catalana y su equipo han consolidado incluso un formato didáctico adecuado para la era Covid: las ALE (Actividades Lectivas Externas). A pesar de las dificultades, el Jaume Cabré está poniendo todo su empeño en estrechar su relación con entidades de Terrasa. Hay salidas al aire libre y otras que se desarrollan en interiores más amplios que el aula (bibliotecas, museos). Ya en otoño, con el frío, el viento y la lluvia acechando, Tarrés lamenta que las actividades educativas en instalaciones municipales sean ahora casi todas online.
A nadie escapa que, en los próximos meses, la educación en exterior dependerá de los caprichos meteorológicos. No obstante, sus defensores se muestran optimistas. Al decidir la ubicación de su aula-anfiteatro, el Fernando Lázaro Carreter buscó maximizar el sol en invierno y la sombra en verano. Contel asegura que “el tiempo favorable en Andalucía” permite aventurar clases al aire libre en otoño y aun en invierno. Incluso en la lluviosa Galicia, Leirós mira al cielo y adecúa horarios. “Si uno quiere, puede. Quizá no todos los días, pero sí muchos. Si dan lluvia a las 12, salimos a las 10”, asegura. Respirar aire puro debería ser, en su opinión, una prioridad que exige soluciones creativas. En especial, mientras dure la pandemia. Y cuando todo esto acabe, como tendencia educativa ante la creciente “desnaturalización de la sociedad”.