Puramente lúdicas, complementarias a la formación reglada o con vocación de equidad educativa. Organizadas por la escuela, los ayuntamientos o una tupida red de empresas privadas. Gratuitas, subvenciondas o inaccesibles para el común de los bolsillos. La oferta de actividades extraescolares adquiere matices diversos. Este curso, presenta un demoninador común: la pandemia ha asestado un fuerte varapalo a su desarrollo habitual. En todos los casos, aunque con repercusiones muy distintas en función de su naturalaza y el tipo de alumnado que se beneficia de ellas.
“No son recomendables fuera del grupo burbuja”, declaró en televisión la ministra Celáa a finales de agosto. Requisito inviable para la inmensa mayoría de cursos, talleres, entrenamientos o refuerzos que tienen lugar fuera del horario lectivo. Salvo excepciones, las extraescolares conforman un crisol que acoge chavales de distinta procedencia. En ellas se mezclan —por lógica— clases, centros, barrios y edades.
“Fueron declaraciones desmesuradas”, asegura Fathia Benhammou, directora de la Aliança Educació 360, un programa de extensión educativa en Cataluña impulsado por la Fundació Bofill. “Hemos de entender que el derecho a la educación ha de contemplar oportunidades fuera del centro. Tenemos que pasar de un modelo escuela-céntrico a otro que conciba la educación como algo más distribuido en el tiempo y en el espacio”.
La respuesta a la recomendación de la ministra varía según el territorio. Algunas comunidades —Madrid, Cataluña, Andalucía— han permitido las extraescolares en centros sostenidos con fondos públicos. La decisión, en última instancia, corresponde a los claustros (más reticentes) y las AMPA (en general favorables, sobre todo por motivos de conciliación). Otras regiones —Asturias, Navarra— han optado por cancelarlas de momento. Aragón prevé dar vía libre a partir de noviembre tras diseñar un protocolo sanitario específico. En el ámbito privado, están autorizadas salvo que la normativa municipal o autonómica las prohiba temporalmente. Eso sí, con aforos reducidos y la obligación de impedir el contacto entre sus propios grupos burbuja.
Abanico más estrecho
Resulta difícil conocer en cifras el impacto global del virus sobre las extraescolares. Pero algunos datos micro ayudan a formarse una idea del destrozo. Tesorero de CODAPA (Confederación de padres de la Pública en Andalucía), Pedro Delgado explica que su organización ha llevado a cabo una encuesta en la provincia de Jaén: el 50% de los centros no ofrece nada al finalizar las clases. Por su parte, Cristina Gutiérrez Lestón, directora de La Granja Ability Training Center (educación emocional en contacto con la naturaleza), afirma que su sede en Madrid permanece de momento cerrada. La otra, en Barcelona, está funcionando al 30%.
Muchas familias no se plantean inscribir a sus hijos en ocupaciones adicionales este 2020-21. Por miedo o precaución, prefieren esperar a que escampe el temporal vírico. Para aquellas que sí las contemplan, el estrechamiento del abanico de opciones supone un nuevo estirón de la brecha socioeducativa. “Hay familias que pueden seguir escogiendo aunque no haya actividades en su escuela. Para otras, las del centro eran la única opción”, remarca Benhammou, quien destaca las barreras económicas (más elevadas en plena recesión) y también culturales como freno en el acceso al fuera escuela. Entre algunos colectivos, no existe apenas tradición de prolongar la educación cuando suena el timbre de final de jornada. La labor de información y persuasiva se antoja, en estos casos, esencial. Con la oferta menguada y los canales de comunicación centros-familias monopolizados por la cuestión sanitaria, el frágil vínculo extraescolares-pobreza se deshace como un azucarillo.
Como ocurre con la semipresencialidad, la amenaza para la salud está logrando arrinconar las prioridades educativas. “Las llamamos extraescolares, pero no son extra: son fundamentales. Se están generando desigualdades cada vez más salvajes y no nos lo podemos permitir. Lo que demanda esta situación de emergencia es más, no menos educación”, sostiene la directora de la Aliança.
Riesgo menor
Delgado se muestra aún más crítico con los centros y administraciones que impiden o dificultan el disfrute de extraescolares entre los estudiantes menos afortunados: “Supone abandonar a esos alumnos que, más que nunca, necesitan refuerzos o actividades culturales complementarias. Es otra forma más de llevarse por delante la equidad del sistema educativo”. El tesorero de CODAPA da incluso la vuelta a la tortilla educativo-sanitaria. “Si se planifican bien, con criterios de seguridad, el peligro de contagio es menor que en el ocio libre”, sostiene.
En su trabajo con entidades municipales —que suelen disponer de alternativas factibles para alumnos vulnerables— Educació 360 observa la doble cara de la moneda. “Algunos ayuntamientos, como el del Prat o Granollers, han sabido reinventarse para seguir acompañando a las familias. Ayudan a contener parte del daño que la crisis sanitaría está haciendo a la igualdad de oportunidades. Otros, por desgracia, están recortando”, lamenta Benhammou.
Los caprichos e incógnitas del virus, la gran subjetividad en la percepción del riesgo, dan lugar a paradojas dignas de estudio. Carlos Busto dirige Escuela de la Paz, una iniciativa de apoyo escolar y convivencia impulsada por la Comunidad de Sant´Egidio en los madrileños barrios de Lavapiés y Pan Bendito. Su foco es el alumnado desfavorecido. A sus instalaciones acuden en especial chavales gitanos e inmigrantes. En Pan Bendito, donde campa la marginalidad, sus educadores voluntarios luchan contra viento y marea para lograr que chicos y chicas no abandonen su formación a edades muy tempranas. “Hemos detectado que muchas familias no están llevando a sus hijos a la escuela, pero siguen con nosotros al entender que disponemos de un entorno más seguro”, afirma Busto. En cualquier caso, las limitaciones de aforo han reducido notablemente la capacidad de seguimiento. “Una pena porque nos impide tener la continuidad que sería deseable”, continúa.
El tajo a las extraescolares ha provocado otro efecto inmediato: complicar sobremanera la conciliación. En Andalucía, muchas familias han de ingeniárselas ahora para cubrir la atención de sus hijos entre las 16:00 y las 18:00, el horario oficial del Plan Familia. Delgado desglosa las otras dos patas del programa que en esta región permite a madres y padres armonizar vida laboral y familiar. El aula matinal arrancó por fin hace unos días, tras un comienzo de curso flotando en la incertidumbre. El servicio de comedor ha dejado de funcionar, calcula CODAPA, en más de 120 colegios, “lo cual ahonda otra inequidad: la nutricional”, remarca su tesorero.
Por defecto y exceso
La esfera extraescolar provoca desequilibrios por defecto: grandes capas de estudiantes se topan, en su acceso, con escollos que desaparecen entre otros segmentos de población más afortunados. Para estos últimos, los problemas emergen con frecuencia por exceso. Hay niñas y niños que tienen todo a su disposición. Pero ese todo, cuando incurre en alta presión, puede ser demasiado. Quizá no sean malos tiempos para esos alumnos que, en situación normal, se enfrentan cada tarde a jornadas maratonianas. Diseñadas, claro, por sus padres y madres.
“Hace tiempo que detectamos ansiedad y estrés en niños cada vez más pequeños”, explica la directora de La Granja, educadora emocional y autora de obras que abogan por un estilo de paternidad más sosegado. Gutierrez Lestón cita el caso de Julia, una niña de seis años que pasó, poco antes de la pandemia, por las instalaciones de su empresa. “Me contó que sus papás siempre le decían lo que necesitaría cuando fuera mayor, pero nunca le preguntaban lo que quería ahora”, narra. Julia llenaba sus tardes con danza (para ser, según su madre, más esbelta), matemáticas e inglés. La autora de Entrénalo para la vida (Plataforma Editorial) preguntó a Julia qué necesitaba ella. “Llegar a casa y jugar los tres”, respondió la niña. Quizá el paréntesis Covid haya convertido, al menos en parte, el deseo de Julia en realidad.