Algunos consideran que los intelectuales sólo tienen la responsabilidad con el rigor de su pensamiento, de su obra y con el desarrollo de su trabajo. Ernesto Sábato consideraba las dos caras del escritor, identificando la segunda, la del “ciudadano comprometido con la realidad trágica de América Latina”, como fundamental. Hoy es imprescindible más que nunca, que el intelectual de cualquiera de nuestras patrias chicas, recupere ese papel. Esa dimensión de responsabilidad social con la historia, para que no se repitan tantas miradas esquivas con la realidad. ¿Cómo concebir hoy un intelectual que pueda darse el lujo de no pensar en la violencia contemporánea en Colombia, acaso no le diría nada la combinación curiosa de libertades democráticas mezcladas con la tiranía y el terror y la corrupción que cunde por la nación y cubre todas las capas de la sociedad? En Colombia hay libertad de prensa, sí, en el sentido de que el gobierno no está cerrando los periódicos, ni siquiera los del partido comunista… pero hay censura y la mayoría de medios son cajas de resonancia del gobierno. En cierto sentido hay libertad de cátedra, no se persigue en principio a los maestros por sus ideas, pero se les señala de ejercer adoctrinamiento. Hay cierta libertad de asociación, los sindicatos no son cerrados por sus tendencias políticas. Pero gran cantidad de maestros, periodistas, líderes sociales, defensores de derechos humanos, sindicalistas e intelectuales, son amenazados, asesinados, desaparecidos y exiliados. Entonces, nos hallamos con una libertad política habitada por el terror. ¿Cómo podría un intelectual no pensar en un fenómeno de tales dimensiones?
Repasando los escenarios diversos de la pedagogía y la historia de los intelectuales latinoamericanos, casi en ninguna de las latitudes continentales se ha consolidado un perfil de compromiso social a fondo con la realidad circundante, y la clara intencionalidad de modelar su transformación. Todo lo contrario, hemos asumido, con sumisión casi, el papel de servir como correas de transmisión de políticas alienantes, reducidos a controlar el accionar de estudiantes, maestros y escuelas, a medir los tiempos y señalar en coro al unísono que la calidad educativa se equipara con la eficiencia y la eficacia con que funcionan los procesos productivos de la industria y la gran empresa cuyo objeto es diferente. Un ejercicio pedagógico tendiente a la calidad buscada en los procesos de acreditación de los colegios y los procesos con los cuales se miden los logros en todo el sistema.
En este escenario, no puede concebirse hoy día un maestro alejado de su realidad, la de su comunidad y la de su entorno. Debe posesionarse de ese su mundo, para incidir en su modelación. Hoy, en tiempos de coronavirus, la cruel pedagogía del virus, como la llama Boaventura de Souza, nos compele no sólo a vivenciar las rupturas que ello marca en las relaciones humanas en todo el mundo, sino a romper con los viejos esquemas de la pedagogía tradicional e irrumpir creativamente en otras formas de construcción colectiva.
Hoy tiene que ponerse el acento en una educación filosófica, esto es, cimentada en los imperativos racionales kantianos, romper el paradigma de la transmisión de conocimientos, por procesos de aprendizaje como pensamiento, y no simplemente como conjunto de información. Porque el momento exige rupturas y entre ellas, romper con el miedo que se introyecta en el alma de todos los mortales afectados por la pandemia: miedo a salir, a compartir, a hablar, a hacer. Miedo a juntarse, con lo que ello conlleva. Hoy, se exige una transformación profunda del proceso de construcción del conocimiento que le permita a la humanidad un despertar de la conciencia a fin de alcanzar mejor calidad de vida, en la vida y por la vida.
Las nuevas realidades, o como suele denominarse hoy, la nueva normalidad, debe posibilitar al maestro la oportunidad de confrontar las políticas estatales, para que se construyan nuevas políticas que ubiquen la función educativa en el sitial que le corresponde como factor ineludible para alcanzar resultados satisfactorios en el proceso social y político de sus naciones e impulsar de una vez por todas, el desarrollo socio-económico-cultural a partir de la identidad de nuestros países latinoamericanos. Una sociedad en la que la pandemia ha desnudado las mayores desigualdades sociales en su interior, niega el derecho a la educación, cuando no garantiza la conectividad para todos sus niños y jóvenes en la escuela, mientras lanza odas al consumo, por ejemplo, para supuestamente reactivar la economía mientras perece la población más vulnerable, sometida a la economía del rebusque y la sobrevivencia.
En medio del revulsivo para el mundo y en especial para Colombia, que implica la ruptura por la pandemia, la otra dimensión que debe asumir el maestro, es la de ser político, en toda su dimensión y participar formando en la participación y para la participación. Formando en la democracia y para la democracia. Liderando procesos democráticos. Desarrollando, como en nuestro caso, la pedagogía de la memoria y en lo sustancial, incentivando la formación del pensamiento crítico.
Construir desde la ruptura implica que la unidad no se confunda con la uniformidad. Así como la diferencia es un derecho y la desigualdad es un crimen, la resistencia y la construcción de alternativas (en plural), de acuerdo con las trayectorias que nuestros pueblos viven y vivieron, que no perdieron el rumbo, es la convocatoria que puede hacerse para construir currículos integralmente, adaptados a las nuevas exigencias de los entornos y con un amplio porcentaje de estudiantes marginados del acceso a la internet.
En tiempos de pandemia, hemos de hacer rupturas y ejercer la pedagogía, como un hecho social, mediadora entre los saberes, las vivencias y las percepciones culturales de los grupos sociales en los contextos históricos actuales, signados por la tragedia, de esas comunidades de niños y jóvenes que hace más de siete meses no han podido juntar sus manos y sus voces nuevamente. Quizás Pablo Freire había llevado a la pedagogía social al nivel de ciencia. Él comprendió que el acceso al conocimiento, que debe ocurrir para combatir a la alienación, no podría realizarse por medio de procesos y métodos alienantes. Y al desarrollo de esos nuevos métodos es que debemos dedicar grandes esfuerzos hoy.
En definitiva, en tiempos de rupturas como los que hoy surcamos, requerimos estrategias de incidencia política, para la recuperación y reafirmación de nuestras identidades, para la construcción colectiva de nuevas utopías, para la renovación de la esperanza, para romper con todos los miedos que deja la pandemia, para la construcción de la democracia plena, para potenciar el ideal de libertad, y para animar procesos socioeducativos generadores de sujetos sociales situados y comprometidos, sumados en el firme compromiso de tomar posesión de nuestro mundo con la responsabilidad social y política que se nos confiere.