Supongo que no hace falta que continúe con la lista de viejas o supuestamente nuevas propuestas, de verdades y trampas, a las que últimamente está sometido el profesorado, desde infantil hasta secundaria (antes en medio de una relativa calma, ahora haciendo escuela entre las múltiples dificultades de las regulaciones contra la pandemia, pocas veces pensadas en clave educativa). Los que empiezan a ejercer de maestros no saben por dónde empezar. Muchos de los y las compañeras, que acumulan trienios, acaban desconectando de tanto caos, si no estaban ya desconectados. Otros muchos intentan implicarse, a pesar del caos, y no dejar de ser los profesionales activos que siempre han sido. Sin embargo, todo el mundo se irrita tratando de aclararse o, al menos, de que le dejen en paz. ¿Se puede saber qué esperáis de mí? ¿Alguien tiene claro para qué sirve la escuela?
Escuelas que han de fabricar un producto homologado
Implicadas, desconcertados, resistentes o proactivos, bien o mal relacionados con madres y padres de todo tipo, parece que nos hacen ir hacia una escuela que tiene que fabricar un buen producto, homologado, que será vendido y comprado en el mercado de la educación, ahora con muchas más sucursales. La calidad profesional será evaluada, si vuelve la calma, en función de la correcta aplicación de didácticas y metodologías definidas, afinadas, evaluables. ¿Pero, se puede empezar a ser maestro tan solo habiendo aprendido a enseñar metodológicamente bien? ¿Se puede continuar haciendo de maestro como hasta ahora, si todo en la sociedad parece haber cambiado?
No se si formando parte del problema o como afectado que busca soluciones, yo también llevo algunos cursos perdido, participando en debates, intentando meterme en la piel de quien está cada día en el aula, no dejando de compartir la voluntad del profesional de la educación que quiere ser una verdadera oportunidad para cada niño y adolescente que se cruza en su vida. Además, tenía y tengo la sensación de que algunos innovadores y muchos resistentes nos están robando las palabras. Por si fuera poco, algunos de los verdaderos poderes económicos y sociales tratan de evitar que nos formulemos las verdaderas preguntas sobre la educación y la escuela.
Compartir estos desconciertos me llevó a escribir el libro Ser maestro cuando parece que nadie sabe para que sirve (Octaedro, 2021). Lo escribí tratando de poner un poco de orden en la nube de las preguntas y he sugerido una propuesta de caos razonable para las respuestas. Todo ello para conseguir que educar mediante el aprendizaje (que es lo que hacemos cada día en la escuela) continúe estando entre las realidades y las utopías cotidianas. Suelo decir a los y las adolescentes que, si no se hacen determinadas preguntas, la Coca-Cola les impondrá las respuestas. Ahora, he de decir a los y las colegas de la escuela que no pueden dejar de preguntarse por el sentido de lo que hacen, que educar significa, también, buscar sentidos a un tarea, una profesión, que condiciona muchas vidas.
Vidas que acompañan vidas, que entran y salen por las ventanas de la escuela
Todo maestro o maestra, todo profe, al menos cada lunes, es inevitable que al entrar en una clase sienta resonar un interrogante en tu interior: “¿Y yo qué pinto aquí?”. Tratando de buscar la respuesta a esta y algunas decenas de preguntas más, sugiero ponernos de acuerdo en que la nuestra es una profesión (una forma peculiar de estar en el mundo) que se dedica a humanizar. “Somos profesionales que creemos en el ser humano, en sus potencialidades, en sus necesidades y en sus interdependencias… no somos nosotros los que negamos a ningún niño o adolescente el desarrollo de sus capacidades… tratamos de que la carencia de respuestas a sus necesidades no se convierta en una condena”. Un maestro es una vida que acompaña otras vidas.
La escuela, la construimos juntos cada día. No tiene porque venir definida desde lo alto. Continuamos inmersos en la batalla por construir una “escuela nueva”, descubriendo que se trata de una actividad renovadora que tiene más de cien años a las espaldas y que son muchas las veces que alguien repite que la vieja escuela ha muerto, mientras continúa muy viva y, con cada crisis, muchos intentan que vuelva al pasado. Continuamos preguntándonos al servicio de y para quién trabajamos, si es la sociedad o somos nosotros quienes estamos en crisis. Discutimos cómo se enseña y cómo se aprende hoy, qué quiere decir esto de construir nuevos entornos de aprendizaje, por cuál de nuestras ventanas escolares entra ahora la vida…
En la escuela no limitamos ninguna pregunta, todo puede ser objeto de duda e interrogación. Pero, en la escuela están prohibidas, no son válidas, determinadas respuestas
Para encontrar respuestas a las preguntas sobre el resultado final de la institución propongo recuperar un pacto: “El poso básico que tiene que producir una escuela en todos y cada uno de sus alumnos es una especie de salario cultural mínimo, un zócalo de cultura, saberes, experiencias, competencias, a partir del cual puedan continuar aprendiendo, continuar planificando la vida. Es todo aquello común que no está permitido no saber (una obligación inevitable, aunque solo sea para que la vida no sea un desastre) y que cada alumno tiene derecho a tener garantizado (construyendo una escuela que lo intente para todo el mundo)”.
Un lugar con respuestas prohibidas
Nuestra sociedad y nuestras aulas están llenas de mezcla y diversidad, llenas de explicaciones culturales, religiosas y políticas respetables pero, todas, discutibles. ¿La escuela que construimos tiene que ser la de la ciudadanía laica? En la escuela no limitamos ninguna pregunta, todo puede ser objeto de duda e interrogación. Pero, en la escuela están prohibidas, no son válidas, determinadas respuestas.
“En la escuela hacemos posible que cada alumno pueda acceder a informaciones diversificadas, a propuestas en contradicción… pero que tienen rigor y pueden llegar a ser aceptadas. No existe la imposición hipócrita de la verdad adulta. En la escuela, el laicismo en términos religiosos es una forma de vivir juntos que se basa en la aceptación crítica de todas las religiones sin que ninguna de ellas pueda ser impuesta a nadie. El esfuerzo por comprender al diferente también incluye sus componentes religiosos. Pero, la aceptación incluye el acuerdo de encontrar y construir un conjunto de referencias culturales compartidas por todo el mundo. La escuela siempre educa sujetos que, siendo diferentes, tienen que formar parte de una sociedad tolerante, libre y laica. La forma de vivir juntos no la definen las religiones, las creencias religiosas. Se trata de vivir juntos con reglas comunes laicas”.
El viejo debate que contraponía la lógica de la materia a la necesidad de saber cómo es cada niño o adolescente, que ha de aprender aquello que intentamos enseñar, me llevó a preguntarme si todavía era obligatorio mirar a los alumnos. No está escrito que el alumnado tenga que aprender aquello que nosotros consideramos importante y está por construir la seducción profesional que genera interés por aprender. Cada día, una veintena larga de vidas infantiles y adolescentes cruzan la puerta del aula. Cada una de ellas es singular, conectará o no con nuestras pretensiones, se sentirá implicada o no con lo que le proponemos hacer. ¿No tendríamos que pensar cómo conseguirlo? Y así, las preguntas, llevan a las miradas. Mirar para ilusionar, mirar para compensar otras miradas que traen de casa, del barrio.
Cada día rescatamos niños de la esclavitud educativa familiar (también de las “buenas” familias) y ofrecemos oportunidades que no todas las familias pueden dar
En la escuela, mirar es como hacer un mapa impresionista. “Una multiplicidad de colores vitales en los cuales poner los ojos educativos en algún momento. Te sugiero coger una libreta (digital o de papel), un cuaderno de campo de antropólogo educativo, y escribir pensando que de cada alumno deberías tener un relato vital, que anotas movido por la curiosidad por descubrir cómo puedes mantener y ensanchar sus deseos de saber”.
Con o contra las familias, con escuela o sin
¿Las familias son rivales, enemigos? Cada día dejan sus hijos, sus hijas, en nuestras manos y cada día nosotros tratamos de sumar educación, compensar déficits, reequilibrar desastres. Cada día rescatamos niños de la esclavitud educativa familiar (también de las “buenas” familias) y ofrecemos oportunidades que no todas las familias pueden dar. Pero, hace tiempo que tenemos mucho mar de fondo en la relación. Nos sigue quedando la permanente necesidad de descubrir cómo aprender a educar juntos, a hacer escuela juntos. Quizás debamos empezar por acordar que “educar no es nunca hacerlo todo bien, sino poder pararse a pensar si la próxima vez lo podríamos hacer de otro modo. Tanto los padres y madres como nosotros dudamos, probamos, innovamos, aprendemos a educar”.
Cuando un profesional repiensa su profesión no puede dejar de hacerse una propuesta de enmienda a la totalidad. En nuestro caso, hay que pararse a pensar qué pasaría si no tuviéramos escuela (la cerraron unos meses y parece que no se hundió el mundo…). Entre medio, hay que debatir sobre escuelas alternativas y sobre escuelas definidas (o suprimidas) por las entidades económicas. “Tengo que dejar claro que tenemos dos escenarios de futuro que no podemos (no puedo) aceptar. El primero, sería el de la pretensióń de recuperar la escuela eterna y el profesorado como transmisor de un paquete esencial de contenidos. Más allá de los argumentos discutibles, no es viable. El segundo, que a veces contempla la OCDE en sus documentos, viene a predecir (con cierta discreción) que los diferentes contextos de aprendizaje del mundo actual acabarán generando la desaparicióń de la escuela y, tambiéń, que no hará falta el corsé profesional de la existencia de maestras y maestros con un encargo definido y regulado por el Estado.
Mi relato, mi catálogo de preguntas en el libro, no podía acabar sin preguntarme qué quiere decir educación pública hoy. Sugerir el inicio de algunas respuestas: “… La escuela que enseña a pensar, la escuela de la diversidad, la escuela que personaliza el aprendizaje, la escuela como espacio de serenidad de los niños… no es posible en cualquier tipo de escuela. Solo es viable cuando la escuela tiene una característica radical: está pensada como servicio público, como servicio para hacer posible el derecho universal a la educación”.