Aún en nuestras sociedades democráticas, la educación ciudadana en la escuela sigue manteniendo una precaria y retraída perspectiva de contenidos que abordar. De tal manera, se tiende a transformar el proceso de aprendizaje cívico en un memorístico conjunto de conceptos e ideas carentes de sentido práctico para la acción ciudadana real y concreta.
Es sabido que, en la escuela del siglo XXI, no necesitamos educar estudiantes pasivos que respeten normas o memoricen estructuras constitucionales, sino ciudadanos capaces de analizar y evaluar el grado de ajuste al contexto real de aplicación de estas leyes, logrando, al menos, hacer problemático lo que resulta injusto en una sociedad democrática.
Llenar nuestros diálogos (y textos de estudio) con la idea de que la democracia es el gobierno en el que el pueblo ejerce la soberanía implica asumir también que las leyes son el reflejo de esta voluntad popular. Por tanto, la educación ciudadana debe estar orientada mínimamente a promover y potenciar la capacidad de los estudiantes de participar en la mismísima definición de la vida pública, cuya forma siempre condiciona sus vidas y, para muchos, las posibilidades reales de configurar un proyecto de vida con sentido y ciertamente realizable.
La educación cívica es importante para la sociedad en la medida en que comprendemos, desde una perspectiva aristotélica, que las virtudes morales son disposiciones en los sujetos que se alcanzan a través del hábito y la voluntad y no nacen de forma natural en ellos. Pero el ejercicio de la democracia y la ciudadanía no solo se limita a la instrucción de derechos políticos, sino que implican el aprendizaje de todo lo necesario para desarrollar una convivencia adecuada entre quienes componen la sociedad, como es el pluralismo, la tolerancia, la solidaridad, la equidad o la igualdad, que contribuyen a la integración de todos y todas quienes cohabitamos el mundo.
Debemos preparar al estudiante para el ejercicio pleno de su libertad a través del desarrollo de la autonomía de su voluntad. Un estudiante-ciudadano abierto y que defiende sus puntos de vista, pero, al mismo tiempo, escucha a los otros y está dispuesto a pensar y trabajar críticamente en la comprensión y acción para mejorar la vida de todos. No solo un estudiante que rechaza la violencia, sino que posee un rol activo en la búsqueda del entendimiento y la solución frente al conflicto con los otros.
Hacerse cargo de la educación ciudadana en la escuela de hoy no debe constituir un intento por ajustar a los estudiantes a la sociedad existente, sino más bien educarlos para que sean capaces de hallar y desafiar las estructuras ideológicas que puedan restringir y limitar de algún modo sus vidas.
La enseñanza de la ciudadanía desde esta perspectiva debe contener en su centro el aprender a vivir juntos. Detrás de cada contenido que se exprese tiene que encontrarse el refuerzo permanente que el profesor debe ejercer sobre actitudes tales como la solidaridad, el respeto a sus iguales o la equidad. Estos valores deben contribuir entonces al desarrollo moral de los estudiantes que aprontan a insertarse plenamente como ciudadanos de la sociedad de la cual son parte. A través de ellos será desde donde escurra el civismo hacia la sociedad en su conjunto. Este es el principal aporte de cualquier escuela a la construcción de la ciudadanía.
También debemos considerar que la ciudadanía debe estar siempre presente en el lugar en que se desarrolla el proceso de enseñanza, porque su fin es construir un verdadero modo de vida democrático interno que, luego y solo a consecuencia de lo anterior, pueda irrigar hacia la sociedad.
La educación ciudadana, transversal a cualquier asignatura, no debe ser menos que reflexionar acerca de que el ejercicio de una democracia plenamente ciudadana es el resultado de un largo camino aún por hacer y cuyo fin, el cambio social, es tributario esencialmente de la acción humana.
No abogo por la enseñanza de una conducta cívica fielmente obedecida, sino por una educación ciudadana presente en la consciencia de los estudiantes y basada en el acercamiento critico a la realidad social, tanto histórica como actual.