Katia Hueso es bióloga de formación, aunque lleva ya años haciendo divulgación en relación al acercamiento de las infancias y de las personas adultas al mundo natural. Acaba de publicar Educar en la naturaleza que, a pesar de su título, no trata exclusivamente de niñas y niños. Es casi una manual práctico para cualquier persona.
Es importante salir a entornos naturales (sí, también el parque lo es) para ir conociéndolos y, sobre todo, para tener una relación no puramente cognitiva o intelectual con la naturaleza, sino emocional, “espiritual, si se quiere”, asegura ella, que nos conecte con el medio en el que habitamos. Es importante para nuestras vidas y, también, para hacernos responsables del cuidado y conservación de ese legado.
Quería empezar casi por el final del libro. Mencionas un estudio en Reino Unido sobre el conocimiento, por parte de niñas y niños de nombres de pokémons y de plantas. Tienen en su memoria más de los primeros que de los segundos. Dices que este desconocimiento de la naturaleza es un problema de cultura. ¿De qué manera la naturaleza es cultura?
Esos dos conceptos están muy unidos. La naturaleza como tal es el entorno en que vivimos, es nuestra esencia de alguna manera. Y está también en nuestra esencia, como seres humanos, entenderla, nombrar las cosas, clasificar, comprender mecanismos. Ahí se centraría la parte de cultura, dar sentido a todo lo que observamos en la vida real, porque la naturaleza es lo que sucede en la realidad. Dar sentido a todo esto, comprenderlo y darle un sentido más allá, de índole más espiritual, si se quiere, es muy humano. Ahí es donde enganchan cultura y naturaleza de una manera muy clara; no hay más que ver qué distintas interpretaciones en distintas culturas de un mismo fenómeno, de un mismo paisaje: leyendas, historias, usos de la biodiversidad. Cómo se usan ciertas plantas, qué connotaciones tienen algunos animales. Todo esto es la manera humana de entender y manejar la realidad, la naturaleza.
Hablas de algunos conceptos en el libro de los que te iré preguntando. Me gustaría que me dijeras qué es la ecoalfabetización y por qué es importante.
En el fondo es una mala traducción del inglés: ecoliteracy. Antes había una asignatura que se llamaba Conocimiento del medio, que sería un poco equivalente: tener un conocimiento básico del medio natural, de lo que sucede, cómo funciona, qué hay, cómo podemos convivir respetándolo y aprovechándolo. Tenemos que comer de algo, beber y usar recursos naturales, pero de manera lógica, coherente, armoniosa. Todo esto viene dado por eso que llamo, de una manera algo forzada, ecoalfabetización. Es tener un conocimiento mínimo para no cargarnos el medio natural, básicamente. Hacerlo de manera razonable, sostenible, inteligente para que también las próximas generaciones puedan aprovecharse de esa relación más lógica. Y hacerlo con un enfoque ético. Creo mucho en nuestra actitud hacia la naturaleza. No es solo una cuestión de racionalizar los recursos para que quede para el futuro sino también posicionarnos, saber cuál es nuestro lugar, no tomar una posición jerárquica superior, sino tener claro que somos parte de esa compleja red que es la naturaleza y tener una actitud más humilde y agradecida hacia todo eso que nos da.
En el libro hablas de diferentes formas de acercamiento a la naturaleza, que bien puede ser más intelectual, a través de la literatura, o saliendo directamente por la puerta de casa para tener un acercamiento más afectivo…
El contacto directo es la manera más inmediata de llegar a lo más profundo. Cuando lo hacemos desde una posición mental o intelectual se queda ahí arriba, no se traduce en algo que se se integre en un comportamiento. Si tienes experiencias reales en la naturaleza, formará parte de ti. Puedo leer mucho de la naturaleza de sitios que no conozco, como Japón o Australia, sitios a los que no he ido; puedo leer y me puede fascinar, pero no sé cómo es estar allí. No tengo la experiencia de primera mano y eso me limita un poco a la hora de tener una actitud hacia ese lugar. Solo lo puedo imaginar, además, porque he tenido experiencias en otros lugares naturales. Si no he tenido ninguna experiencia, como puede suceder en entornos muy urbanizados o para colectivos con más dificultad para salir al medio natural, no tienes ninguna referencia propia para comparar. Es una alienación tremenda porque no te haces una idea de cómo es estar tumbado en la hierba o cómo es mojarte los pies con las olas del mar. Son experiencias que te conectan de forma muy inmediata y directa con la naturaleza y que hace que sientas que formas parte de ella.
Cada vez vivimos más en la ciudad y estamos más alejados de lo natural. No rechazas la posibilidad de que una visita a un parque ya pueda ser una experiencia…
Gran parte del escollo está en la actitud. Los adultos tenemos la tendencia de pensar en el pasado, de lo que hicimos mal o bien, o en el futuro, lo tenemos que hacer, la agenda, los compromisos por delante. Y estamos muy poco en el aquí y en el ahora como hacen los niños, que están más centrados. Esto hace que en el fondo dé igual dónde estés. Puedes estar en el medio de la selva pero si estás pensando en la lavadora o en el correo electrónico pendiente, te da lo mismo.
Recuerdo un anuncio de Movistar de una mujer corriendo por un bosque con auriculares, con teléfono, mirando un reloj inteligente. Y el anuncio venía a decir que así estás mejor conectado. Me resulta muy paradójico porque la mujer miraba el reloj, con los auriculares que le impedían captar los sonidos del bosque y realmente estaba muy desconectada del lugar, con ese espacio. Y, sin embargo, puedes conectar muy bien con cualquier pequeño entorno natural que tengas en una naturaleza, a lo mejor más modesta o frágil, que encuentras en la ciudad, por nombrar el otro extremo. Recuerdo el Diario de Ana Frank, que se pasó prácticamente la II Guerra Mundial entera encerrada en un ático. La única posibilidad de mirar hacia afuera era una ventana cenital en el tejado, donde veía la rama de un castaño, gracias a la cual sabía si era verano, invierno, primavera, de día o de noche. Y conectaba con aquello. Pongo estos dos extremos como ejemplo, pero puedes conectar con cosas pequeñas y modestas si tienes la mirada y la actitud abiertas para ello.
Las infancias están ahora muy conectadas pero con las pantallas. ¿Cómo hacemos para que las infancia estén más atentas cuando salimos a la naturaleza?
Es complicado porque nos están haciendo una competencia muy grande, sí. Es lo que llamo la “generación silente”. Antes te ibas a un restaurante y veías a niños, se cansaban, corrían entre las mesas… hacían bullicio como es habitual. Ahora mismo a penas te das cuenta de que están porque están pegados a un móvil. Ojalá tuviera la receta, que lo vivo con mis propias hijas, qué fuerte es este estímulo que tienen con las pantallas que anula todo lo demás. Imagino que al final es sentido común, buscar un equilibrio. Las pantallas forman parte de nuestra vida y tenemos que aprender a convivir con ellas, más en esta época en la que estamos, pero sí tenemos que educar en el sentido de por qué estamos usando esas cosas y para qué. Un niño no debería necesitar las pantallas, solo las usa para ocio, entonces, racionalizar un poco. No es comparable la vida de un adulto y su relación con las pantallas con la de un niño. Y poner límites. Aunque parece más fácil poner un límite radical que otros más sutiles, es complejo. No tengo la solución perfecta, ni mucho menos. Paciencia, paciencia, paciencia y mucho cariño.
El libro se titula Educar en la naturaleza. La preposición no parece gratuita. ¿Qué sentido tiene?
No he hecho un estudio de todas la posibles preposiciones (risas) pero me parece que refleja bien la inmersión, estar dentro de. Otras preposiciones nos posicionan por fuera: para, por o, incluso, con, nos posicionan en un lugar externo a la naturaleza. Educar ‘en’ nos mete en ella. Refleja la filosofía que defiendo de no posicionarnos por encima, sino de aceptar que somos parte de ella y que tenemos que aprender de ella. Nos coloca en una posición de aceptar que también somos naturaleza, seres vivos que dependemos del aire, del agua, del alimento que nos proporciona y, por tanto, apelo a esa humildad, a esa modestia que necesitamos. Porque, al final, nosotros sí necesitamos de esa naturaleza pero ella no a nosotros. Un poquito de humildad.
Retomando las infancias y las pantallas, esta especie de aumento del miedo de dejar a niñas y niños espacios de libertad y descubrimiento; miedo a que estén solos en la calle, fuera de casa. ¿Cómo ves tú esta situación?
Hay mucho que comentar sobre esto. Hace unos días se publicó un estudio en Reino Unido que reflejaba que los niños tardaban ahora dos años más en salir a la calle a jugar de forma autónoma, no digo al monte, a la calle. Pongamos que hace 10 o 20 años salían de forma autónoma con 9 años, y ahora ya es con 11. Entramos en una edad en la que, tal vez, ya no les interesa salir a jugar porque están con otras historias, en la pubertad, el juego tiene un carácter muy diferente. Asistimos un poco a la extinción del juego libre o autónomo tal y como, quizá, lo hemos conocido nosotros en nuestra infancia.
Hace unos días daba una charla en la Universidad de A Coruña y hablábamos del riesgo de no jugar. Hablábamos de la gestión de los riesgos en el juego autónomo y libre y de cómo preservar la integridad física, digamos, en el acompañamiento del juego. También se hablaba del riesgo de no jugar, de lo que suponía eso en cuanto a pérdida de la oportunidad de aprendizajes vitales, de cómo gestionar tus propios riesgos, cómo aprendes cuáles son tus límites y capacidades, a relacionarte con los demás de forma autónoma y no mediada por un adulto jerárquicamente superior. Es un tema bastante serio que requeriría una reflexión profunda por parte de as autoridades.
Ahora que está la ley de educación en su desarrollo de decretos y demás, todo esto debería estar en las reflexiones que se hagan en el traslado de la ley a cosas más concretas.
Hablando de esa falta de espacio autónomo, y pensando en las ciudades, hoy día hay menos riesgos en la calle que hace unos años pero la percepción es la contraria. Hay un trabajo que deben hacerse los adultos…
Creo que sí. Hay un problema colectiva porque la percepción no es individual, es fruto de la presión de todos, del conjunto de las familias, de los adultos con niños que vamos contagiando ese miedo. “Tú cómo te atreves a dejar a tu hijo salir así”.
Es verdad que pasan menos cosas, pero hay una mayor exposición en los medios de la cosas que pasan. Sucede cualquier incidente, que siguen sucediendo, y se amplifica mucho más ahora que hace 20, 30 o 40 años que no había redes sociales ni internet. Antes era una casualidad que lo encontraras en el periódico y ahora te salta en el WhatsApp. Tenemos mayor exposición a la amplificación de los miedos, no solo por los medios sino por la presión.
También puede influir que la familias son más pequeñas, que tenemos los hijos a edades más tardía y a lo mejor somos más sensibles a este tipo de influencias. Es complejo, pero estoy de acuerdo en que pasan menos cosas, y hay estadísticas que lo corroboran.
También están las agendas tan tremendas que imponemos a lo niños, que no les damos tiempo a nada. Con el confinamiento decíamos que los niños habían dejado de jugar en la calle, pero venía pasando de antes, tienen agendas de ministro.
La presión porque lleguen lo más alto ha influido en esas agendas de ministro que tienen.
Es muy importante que, independientemente que podamos respetar la opinión de una familia de querer dar la mejor educación posible a sus hijos e interpreten que apuntándoles a todas esas cosas lo estén haciendo, mi reflexión es que, al final, el niño sabe lo que quieren sus padres, pero no va a saber nunca lo que él quiere porque no va a tener un momento para conectar consigo mismo porque está haciendo algo que otros le proponen, que otros le buscan. Para la sociedad en general será más beneficioso que haya personas conscientes de sí mismas, de lo que quieren ser y a dónde quieren ir. Y no necesariamente alguien que tenga una preparación excelente.
No les damos el tiempo para que se aburran y hagan lo que consideren…
Tampoco tengo datos científicos que lo corroboren, pero por observación empírica en el seno de mi familia, creo que el aburrimiento es el mejor precursor de grandes cosas. Pero es un momento tenso, vamos a decir. Tenemos poca tolerancia a esos momentos de languidez y de pesadez intelectual que te genera el aburrimiento; estamos acostumbrados a los estímulos rápidos, fáciles y la tolerancia, quizá, disminuye.
Pero he observado que cuando he aguantado el tirón y vamos a ver qué pasa, ocurren cosas interesantes. Hay como saltos. La evolución de cualquier niño es un poco así, no es una cuestión lineal. Hay como escalones que hay que dejar que se presenten. Tienes la parte vertical y la horizontal, la vertical puede ser la muralla del aburrimiento, este «qué horror, cómo lo voy a superar», y de repente vienen con un aprendizaje nuevo, con una idea propia que tiene el valor de ser generada por uno mismo. Creo que el aburrimiento es el gran precursor de las grandes ideas y soy firme defensora de que se aburran, a pesar de que eso les genera mucha tensión a las familias.
Volviendo al tema del libro. No sé si estos espacios de aburrimiento o, mejor, de autonomía, son más fáciles en entornos naturales que metidos en casa…
No sé dónde se resolvería antes el aburrimiento. La manera fácil de resolverlo sería coger el móvil, que es lo que hacemos todos cuando tenemos un momento de espera en el médico, en la parada del autobús… En el caso del juego, no sabría decir si el resultado es más espectacular, vamos a decir, en un entorno u otro. Creo que en cualquier caso, el hecho de estar en un lugar en el que no hay un estímulo dirigido, como una pantalla -que es muy pasivo, eres receptor-, en un entorno neutro, como la calle o un espacio natural, eres tú quien decide qué haces con lo que tienes alrededor: qué materiales quieres coger, en qué tipo de juego te quieres meter, si más activo o más pasivo, más o menos arriesgado… ahí está la clave, en “empoderarse”, en ganar esa autonomía y la capacidad de decisión a la hora de elegir con quién quieres estar, dónde quieres estar, con quién jugar, cuáles son las normas, cuánto dura ese juego… Es importante no solo la posibilidad de entrar en un juego sino de salir cuando no te resulte agradable o placentero. La capacidad de decidir en cada momento los parámetros del juego en el que te metes.
En el libro comentas que, para que nos hagamos responsables, adultos y menores, con respecto a la naturaleza, más allá de leer, hablas de las experiencias más emocionales y personales en la naturaleza. ¿Son condición sine qua non?
Hay estudios que demuestran que conectar con la naturaleza y me refiero, aquí, a estar físicamente en ella y tener experiencias en ella (lo cual no quiere decir estar cada semana en un parque nacional), estas experiencias reales y tangibles, en las edades tempranas, que nos llegan más hondo, generan un vínculo de afecto positivo con el medio natural. Y tienen un doble efecto: uno, como dice el refranero: con el roce se hace el cariño, el haber frecuentado un lugar que forma parte de tu historia, de tu memoria y de tu personalidad, es algo que te apetece cuidar. Cuando tienes un recuerdo bonito de un sitio tienes tendencia a querer protegerlo, a mantenerlo. Por otro lado, las experiencias en la naturaleza, en un entorno no preparado, hacen que adquieras herramientas de gestión de tus emociones, de los riesgos, de las relaciones, de la incertidumbre al estar en un entorno en el que no depende de ti lo que ocurra. Te da herramientas sociales, emocionales, cognitivas que hacen que te sientas mejor preparado para luchar, si se puede usar este término, por un planeta mejor. Si estamos en casa, en un entorno protegido, a lo mejor cuesta más salir para pelear por un planeta mejor. Pero si lo has vivido y has adquirido herramientas personales de desarrollo, que te dan ímpetu, tienes la receta perfecta para no solo generar un vínculo sólido sino, además, querer ponerlo en valor.
Pensaba en el contrapunto que supone el término ecoansiedad del que también hablas en el libro. ¿Qué esto de la ecoansiedad?
Tiene mucho que ver con lo que acabamos de hablar. Es básicamente la sensación de angustia que nos genera el mal estado del medio ambiente y la sensación de impotencia que nos da el no poder arreglarlo. Cómo le puedes pedir a un niño de 7 o 10 años que resuelva el cambio climático, es imposible. Esto puede generar un bloqueo en las personas porque son niños que comprenden la envergadura del problema pero que, desde luego, no se sienten capaces de gestionarlo o resolverlo. Se nos escapa a todos, vaya, es tan complejo que nadie puede resolverlo solo.
Todos estos mensajes que nos llegan a través de organizaciones, o activistas muy concretos que protestan, que pintan el futuro de un color muy negro, funciona en ciertos ámbitos, pero si se dirige a los jóvenes más jóvenes, vamos a decir, niños, chavales… se consigue el efecto de bloqueo, de no querer saber nada del tema porque es un problemón y no puedo hacer nada. Eso puede traducirse en ecoansiedad: hay personas que realmente sufren por el planeta, lo pasan mal. Tengo colegas biólogos que trabajan en el campo y ven lo que han ido pasando, profesionales hechos y derechos y también sufren de ecoansiedad al ver cómo se deteriora el ecosistema, cómo se contamina, cómo el cambio climático hace estragos en ciertos sitios. Si esto sucede con un científico de cierta talla, con conocimiento profundo del tema, que es adulto y tiene herramientas suficientes, qué no pasará con un niño en proceso de formación.
Las experiencias tempranas y el vínculo emocional positivo y estas herramientas que adquirimos en la infancia a través del juego, mitigan un poco esta sensación y te dan herramientas para actuar. Está fatal, pero tengo margen para moverme.
Parece obligado, hablando de ecoansiedad e infancia, que hablemos de Greta Thumberg. Una figura que genera cierta ambivalencia, con un discurso potente y que llega a unos públicos que desde otra posición seguramente habría sido imposible. Le ha caído encima esa responsabilidad de ser la marca de una infancia comprometida, como si fuera capaz de hacerlo todo. ¿Necesitan niños y jóvenes referentes de este estilo?
Me pasa igual que a ti, tengo sentimientos encontrados. Ha encontrado un nicho, digámoslo así, que antes no estaba, la voz de los jóvenes, más que niños: jóvenes en la adolescencia. Tiene un discurso muy potente pero muy negativo en cierto modo, en el sentido de que todo se va a la porra si no hacemos nada. Creo que su discurso funciona muy bien en su grupo de edad, 16 para arriba. Pero en edades más tempranas creo que puede ser contraproducente en algún caso, por aquello de la ecoansiedad. Creo que es un rol que tiene que existir; tienen que existir la ONG que salen a parar camiones o barcos; tienen que existir los partidos políticos que lo hacen desde otro ámbito; también las grandes ONG que lo hacen de manera más institucional… Todos esos roles son importantes, ninguno sobra. Pero en el caso de Greta creo que funciona en un ámbito muy concreto. Hay personas a las que, a lo mejor, les perjudica más que les beneficia.
Otro de los conceptos de los que hablas en el libro y que me viene a la cabeza según te escucho, es el greenwashing. Una práctica convencional en el sistema capitalista: coger un concepto de la movilización social y darle la vuelta para seguir haciendo más o menos lo mismo. Eres bastante crítica con el concepto…
Es difícil, pero habría que aprender a mirar detrás de todo esto, qué significa. Por una parte pienso que el greenwashing es una herramienta muy fácil de usar por grandes corporaciones: hacer un anuncio muy bonito con granjeros recolectando café y vendiendo las excelencias de tu café supuestamente responsable, que a lo mejor lo es, pero te entran ciertas dudas. Pero también es, por lo menos, un paso. Las empresa que dan el paso de querer parecer verdes, por lo menos, miran en esa dirección, aunque no hayan dado grandes pasos. Creo que los consumidores tenemos que ser lo más críticos posibles. No es fácil, insisto, porque no disponemos de la información completa. No sabemos exactamente qué está haciendo una empresa, solo sabemos lo que nos cuenta y que, obviamente, no suele ser todo.
Dando un salto, desde hace algún tiempo, se está viviendo una auténtica ola de procesos de naturalización o renaturalización de los patios escolares. ¿qué te parece?
Es como todo. En cierto modo tiene algo que ver con esto de greenwashing. Pasa de ser una moda en un momento dado y que en algunos sitios no haya una reflexión y que solo sea cuestión de embellecer el patio. Me parece, como mínimo, un paso en la dirección correcta. Pero creo que es necesaria una reflexión sobre qué buscamos de ese patio. No es lo mismo dar clases al aire libre que dar solo ciertas materias o buscar un lugar agradable para el recreo. Las funciones son diferentes.
También hay que tener en cuenta dónde se está, el entorno, qué composición de edades tenemos, o cuál es su entorno social y qué acceso tienen a la naturaleza para ver cómo podemos compensar déficits que pueda haber. Se debe hacer una reflexión sobre qué se quiere y cuál es el compromiso del claustro, de la comunidad escolar, si se va a compartir con otros colectivos como ocurre en algunos lugares. Cuestiones que deben ponerse sobre la mesa antes de plantar un solo árbol, porque no tiene sentido hacer una obra muy bonita, con perdón de los arquitectos. A veces te encuentras con cosas muy bien diseñadas y vistosas pero que adolecen del proceso de reflexión pedagógica que creo que es muy necesario.
Lo primero y principal es saber qué necesita una escuela porque son quienes lo van a usar. Y después, las condiciones del espacio, del clima, las necesidades que va a tener de riego, de energía, de lo que sea. Y si se le puede dar un toque estético, fenomenal. Pero todo este proceso tiene que venir antes de contratar al arquitecto, incluso prescindiendo de él, llegado el caso. Los arquitectos deben ser quienes ejecuten lo que otros han reflexionado y pensado. Es una tarea que corresponde a los pedagogos, a los docentes, a la comunidad escolar y, luego, hay que asesorarse por alguien que conozca las necesidades de mantenimiento o “las prestaciones” de todo aquello que quieres instalar. Creo que se debería trabajar en equipo. Tenemos poca costumbre de trabajar así, pero es necesario que entren diferentes disciplinas a un proyecto de estas características.
Aunque das algunas ideas para hacer salidas a entornos naturales, para alguien de perfil complejo, ¿cuáles crees que deberían ser los primeros pasos para “salir de casa”?
Pues abrir la puerta (risas)… Yo también tengo un sofá muy pegajoso, y creo que para mí funciona tener una rutina de hacer todos los días un poco, y no tanto la paliza de fin de semana con una ruta de 6 horas. Esto lo podrás hacer, pero si no tienes la costumbre es difícil que te funcione. Es mejor dar pequeños pasos, una vuelta a la manzana, procurando, por ejemplo, dejar el teléfono en casa para no aprovechar y hacer llamadas. Sería decir: “Voy a lo que voy: al aire libre, a ver qué me trae”. Es más útil acometerlo poco a poco, haciendo cosas asumibles en el día a día, que otras más grandilocuentes que pueden ser más vistosas en Instagram pero que al final tienen un recorrido más limitado a largo plazo.