Marina Garcés, filósofa y escritora, reflexiona sobre la educación y el acceso a unas oportunidades igualitarias después y durante una pandemia mundial que ha puesto de relieve unas desigualdades que hacía demasiados años escondíamos bajo la alfombra. Asegura que la Covid nos ha puesto ante un espejo «perverso e inverso de lo que somos como sociedad». El mundo que se nos abre paso, irremediablemente, por las pantallas, aunque la filósofa alerta que las nuevas tecnologías no deberían ser vistas como un parche, sino como una oportunidad. Pero advierte de que «no nos sirve cualquier tecnología, ni cualquier empresa. Debemos ser conscientes de los usos y los abusos».
Garcés abordó estos temas en la jornada Avancem. Respostes locals en educació, esports i joventut, organizada por la Diputación de Barcelona el pasado lunes 7 de junio.
¿Cómo crees que ha afectado la pandemia en nuestra educación y qué consecuencias tendrá la virtualidad en este nuevo mundo?
Por un lado, la pandemia nos ha mostrado muchas realidades del sistema educativo que no queríamos ver, relativas a la desigualdad de recursos y a lo que pasa fuera de las escuelas: hemos descubierto las casas, las vidas y las posibilidades de cada uno. Todo esto son cosas que no forman parte de la vida escolar y que hemos visto que son importantes para el aprendizaje. La otra gran aparición que ha venido con la pandemia ha sido el debate en torno a la virtualidad y sobre cuánto Internet es necesario para un aprendizaje de calidad. Aquí encontramos un abanico de respuestas que van desde aquellos que ven en las tecnologías la salvación a todos los problemas educativos de nuestros tiempos, hasta los que las ven como una sustitución peligrosa de otros ámbitos de experiencia. Para mí esto es reducir el debate, porque la pregunta no es ‘tecnologías sí o no’, sino que nos tenemos que preguntar cómo las incorporamos, con qué criterios de cualidad democrática y con qué finalidades.
La virtualidad nos ha reducido a una esfera individual. Si enfocamos la educación desde una mirada holística, ¿cómo crees que la individualidad afecta al pensamiento crítico, a la socialización y a todos aquellos aspectos que determinan los aprendizajes?
No deberíamos relacionar virtualidad con individualidad en la experiencia de aprendizaje. No debería ser así. Las tecnologías pueden ser herramientas de relación entre iguales muy potentes. Ahora, no nos sirve cualquier plataforma, empresa o herramienta. Y seguramente no nos sirve tampoco el uso que le estamos dando en estos momentos. Las tecnologías no son acríticas; somos nosotros los que nos volvemos y nos relacionamos con ellas como si fueran las únicas posibles, como si las empresas que nos las proveen fueran las únicas y la manera de usarla, con los datos tremendamente expuestos, fuera la única realidad posible en el mundo digital. Tiene que haber una respuesta clara por otro tipo de tecnologías: que sean de código abierto y protegidas en el uso y propiedad de los datos. Y, a partir de aquí, podemos plantearnos herramientas que garanticen experiencias colaborativas y entre iguales en las redes.
Si el aula se convierte en una réplica de las redes sociales y en un espacio donde sus valores se hagan legítimos, tenemos un grave problema
Da la sensación de que, a veces, vemos las nuevas tecnologías como un parche, cuando realmente hace años que son una parte importante de nuestras vidas. Parece que las estamos adoptando de manera reactiva. ¿Crees que estamos perdiendo oportunidades de descubrir nuevas herramientas y aprender sobre nuevas maneras de ver el mundo?
Debemos profundizar en la propiedad de estas plataformas digitales: quién se beneficia, quién las construye, con qué valores y qué mirada del mundo nos transmiten. Las redes sociales, por ejemplo, lo dominan todo y están basadas en la valorización de la persona como marca: nos valoran por nuestra presencia, apariencia y actividad constante. Todo esto da un sentido muy concreto a lo que hacemos y lo hace siguiendo la estela del capitalismo digital. Y no participamos sólo como clientes, sino como sujetos de una manera de estar en el mundo. Y los niños y niñas aprenden muy temprano que si no eres visible, no eres nadie; si no recibes una constante aprobación de esta inmensidad indefinida que son los seguidores, no eres nadie y no eres válido.
Construir un entorno de aprendizaje es exactamente lo contrario a esto; debemos apostar por la pedagogía de la circunstancia. Es decir, no incitar a las actitudes valorizables, sino crear circunstancias que propicien un aprendizaje valioso, más significativo, interesante y relevante. Las tecnologías no son sólo una herramienta, sino un contexto de vida, que nos llevan a una determinada manera de estar en el mundo. Si el aula se convierte en una réplica de las redes sociales y en un espacio donde sus valores se hagan legítimos, tenemos un grave problema.
Este uso y abuso de Internet ha eliminado la frontera entre el mundo adulto y el infantil. Desde que los niños y niñas tienen el mismo acceso a la red que los adultos, los exponemos a un mundo muy polarizado, lleno de fake news… ¿Cómo podemos prevenir de estos peligros y educar en un mundo nuevo, de la mano de unas herramientas que los adultos aún no dominamos?
Tirando del hilo que comentábamos antes. El problema es que estos entornos tienen su propia lógica y su propio valor. Y rompen con los contextos de experiencias compartidas. Son como la tele: no es lo mismo dejar un niño solo ante la tele toda la tarde, como ocurría en muchos hogares, que mirar una peli o las noticias juntos. No para vigilar, sino para compartir lo que miramos. Con las tecnologías pasa lo mismo, el problema es que nos llegan a través de gadgets cada vez más íntimos: esta pantalla pequeña que podemos llevar en el bolsillo vehicula todos nuestros mundos, porque llevamos las fotos, la música, todo lo que queremos y es donde esperamos aquella persona que nos debe llamar. Todo ello está, en esta cosita que es como una caja del tesoro, donde guardas todos tus secretos. Esto tiene mucho poder y valor y por eso nos seduce a todos, niños y adultos.
Pienso que no debemos responder con control, vigilancia ni con miedo, que nunca educa. Una cosa es conocer los peligros reales de la vida y otra es vivir con miedo. Debemos conocer los riesgos para sabernos mover y eso pasa por crear estos contextos de experiencias compartidas; debemos apostar por usos de las tecnologías que nos conecten con personas que nos puedan advertir de los efectos adversos que puede generar la red en nosotros. Pero si nos aislamos dentro de las pantallas, es difícil.
Es un momento muy trágico para los jóvenes, porque estamos en una sociedad que no quiere o no tiene nada que ofrecerles y por eso conjura el miedo, para neutralizarlos
En esta pandemia hemos visto aún más como se ha infantilizado los niños. Esto ha derivado en un aumento de la criminalización de los jóvenes: si están en las redes, porque abusan; si están en la calle, porque tienen actitudes irresponsables en pandemia. Los jóvenes parece que hagan lo que hagan, lo hacen mal. ¿Cómo lo podemos resolver, con ellos y ellas?
Es un momento muy trágico en lo que respecta a los jóvenes, porque estamos en una sociedad que no quiere o no tiene nada que ofrecerles y por eso conjura el miedo, para neutralizarlos. Esto se puede hacer de dos maneras: criminalizándolo o victimizándolos. Últimamente oímos mucho el discurso que se compadece de los jóvenes por no tener futuro, o porque sufren consecuencias desde el punto de vista de la salud mental y, entonces, los tratamos como enfermos, no como una parte valiosa de la sociedad que necesita ayuda. Y cuando los jóvenes sólo pueden ser o enfermos o criminales es porque no esperamos nada y les rompemos, no sólo el futuro, sino el presente. Les estamos diciendo a la cara que no pintan nada. Basta con ver que estamos en un país con un 45% de paro…
Debemos pensar, no tanto en qué futuro les dejamos, sino en qué presente les estamos construyendo, qué proyectos de deseo, de trabajo, de acción política, de creatividad… Y por eso deberíamos hablar de números, de leyes de vivienda y laborales, de quien se beneficia de esta sociedad que es siempre y aún esta gerontocracia eterna que sigue captando el poder. Pero esto generaría respuestas que son las que no se quieren dejar salir. Los jóvenes sufren esta mezcla de miedo y desprecio que les tiene atrapados.
La juventud es aquel nuevo actor que nos llevará a un mundo futuro que desconocemos: es el tránsito hacia un nuevo tiempo y, hoy más que nunca, los cambios nos dan miedo. Por eso no les queremos dejar crecer
Esta mezcla también agrava las reacciones que tienen. Por ejemplo, los macroencuentros de estos días, pero deben ponerse en contexto, porque posiblemente no tienen otra salida que expresarse de manera contestataria.
Este malestar, en lugar de expresarse de manera patológica, se podría expresar de forma activa, con protestas, luchas, creatividades y modos de vida que aquellos que siempre nos dicen cómo se debe vivir no entenderían. Esta incomprensión entre un mundo y otro siempre está en los cambios generacionales, pero hoy, en un momento en que el miedo domina el conjunto de las emociones sociales, aún se enfatiza más. Hoy todo el mundo protege algo que reconoce como propio, nos replegamos para vivir a la defensiva. Y la juventud es la representación de aquel nuevo actor que nos llevará a un mundo futuro que desconocemos: es el tránsito hacia un nuevo tiempo y, hoy más que nunca, los cambios nos dan miedo. Por eso no los queremos dejar crecer.
Pero las precariedades que roban el futuro a la juventud son las mismas que las que nos lo roban a las personas adultas…
Es una mirada muy engañosa. Decimos que los jóvenes no pueden acceder a una casa. Pero, ¿qué pasa con toda la gente de mi edad que es desahuciada? ¿Qué pasaría si una persona mayor, que son el colectivo más vulnerabilizado de nuestra sociedad, tuviera que pagar un alquiler hoy? Nos estamos engañando a través de un espejo perverso e inverso de lo que somos como sociedad. ¿Los jóvenes no pueden? No, no podemos ninguno de nosotros. Este miedo es un miedo compartido a la precariedad, que sabemos que nos atraviesa a todos y que otra crisis descoyuntaría toda nuestra vida.
¿Por qué crees que hablamos de los jóvenes precarios en tercera persona? ¿Por qué externalizamos la precariedad?
Cuando hay desazón, inventamos monstruos y víctimas. Crear personajes que sufren los miedos que en realidad tenemos nosotros es una manera de desalojarlas de dentro de nosotros. Lo que buscamos ahora es sentirnos a salvo y más salvados que el de al lado. Siempre hay un ellos que me salva a mí de pensar que estoy mal o que vivo en una sociedad en la que las cosas no están bien porque es injusta y destruye constantemente la vida personal y social de todos nosotros.
Estas injusticias son generalizadas y globales. Hacemos hincapié en los entes locales, en la cooperación a menor escala. A menudo, pedimos grandes políticas cuando, tal vez, la solución comienza más cerca de casa.
No debemos confrontar la gran administración a los entes más pequeños y locales, sino invertir la prioridad. El mundo local es red, no la última de las administraciones, que es como siempre lo vemos: la hermana pobre de las administraciones, la última en la lista. Siempre vamos desde el Estado hasta el último distrito de barrio, que debe recoger las migas de la gran cadena. Pero, en lugar de ello, es la primera línea de acción social y de la vida en común, un entramado de muchos tipos de organización y de formas de vida. Es en los barrios y en las ciudades donde pasan las cosas, en el sentido más grande del término: son el escenario de la vida colectiva.
¿Por qué compensamos las desigualdades y las carencias de la escuela alargando la jornada de los niños? ¿Por qué damos tantas vueltas, en lugar de abordar el problema de raíz y apostar por el sistema educativo que queremos?
También ocurre en educación: son los centros, las AFA o la educación en el tiempo libre las que pueden salvar los jóvenes de este no futuro.
Sí, pero cuidado. La escuela, que es el espacio principal de la educación no es un espacio de salvación, sobre todo si la dejamos sola. Es un espacio donde podemos plantearnos cuáles son los problemas que tenemos y cómo abordarlos; más que un espacio de reparación es un espacio de transformación. Y lo es si entendemos que cada currículo, contenido y conocimiento que compartimos, cada práctica que desarrollamos, nos está comprometiendo con la sociedad y con nosotros mismos. La escuela es un taller constante de vida, donde ensayamos alternativas posibles con aquellos con los que nos toca convivir, no con quien elegimos. Esto es muy valioso, porque la escuela es el espacio más radicalmente democrático que tenemos y no puede funcionar como una burbuja; una escuela es la antítesis de una burbuja y la tenemos que seguir defendiendo así porque ya tenemos demasiadas, de burbujas.
Dices que la escuela no puede ser una burbuja pero, durante la pandemia, se ha convertido. Los niños más vulnerabilizados se han quedado sin educación en el ocio, se han segregado dentro escuelas ya muy segregadas de por sí, debido a los grupos burbuja. ¿Cómo se puede superar esto?
Aquí sí que se necesita una respuesta política clara y contundente. Los problemas de la desigualdad social están en todas partes del mundo, pero en este país arrastramos muchos conflictos, dados por la dualidad del sistema educativo entre la vía concertada y la pública, además de todas las escuelas privadas. Este sistema no se cuestiona tanto como debería y genera una segregación del sistema público que tiene que ver con una distribución muy desigual en el territorio y en los barrios. Falta mucha política seria que apueste, no sólo por una escuela de titularidad pública, sino que tenga espíritu y función 100% pública. Pero ya vemos, gobierno a gobierno y ley a ley, que es un aspecto que no se quiere tocar, ni en Catalunya ni en España. Y, mientras tanto, lo vamos intentando arreglar de mil maneras: conectando los barrios y las escuelas con el ocio y los ecosistemas sociales, aumentando la educación en el tiempo libre para compensar. ¿Pero lo compensamos alargando la jornada activa de los niños y jóvenes todavía más horas por qué lo que no hace la escuela debemos hacerlo fuera? ¿Por qué damos tantas vueltas, en lugar de abordar el problema de raíz, que en este caso es sistémico, y apostar por el sistema escolar que queremos?