La pretensión es que todos los niños, en todas las escuelas, municipios y localidades vuelvan a las aulas ya. La decisión dividió opiniones y enconó posturas políticas y pedagógicas.
Cuando escribo estas líneas, pocas horas antes del regreso, las infecciones diarias rondan las 20 mil, los muertos cada día rebasan los 800, superando los tres millones 270 mil infectados y 255 mil muertes oficiales, aunque distintas fuentes alertan por la parcialidad de esos datos.
Mientras el controvertido responsable de combatir la pandemia, Hugo López-Gatell, minimiza los contagios y sus riesgos en infantes, se sabe que 160 mil menores de edad han sido contagiados desde abril de 2020 y más de 750 murieron.
No es el mejor contexto sanitario para una vuelta a clases presenciales en la forma establecida desde Palacio Nacional. La decisión unilateral ignora la diversidad de un país tan heterogéneo, con más de 250 mil escuelas, dos millones de profesores y un número impreciso de estudiantes. Aquí está una de las razones en la balanza a favor del regreso a las aulas: el abandono escolar experimentado durante el largo confinamiento pedagógico.
Antes de la pandemia, en el ciclo escolar 2019-2020 se reportaban 36 millones de estudiantes de preescolar a la universidad. En marzo pasado, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía informó que 5.2 millones de personas habrían abandonado la escuela por causas ligadas a la pandemia. Más recientemente, el dirigente nacional del gremio magisterial calculó en “cerca de 6 millones” la cantidad de alumnos desconectados de la escuela, aunque la Secretaría de Educación en el país habló de apenas un millón, cifra que resulta irrisoria, porque no tiene ningún sustento.
Esa cantidad de estudiantes expulsados del sistema escolar significaría un retroceso grave en la matrícula, pues regresaría al tamaño que tenía a finales del siglo pasado. De ese tamaño sería el efecto sólo en el abandono, flagelo invencible por ahora para lograr el derecho a la educación en todos los niños y jóvenes.
Hay otras dos grandes razones adoptadas por la autoridad nacional para justificar la vuelta a las aulas. La primera es que la calidad de los aprendizajes a través de las pantallas no se puede comparar a la que resulta del trabajo presencial, hecho que trataron de disimular con su fallida estrategia Aprende en casa durante los dos ciclo previos, sin embargo, no definieron un proyecto pedagógico adecuado a las circunstancias heterogéneas, adaptable a cada contexto y centro, que fuera capaz de revertir desigualdades o vacíos y aprovechar los aprendizajes obtenidos durante los meses en que se aprendió y enseñó desde casa.
Sin proyecto pedagógico, la vuelta como estrategia de compensación educativa es estéril y ocurrirá lo que siempre: los más perjudicados serán los mismos, quienes tienen las peores condiciones familiares, materiales, culturales y de conectividad. Así, la decisión homogénea profundizará desigualdades sociales y pedagógicas. El ahondamiento de brechas es inminente.
Otro argumento para alentar desde la oficialidad el regreso a las clases es el daño emocional provocado en los niños por el encierro. Por ello, en el discurso priorizan el acercamiento a esas zonas sensibles de los estudiantes. Pero tampoco hubo un proceso formativo para los maestros, no menos afectados por la pandemia y la multiplicación de las actividades que cayeron sobre sus hombros, ante la improvisación y falta de acompañamiento que experimentaron.
Regreso a clases sí, pero no así, es la frase que encierra la determinación de muchos colectivos docentes, padres y madres de familia.
Es evidente que hay razones para sostener la pertinencia de volver a las aulas, pero es también inocultable el riesgo y la precariedad del proyecto mexicano pospandemia, que habrá de afectar, sobre todo, a las escuelas más pobres, con los estudiantes de mayores carencias.
La pandemia ha sido un examen para la humanidad. Pone a prueba los sistemas sanitarios, económicos y educativos, así como los mecanismos de la solidaridad internacional. En el caso mexicano, el examen a las autoridades educativas los reprueba. Han tenido muchos meses para diseñar una propuesta sólida, sensible, resultado de las consultas y opiniones de los sectores implicados. Lo que tenemos, en cambio, es la decisión más controvertida, menos operada políticamente y en otro peligroso momento de la pandemia.
La escuela, de nuevo, parece ser el reino de la improvisación y el todo vale.