La Declaración Mundial sobre la Educación Superior en el Siglo XXI, emanada de la Conferencia Mundial sobre Educación Superior, organizada por la UNESCO en París, en 1998, ha sido suscrita por casi dos centenares de países. Se trata, probablemente, del mayor hito en la determinación de la política universitaria.
En ese documento, las partes signatarias se expresan así: “Reafirmamos solemnemente nuestros compromisos en favor de la paz. Estamos pues decididos a dar la máxima prioridad a la educación para la paz”.
De conformidad con la Recomendación relativa a la condición del personal docente de la enseñanza superior aprobada por la Conferencia General de la UNESCO en noviembre de 1997, los establecimientos de enseñanza superior, el personal y el alumnado universitarios deben utilizar su capacidad intelectual y prestigio moral para defender y difundir activamente valores universalmente aceptados, y en particular la paz, la justicia, la libertad, la igualdad y la solidaridad.
La universidad está obligada, en su labor docente e investigadora, a analizar las causas de la violencia, así como las condiciones para la paz con el ánimo de buscar alternativas en los comportamientos sociales y en las políticas públicas que induzcan a un modelo de sociedad y de relaciones nacionales e internacionales basadas en la cooperación, el respeto de los derechos humanos y la existencia de condiciones materiales y sociales de paz.
Es misión de la universidad divulgar una cultura de paz, entendiendo por este concepto no solo la ausencia de guerra, sino una paz positiva que reúna las condiciones necesarias para un desarrollo humano y social justo y sostenible, es decir, un desarrollo que tienda hacia la satisfacción de las necesidades humanas básicas y no de los intereses de los grupos de poder. Esta ampliación del concepto paz corre paralela a la de violencia, entendiendo por ésta todo aquello que, siendo evitable, obstaculiza el desarrollo humano, ecológico y social con justicia y solidaridad.
Las imágenes y los sonidos estremecedores de la guerra en Ucrania impactan en la opinión pública. Ha estallado la guerra, se lee en los titulares de los medios de comunicación. Sin embargo, las guerras están ahí, pero no siempre las vemos o las queremos ver. Habitualmente, los medios de comunicación muestran las que tenemos más cerca o las que afectan más a los intereses de sus grupos de poder. Vemos ahora Ucrania y vimos Irak, Afganistán, Siria… No veremos, por poner algunos ejemplos, ni Mali, ni Etiopía ni Yemen, ni queremos ver Palestina, ni antes veíamos la guerra en el Donbás ucraniano que perdura desde hace ocho años.
Algunos datos recogidos por Amnistía Internacional muestran la persistencia de la guerra: cada tres segundos, una persona sufre desplazamiento forzado en el mundo, lo que se traduce en 20 nuevas personas desplazadas cada minuto; 6,1 millones de personas están desplazadas internamente en Siria a causa de la violencia; en Yemen, 24,3 millones de personas necesitan ayuda humanitaria, más de 12 millones son niñas y niños; casi 80 millones personas en el mundo se encuentran desplazadas de su hogar como consecuencia de la persecución, el conflicto, la violencia o las violaciones de derechos humanos.
Como decía el dibujante Forges “no hay guerras justas y guerras injustas: solo hay malditas guerras”. Es lo mismo que nos recordaba Julio Anguita, a raíz de la muerte de su hijo periodista en una de estas guerras: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen». El escenario de guerra en Ucrania debería ser aprovechado para que las universidades y su personal cumplieran con el deber humano y académico de denunciar la guerra, promover la cultura de paz y defender la extensión de los derechos humanos para las victimas de este y de todos los conflictos.
Quienes formamos parte de Uni-Digna propugnamos una Universidad al servicio del bien común y comprometida socialmente y, por tanto, siguiendo el mandato antes expresado nos comprometemos a introducir y/o continuar en nuestra labor docente y en nuestro currículo académico las referencias a la cultura de la paz, el rechazo de la guerra y a la defensa y promoción de los Derechos Humanos. Esto incluye el conocimiento de la Carta de las Naciones Unidas y de la Organización de las Naciones Unidas, un organismo boicoteado por los países poderosos, como única representación legítima de la comunidad internacional y, por tanto, autoridad moral y política para dirimir conflictos internacionales.
Instamos a nuestros compañeros y compañeras a que secunden esta acción y hacemos un llamamiento a las autoridades universitarias para que cumplan su obligación de promover activamente la educación para la paz y el desarrollo de una cultura de paz en la academia, la investigación, la ciencia y la sociedad.
Si quieres apoyar este escrito del profesorado universitario que integra el colectivo Uni-Digna, firma la petición que hemos hecho en Change.org: https://www.change.org/culturadepaz