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Carl Sagan dijo una vez: “Vivimos en una sociedad exquisitamente dependiente de la ciencia y la tecnología, en la cual prácticamente nadie sabe nada acerca de la ciencia o la tecnología». Esto no solamente es cierto, sino que cada día que pasa es más cierto. Cuando Carl Sagan pronunció estas palabras, los avances científicos y técnicos tenían un gran impacto en una sociedad que sabía muy poco sobre ciencia. Todo el mundo tenía una opinión muy clara sobre la energía nuclear, ya fuera a favor o en contra. Pero nadie sabía qué era ni en qué consistía. Muy poca gente habría sido capaz de explicar cómo funciona una central nuclear, la diferencia entre la fisión y la fusión, o lo que es el decaimiento radiactivo.
Cuarenta años después, el impacto de los avances científicos en nuestras vidas es muy superior y, sin embargo, no solo no ha aumentado el grado de alfabetización científica de la sociedad, sino que han disminuido los conocimientos de ciencias generales que los propios científicos poseen. Las redes sociales se llenan de debates sobre el 5G, en los que ninguno de los que tan firmemente opinan tiene el menor conocimiento sobre cómo funcionan las ondas electromagnéticas.
Durante esta pandemia, todo el mundo ha hablado de si las pruebas PCR son efectivas o no, sin saber tan siquiera lo que es la PCR, más aún, sin tener los conocimientos más elementales de biología molecular, previos a poder entender lo que es la Reacción en Cadena de la Polimerasa (PCR, por sus siglas en inglés). Y no hablemos ya de los transgénicos, o de la cada vez más normalizada quimiofobia que, como todas las fobias, es fruto de la ignorancia (a la gente le causaría pavor leer que un ingrediente de un alimento es el ácido ascórbico, pero adoran la vitamina C que es, precisamente, el nombre coloquial del ácido ascórbico).
¿Cómo puede una sociedad democrática tomar decisiones sobre temas que desconoce? ¿Cómo puede un consumidor evitar ser engañado si no tiene los conocimientos necesarios para entender lo que está consumiendo? La respuesta es simple: no puede. Y puesto que nuestra sociedad está cada vez más moldeada por la ciencia (y en el futuro lo estará aún más), el desconocimiento de las más elementales ideas científicas supone una merma de poder real del ciudadano, que ni tiene criterio para elegir, ni conocimientos para no dejarse engañar. Y es que para ejercer el poder, hay que tener conocimiento. Sin el conocimiento de lo que se hace, todo poder es ficticio, el que no sabe no puede decidir libremente, sino que acabará guiado por quien pretenda manipular sus decisiones. Así, nuestras sociedades serán cada vez menos poderosas, más ignorantes y más fácilmente manipulables. En definitiva: menos libres.
Mientras las materias de ciencias perdían peso, podían oírse voces lamentando el poco peso de las humanidades
A pesar de este alarmante desconocimiento de la mitad del saber humano, y de su enorme incidencia en nuestra vida cotidiana, no se oyen voces pidiendo un mayor peso de las ciencias en el sistema educativo, al contrario. De hecho, excepto tras la aprobación de la Lomce, lo que hemos visto es una caída continua del peso de las ciencias en el currículum. En el antiguo BUP (14-17 años), todos los alumnos debían cursar obligatoriamente una asignatura de Física y Química de 4 horas semanales. Con la Logse, se redujo a 3 horas en algunas comunidades “afortunadas” y a 2 horas (la mitad) en muchas otras. Exactamente lo mismo ocurrió con Biología y Geología.
Mientras las materias de ciencias perdían peso, podían oírse voces lamentando el poco peso de las humanidades por un lado y pidiendo la introducción de más y más asignaturas extrañas por otro (he visto cómo se pedía una asignatura de cocina, otra para aprender a hacer la declaración de la renta… me pregunto cómo han aprendido generaciones y generaciones de ciudadanos a cocinar y a hacer la declaración de la renta sin estudiar una asignatura al respecto).
Es curioso que mientras que un alumno de humanidades puede tener un bachillerato 100% de humanidades, los alumnos de ciencias tendrán que cursar un bachillerato en el que el 50% de las horas corresponden a materias de ciencias, y el otro 50% a humanidades. De hecho, con la Lomloe aparece una nueva modalidad de bachillerato, a la que llaman bachillerato mixto, lo cual es absurdo, puesto que el bachillerato presuntamente científico ya es un bachillerato mixto. Lo que hace falta es un verdadero bachillerato científico, igual que hay un bachillerato humanístico. Un futuro científico debería poder cursar en segundo de bachillerato matemáticas y las cuatro ciencias naturales (física, química, biología y geología). Un futuro ingeniero de minas debería poder cursar matemáticas, física, química, geología y dibujo técnico. La realidad es que es imposible, pues el peso horario total asignado a este tipo de materias es inferior al necesario para poder matricularse en todas ellas. Así, muchos estudiantes de ciencias se ven obligados a elegir entre asignaturas de su modalidad, y que necesitan para su formación científica completa, mientras que están obligados a cursar materias de otras ramas del conocimiento. Esto es bastante injusto si se compara con ese alumno de humanidades que puede hacer un bachillerato 100% humanístico.
En realidad, ya en 4º de la ESO, el futuro alumnado de humanidades puede optar por no cursar ninguna materia de ciencias salvo matemáticas de las que, además, puede elegir cursar una versión «light». En cambio, el alumnado de ciencias recibirá, en su curso previo a la universidad (2º de bachillerato), el mismo temario de Lengua Castellana que el futuro filólogo. La asimetría es evidente.
Nuestra sociedad tiene que asumir de una vez que aquel que no conoce la obra de Newton no es menos ignorante que el que no conoce la de Cervantes
A pesar de esta clara desventaja de las ciencias en nuestro sistema educativo, nunca en los últimos 40 años ha habido ninguna reacción en defensa de la enseñanza de las ciencias. Sin embargo, cada vez que un gobierno toca una hora de filosofía o historia, hay un movimiento masivo en defensa de las humanidades. Un ejemplo claro de esto lo tenemos en la actualidad: la Lomloe ha eliminado la asignatura de Filosofía de 4º de la ESO. Una asignatura optativa que no era cursada por la inmensa mayoría del alumnado. A pesar de ello, su supresión ha causado un enorme revuelo. Sin embargo, esa misma ley ha eliminado también otras dos optativas de carácter científico: cultura científica en 4º ESO y 1º de bachillerato y no ha habido ni el menor atisbo de defensa de una materia que pretende, precisamente, dar «cultura científica», es decir, un mínimo barniz de alfabetización científica para poder entender la sociedad en la que vivimos.
A mí me parece razonable que los profesores de Filosofía defiendan la enseñanza de su materia. Entiendo que si han estudiado Filosofía y han elegido como profesión su enseñanza, es que entienden la importancia del conocimiento filosófico y de la transmisión del mismo. Lo que me pregunto es dónde están los profesores de ciencias, que no hacen la misma defensa de sus materias. También me pregunto dónde están todos esos periodistas que, con cada nueva ley educativa, escriben sobre el supuesto maltrato a las humanidades (que, como hemos dicho, tienen un bachillerato propio), y no dicen nada sobre unas ciencias que tienen bastante menos peso, no solo en la formación generalista del alumnado en la ESO, sino, incluso, en la formación de los estudiantes del bachillerato de ciencias.
Nuestra sociedad tiene que asumir de una vez que aquel que no conoce la obra de Newton no es menos ignorante que el que no conoce la de Cervantes. Al contrario, pues si bien la obra de Cervantes tiene un valor clave en las letras españolas y, como el Siglo de Oro en general, en el posterior devenir de la historia de los países de habla hispánica, la obra de Newton es mucho más fundamental, pues nos permite asomarnos a la comprensión del funcionamiento del Universo, algo que supera al Hombre en todas sus dimensiones.