Joan Guardia Olmos (Barcelona, 1958) fue elegido rector de la Universidad de Barcelona en diciembre de 2020, tras derrotar a su predecesor en el cargo, Joan Elias, casi contra pronóstico. Guardia es catedrático de Metodología de las Ciencias del Comportamiento, y sus ámbitos de experiencia son el estudio de la conducta humana a través de la neurociencia computacional. El suyo es un caso prácticamente único de hombre de la casa, puesto que no solo ha impartido docencia en la Facultad de Psicología, a la que pertenece su cátedra, sino que también lo ha hecho en Farmacia, Economía y Empresa, Geografía e Historia, Enfermería, Educación y Biología.
¿Qué balance hace de este primer año de mandato?
Ha sido un año muy intenso, con muchos proyectos puestos en marcha al mismo tiempo, con una voluntad de unificar culturas internas respecto a determinadas maneras de hacer, y con un segundo año que esperamos sea cuando empiecen a dar frutos todas estas iniciativas. Programas de protección de los profesores asociados, de estabilización de plazas del PAS, modificaciones sustanciales de apoyo a los estudiantes, digitalización hasta el último rincón de la casa, el apoyo a la investigación como una idea clave, internacionalización, poner en marcha nuestro programa de acogida para estudiantes e investigadores no catalanes… Si tuviera que resumir el año que hemos pasado, de una forma muy gráfica, diría que hemos abierto muchísimas carpetas que deberíamos cerrar el año 2022.
¿Lo de las culturas internas que comenta lo podemos precisar un poco más?
Sí. Quiero decir lo siguiente: la universidad que todos conocemos es el resultado de la LRU de los años ochenta. La LRU supuso un cambio radical tanto de tendencia como de la manera que teníamos de entender y comprender la universidad. Desde ese momento, ha habido la LOU, la LOMLOU… es decir, ha habido modificaciones que no son de maquillaje –decir esto no sería cierto–, pero casi. Aquel corpus de concepción universitaria de principios de los ochenta sigue vigente después de treinta y muchos años. Pero ahora el contexto ha cambiado radicalmente, lo que se nos pide ha cambiado absolutamente. Con quien debemos hacerlo, también. Los actores en el escenario, lo mismo, y las expectativas de la sociedad respecto al hecho educativo de la universidad han cambiado de modo espectacular. Por tanto, hemos llegado a un punto de inflexión, y esto significa cambiar maneras de hacer, cambiar percepciones, costumbres, prejuicios, e ir a una universidad más abierta, dinámica, ligada al territorio, más internacional, más mezclada con el resto de actores, más pendiente de los estudiantes, y con mucha más profesionalización en su ejecución, es decir, que tanto el profesorado como el PAS deben estar infinitamente más especializados en ámbitos y retos que hasta ahora no sentíamos cercanos. Y esto debe hacerse, y debe hacerse con urgencia. Y este discurso, en las instituciones públicas grandes, es complicado de hacer, porque somos instituciones lentas, que nos escuchamos mucho, que nos gusta hacer las cosas como las hemos hecho siempre… Pero, sin embargo, este es el reto: en todo el sistema de investigación y universidades es necesario dar un paso adelante en esta línea decidida de cambio.
Hay que ir hacia una universidad más abierta, dinámica y profesionalizada, tanto el profesorado como el PAS deben estar infinitamente más especializados en ámbitos y en retos que hasta ahora no sentíamos cercanos
Me refiero a uno de los aspectos que ha apuntado. Ha dicho que la universidad debe estar más pendiente del estudiante. ¿No lo está suficiente?
Los estudiantes universitarios no son como hace diez años, probablemente no sean ni como hace cinco. Si nosotros, como institución, queremos conectar con ellos debemos reconocer cuáles son sus códigos, cuál es la manera para compartir espacios. Y esto depende al menos de dos cosas. La primera, que el discurso universitario y el de un o una joven de 19-20 años sintonicen más; y segunda, que las expectativas de esa gente joven nosotros las podamos interpretar correctamente. Por decirlo rápido, la universidad no debe estar pensada para el profesorado, sino para el estudiante.
¿Esto es una novedad?
No lo es, lo sabemos perfectamente. Pero sí que es un recordatorio.
¿Le parece que es cierto lo que siempre se dice de que los alumnos llegan cada vez peor formados del sistema educativo preuniversitario?
Esta idea nunca me la he creído. Es decir, si yo miro lo que yo hacía en mi primer curso como profesor de universidad y lo que hago ahora la diferencia es enorme. La pregunta es si lo que yo hacía en ese primer curso ahora tendría sentido hacerlo. Además, este argumento lo reitera el profesorado constantemente. Los de universidad dicen que el problema es el bachillerato. Los de bachillerato, que el problema es la ESO. Los de la ESO, que el problema es la primaria… Y al final la culpa de todo la tienen las maestras de las guarderías, que, con alumnos de dos años, se equivocan. ¡Vamos! Lo que sí es verdad es que los estudiantes son distintos. Tienen habilidades diferentes, competencias diferentes, expectativas diferentes, se acercan a la información de forma diferente… Una de las cosas que un profesor debe enseñar a sus estudiantes es diferenciar la información fiable: cualidades, garantías, contraste. Nosotros teníamos poco acceso a la información, mientras que para ellos ese acceso es enorme.
Por tanto, yo me niego, por sistema, a asumir el argumento que “vienen mal preparados”. No es que sean peores, es que los tiempos demandan cosas y perfiles distintos. En consecuencia, hacer estas comparaciones y decir que los de ahora vienen mal formados porque no han leído a Homero… ¿Y qué les demanda el mundo actual? Algunos pensaremos que desgraciadamente y otros que afortunadamente el mundo no les va a reclamar haber leído a Homero. A los que venimos de una formación clásica esto nos pesa: yo sigo creyendo que leer a Homero te acerca más a la sabiduría y la belleza, pero un ejercicio de realidad te hace ver que el mundo actual está regido por otros criterios. Debemos saber encontrar el equilibrio entre este respeto a la cultura y la enseñanza con un entorno en el siglo XXI, que tiene otras características y exigencias.
Con tanta oferta de estudios superiores, ¿los estudiantes llegan a la universidad bien orientados?
Llegan bien informados y parcialmente orientados.
¿Y esto qué significa?
Menos orientación en el acceso equivale a un mayor ruido en el tránsito entre bachillerato y universidad. Esta es una transición que debe hacer ruido necesariamente, y queremos que sea así, queremos que en las etapas evolutivas haya cognición del cambio, pero una cosa es la percepción del cambio desde el punto de vista madurativo y otra que la coordinación académica debería ser mucho mejor. La mala orientación es un predictor de desajuste, de fracaso académico, de carencia de expectativas cumplidas, etc.
¿Y entre grados superiores de FP y universidades?
Aquí tenemos un espacio a cultivar. Un sistema sensato de formación debería ser un sistema en el que el primer ciclo universitario fuese muy básico y generalista, y muy integrador, y un segundo ciclo muy especializado y de alto nivel y alta exigencia. Además, debería tener tuberías de paso ágil entre los ciclos de grado superior y nosotros, sobre todo con ese primer ciclo más abierto y más básico. Estos intercambios serían deseables, en el sentido de que nos permitirían mezclarnos un poco más. Por tanto, un modelo pensado en un 3+2, y evidentemente que el precio de las matrículas sean las mismas y, por tanto, el acceso público esté garantizado.
La idea del 3+2 no todo el mundo la ve clara.
No nos lo dejan hacer. El ministerio nos lleva al 4+1, y un año de máster no es tiempo suficiente para especializarse en un ámbito muy específico. Y cuando reflexiono sobre mi etapa de estudiante me doy cuenta de que en el fondo yo hice un 3+2 sin ser consciente de ello.
Hace unos años, la principal queja cuando uno se acercaba al debate universitario era siempre la falta de financiación. Ahora ya no se escucha tanto…
Lo sigue siendo.
Pero en teoría se ha mejorado, ¿no?
Los presupuestos universitarios han mejorado, esto es obvio. Pero tenemos tres problemas. Uno, el capítulo 1, el personal y cómo lo hacemos para rejuvenecerlo. Tenemos también el capítulo 2, con un serio problema de infraestructuras. Porque el sistema de investigación y universidades es muy grande y muy disperso. Y el tercer problema es un modelo de financiación de la investigación que no va. Por tanto, dos ideas: necesitamos otro modelo de financiación del sistema de investigación y universidades; y necesitamos otro modelo de distribución de este presupuesto. En pocas palabras.
¿Y dónde está la diferencia que deberían haber respecto al modelo que tenemos ahora?
Te pongo un ejemplo: la investigación en el ámbito universitario está infravalorada, de acuerdo a los modelos actuales. La universidad es un agente muy potente en el ámbito de la investigación, pero esta potencia está infravalorada en los modelos de financiación. Porque este modelo está muy basado en el número de alumnos, el número de clases… y esto en estos momentos está a años luz de la realidad. Otro ejemplo: en la investigación deberíamos ir a un modelo de una financiación básica sistémica que no dependiera de convocatorias supercompetitivas, porque esto comporta inestabilidad, y al menos hay temas estratégicos que deberían estar protegidos. Y esto no sucede.
Ha habido un reciente cambio en el ministerio. ¿Ha sido para mejor o para peor?
Hemos trabajado muy de cerca con el doctor Manuel Castells, y le hemos mostrado nuestras discrepancias de forma serena, respecto a lo que planteaba con la LOSU, y con el cambio de ministerio lo cierto es que la accesibilidad y el talante dialogante se ha visto consolidado. El doctor Joan Subirats conoce bien la universidad catalana y española, es un académico de largo recorrido y el diálogo con él es cómodo y fácil. De hecho, en sus primeras declaraciones ha recogido buena parte de nuestras reivindicaciones como sistema catalán, en el sentido de pensar en la LOSU como una ley de bases, que deje hacer y sea poco reglamentista, y esa letra y esta música nos gusta. Ahora deberemos ver cómo acabamos de definir la canción.
¿Entonces la ‘ley Castells’ se modificará respecto al anteproyecto que ya se aprobó?
Nosotros no tenemos ningún documento que implique la modificación de la LOSU, pero del discurso del ministro entendemos que su intención es probablemente mantener algunos aspectos de la LOSU de Castells, pero hacer un documento nuevo. Sabemos que se ha reunido con muchos rectores y rectoras de todo el Estado, y que está en la fase de captar sensibilidades e intereses, para ver cómo construir una alternativa que sea válida y viable para todos. Pero insisto en que el diálogo con el ministro Subirats es cómodo y fácil.
Sobre la rebaja de las tasas, ¿se ha absorbido bien la caída de ingresos con otras partidas?
Las universidades hemos visto compensada parte de esta disminución por el Gobierno. El Plan Nacional del Conocimiento establecía una aportación económica durante cinco años de forma sostenida al sistema universitario cada año. En el primer año, en vez de incrementar presupuestos, lo que se hizo es compensar la disminución de tasas, es decir, no mejoramos presupuestos. Al año siguiente no tuvimos ninguna posibilidad de incremento de ingresos porque fue el año de la pandemia y se prorrogaron, y en los presupuestos de 2022 sí hemos visto incrementados el presupuesto de universidades, no en la proporción que se establecía en el Pacto Nacional, pero sí de manera significativa. El problema es que son partidas que no tocan el capítulo 1 y son muy finalistas, es decir, no permiten realizar políticas innovadoras.
¿Tocar capítulo 1 significa dar más libertad para contratar?
Rejuvenecer el personal pasa por una tasa de reposición que nos permita recuperar el músculo perdido desde 2008 a esta parte. Es decir, ahora por cada diez plazas de jubilados yo puedo convocar doce, pero es que desde el año 2008 al 2017 no podíamos cubrir jubilados, por tanto, hemos ido perdiendo músculo, y claro, al ritmo que me permite la tasa de reposición actual yo no puedo acelerar el rejuvenecimiento de la plantilla.
Ahora, por cada diez plazas de jubilados podemos convocar doce; con ese ritmo no podremos recuperar todo el músculo que se perdió durante los diez años que no pudimos cubrir ninguna plaza
¿Se ha notado con la rebaja de que la universidad vuelve a ser accesible a determinadas capas sociales?
Yo diría que esto no se percibe. La reducción de tasas era una demanda necesaria, obvia, pero debes pensar que no estamos haciendo una rebaja total, estamos recuperando el precio de la matrícula que teníamos en 2010.
¿Pero no hay expectativa de más rebajas?
No tenemos ninguna noticia de que el Gobierno se esté planteando este tipo de acciones. También es cierto que se ha dado otro paso importante, que es igualar las tasas de grado con las de máster.
¿Después de los dos años de pandemia, ya se puede decir que la universidad ha vuelto a la normalidad?
Sí, absolutamente.
¿Y los efectos sobre los alumnos?
La percepción que tengo es que el alumnado que enganchó el primer confinamiento lo ha gestionado de forma más resiliente. Hace unos días me encontré con mis estudiantes de ese semestre, y notabas que habían recuperado el tono universitario. En cambio, el alumnado siguiente, el que comenzó los estudios en el curso 2020/21, ha sufrido mucho, porque empezaron en confinamiento, con unas medidas muy excepcionales, mientras que los del año anterior al menos habían hecho un semestre normal. Estos chicos y chicas no han vivido con la intensidad necesaria su llegada a la universidad. Y ahora tenemos esa tercera cohorte, del 21/22, que ya es presencial, pero con la barrera de la mascarilla. El acto docente no es nada fácil con la mascarilla, te cuesta mucho reconocer la expresión no verbal, y un profesor vive de ello, de reconocer esa expresión de extrañeza cuando algo no se ha entendido, o de satisfacción cuando se resuelve bien lo que sea. Pero a mí me preocupa especialmente el alumnado del 20/21. Estos chavales ahora comienzan a recuperar una cierta normalidad, pero todavía con mascarilla.
Es el alumnado que tuvo que cursar los últimos tres meses de 2º de bachillerato desde casa, y que después no pudo ni celebrar que cerraban una etapa con un viaje de fin de curso.
Todo esto se nota, porque el tono vital de la casa es más bajo. Ahora, cuando tengamos la oportunidad de volver a ir sin mascarilla, será el momento de volver a recuperar algo más festivo. La universidad debe tener ese punto de alegría y de esperanza. Es un espacio de gente joven, y no podemos quedarnos con esta percepción de amodorramiento colectivo.
Cuando podamos sacarnos la mascarilla será el momento de recuperar un tono algo más festivo; la universidad es un espacio de gente joven, no podemos quedarnos con esta percepción de amodorramiento colectivo
Al principio hablaba de una cierta reconversión digital, ¿en qué consiste?
Más que reconversión, es que el mundo nos demanda que digitalicemos procesos, estrategias, modos de hacer, administración, comunicaciones, y, por tanto, los proyectos Next Generation, que en el caso de la UB nos han facilitado tener un presupuesto para poder digitalizar toda la casa, esto es un reto mayúsculo. Digitalizar significa desde modificar procesos administrativos, para que no circule un solo papel, hasta que nuestros estudiantes tengan información on line prácticamente en tiempo sincrónico sobre eventos relevantes que ellos necesiten saber. Y en ese intervalo cabe todo.
¿Aquí también han llegado a la conclusión de que la digitalización está muy bien, pero que como la enseñanza presencial no hay nada?
Por supuesto. Nosotros lo que hemos aprendido con la pandemia debemos ponerlo en valor, pero desde la presencialidad. Nuestro modelo ha sido presencial, presencial y presencial. ¿Qué el ámbito de las tecnologías digitales y de la información pueden ser un complemento para avanzar en según qué cosas? Indiscutible. Pero siempre que no pongamos en riesgo nuestro modelo de base, presencial. Y lo digo muy convencido como profesor, habiendo visto muchas cosas que pueden hacerse a distancia.
¿Están recibiendo estudiantes de Ucrania?
Tenemos estudiantes e investigadores tanto de Ucrania como de Rusia que han querido salir de sus países por razones obvias, unos porque están en medio del conflicto bélico, y otros por disidencia política y persecución. En el caso de la Universidad de Barcelona hemos activado un programa que lleva la Fundació Solidaritat, en el que se detalla en las facultades el circuito que tenemos para acoger a estudiantes e investigadores. Y hemos pedido al resto de rectores que nos coordinemos entre todos para intentar crear una red más densa y colaborativa de acogida. Además de esto, también hemos tenido algunos de los nuestros que estaban desplazados. Hay un momento en que la UE considera que hay que romper relaciones con centros rusos y eso implica ponernos en contacto con toda esta gente y ver cómo debemos repatriarlos. Todo esto se ha activado y por ahora vamos gestionando la urgencia, porque la situación es extraordinariamente grave.
¿Han tenido que romper acuerdos con algún centro de investigación ruso?
Nosotros no los hemos roto, pero cuando la UE toma la decisión de bloquear acuerdos de financiación, con proyectos Horizon o de Erasmus Mundus, esto hace que gente que estaba al amparo de estos convenios de inmediato quede desamparada, y aquí sí que debe intervenirse. Nosotros entendemos que con una situación de emergencia y de crisis lo que importa es acoger a los refugiados y a la gente que está perseguida, y de las demás cuestiones ya hablaremos cuando podamos.
Y en el caso de los estudiantes, ¿qué se hace?
Estamos buscando formas de incorporarlos a nuestras enseñanzas, aunque la adaptación no es fácil, por cuestiones idiomáticas y porque estamos a mediados de semestre. Estamos en una emergencia y esto significa que prácticamente cada caso debe tratarse individualmente. No podemos convertirlos en un expediente administrativo. Yo siempre pienso que, si esto nos ocurriera a nosotros, si tuviéramos que salir corriendo, qué me gustaría encontrar en el lugar de acogida.