Dos años después de que América Latina comenzara el largo confinamiento escolar por la pandemia, se instala cierta normalidad en los sistemas escolares.
El relativo control sanitario que viven los países en la región permite algún optimismo en el corto plazo, aunque la columna de los desaciertos gubernamentales suma más que logros y las perspectivas sean complejas.
El avance en la vacunación, con las desigualdades inevitables, aminoró los efectos mortales, y al despejarse la nube oscura se aprecian de nuevo los males que preexistían, como la miseria, la inequidad, las ineficiencias estatales o la corrupción e impunidad.
En su libro La economía de la vida (Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2021), Jacques Attali en el prólogo plantea preguntas para revisar nuestra situación. Parafraseándolo, podríamos cuestionarnos: ¿cuándo tendremos una vacuna o un medicamento contra la miseria y el hambre? ¿Cuánta gente seguirá muriendo de desesperación y otras enfermedades? ¿Cuándo venceremos esas otras epidemias crónicas? ¿Cuánto tiempo costará a los sistemas educativos recuperarse o acelerar el paso ralentizado por la pandemia? ¿Podrán los más pobres resarcirse del enfriamiento? ¿Podemos, siquiera, preguntarnos por la probabilidad del bienestar para todos en esa prometeica misión?
Attali inspira otras preguntas indignadas para formular a los gobiernos latinoamericanos: ¿comprenderán que la salud es una riqueza y no una carga? ¿Apostarán en serio a la educación o, como casi siempre, sólo en los discursos y documentos?
Sus sentimientos nos interpelan: “Me da rabia ver a todos los gobiernos, o casi todos, pasar del estupor a la negación, de la negación a la procrastinación. Y no moverse de ahí… Me da rabia ver a la economía criminal sacar provecho de la desgracia de la gente… Me da rabia ver a tanta gente soñando con volver al mundo de antes, que fue el que produjo esta crisis”.
El polifacético francés cierra su prólogo con una pregunta para políticos, ciudadanos e instituciones: ¿convertiremos la pandemia en uno de esos momentos de superación y cambio de paradigma?
Dos años después: ¿y la educación?
Los confinamientos acompañan el nacimiento de la civilización occidental. Attali nos recuerda, entre los primeros, el de Noé en el Arca para huir del diluvio y el de los judíos de Egipto para escapar de la décima plaga.
Pero el aislamiento es antitético a la pedagogía, escribieron los colegas de Panshopia Project en su manifiesto contra el encierro. Es perogrullada: los sistemas educativos en nuestros países no estaban preparados, pero su lentitud de comprensión agravó actuaciones. El cálculo de daños podría ser desolador para presente y futuro de países y sistemas escolares.
Dos años después del cierre de las escuelas en México, la Secretaría de Educación Pública llamó a que se suspendan todos los programas y estrategias de enseñanza remota y se vuelva, cien por ciento, a las aulas. En distintos estados del país se anuncia que así será para la última semana de marzo.
Dos años más tarde seguimos con información escasa sobre los impactos en distintos indicadores, por ejemplo, pérdida de aprendizajes curriculares u otros aprendizajes alcanzados por los niños ante las circunstancias enfrentadas.
En el problema del masivo abandono escolar la danza de cifras conocidas ofrece pocas certezas, casi todas sombrías.
Tres años después de haber iniciado el gobierno de la llamada Cuarta Transformación del país, el rezago prepandemia en la infraestructura y servicios de las escuelas persiste, recrudecido por los efectos del vandalismo que arrasó miles de centros escolares.
El contexto también es hostil. La educación mexicana está cercada. El empobrecimiento se agudizó. Los 12 millones de empleos perdidos en la primera mitad de 2020 no se han recuperado; se pronosticaba que 12 millones de personas caerían de la clase media, mientras que las Naciones Unidas estimaban que 6 millones de personas ingresarían a la pobreza extrema.
Por otro lado, la violencia avanza implacable en distintas regiones donde los capos del narco se disputan privilegios.
El escenario de la actuación pedagógica es adverso, complicado, sobre todo, porque la intervención gubernamental carece de contundencia y se desliza por las superficies de discursos triunfalistas y erróneos en distintos planos.
Cuando mejores condiciones se requieren, cuando se instaló el gobierno que proclamó la mayor transformación en la vida pública del país, las escuelas públicas pierden algunos de los programas y recursos que atendían a sectores pobres, como Escuelas de Tiempo Completo, instrumento creado por los gobiernos hoy repudiados, pero que permitían ampliar las jornadas escolares, ofrecer desayunos y alimentos calientes a los estudiantes, principalmente de zonas marginadas. En una decisión de rechazo generalizado se canceló sin miramientos, aunque el gobierno balbucea salidas ante la presión social y la respuesta de algunos gobernantes locales que pugnan por mantenerlos, aun sin recursos nacionales.
En el otro extremo del circuito escolar, la red de universidades creada por la administración federal colapsa entre precariedad y desatinos en la conducción. Las víctimas de ambos golpes son las mismas: los más pobres.
En síntesis, cuando mejor sistema educativo necesitan los niños y adolescentes en México, por los rezagos añejos y consecuencias de la pandemia, el gobierno no tiene alternativas, recursos ni la voluntad manifiesta de enderezarlo.
Así como Attali afirma que la sociedad basada en la soledad no puede ser duradera social, económica o psicológicamente, una educación basada en la soledad y pobreza tampoco puede ser ni duradera, ni conveniente.
Como la triste y cándida Eréndira de García Márquez, la educación y los ciudadanos más pobres seguirán rehenes de una eterna deuda injusta. Ojalá la realidad me desmienta.