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Que cualquiera puede participar en los Premios de ApS de la red estatal de aprendizaje servicio es una verdad a medias, de alguna manera. Después de hablar con algunas de las personas que han puesto en marcha este tipo de proyectos en sus centros en los últimos años, uno se da cuenta de que el compromiso social con el alumnado y con el territorio en el que este y el centro se insertan es fundamental.
Soledad Oliva es la directora de un centro de infantil situado en un peculiar barrio periférico de Sevilla capital. Pep Imbernó es, por su parte, el directo de un instituto escuela en un pueblo de 2.000 habitante en Girona, llamado Besalú, y flanqueado por tres capitales comarcales.
Son, como centros, la noche y el día, un huevo y una castaña y, a pesar de las muchas cosas que les separan más allá de sendos acentos cerrados, comparten un cimiento común (y algunas casualidades circunstanciales, si se quiere). El compromiso social y el interés por la transformación social desde las aulas, desde edades tempranas.
La escuela infantil Julio César de Sevilla se encuentra situada en un barrio obrero, construido como tantos otros, en los años 70, por una administración franquista obsesionada con dar altura y orden a todos esos poblados que rodeaban las urbes. Este se levantó en un barrio agrucultor. Y como otros barrios periféricos nació con un tejido vecinal muy potente que lo fue, sobre todo, desde el principio y hasta los 80. Un tejido y un cierto aislamiento del resto de la ciudad que ha permitido crecer y generar un sentimiento vecinal de pertenencia muy potente.
El IE Besalú, como decíamos, está encuadrado en el pueblo medieval de Besalú, cerca de Olot. Es un pueblo pequeño, de 2.000 habitantes, con mucha historia y, como buena parte de Cataluña, con un movimiento asociativo muy potente.
Ambos, Pep y Sole comparten, claramente, la necesidad de que chicas y chicos, desde bastante pronto, participen en proyectos solidarios, transformadores y que ayuden a su comunidad.
En el caso del IE de Besalú, cuenta Pep, tienen aproximadamente 40 proyecto de ApS en marcha al mismo tiempo. Algunos de ellos se realizan hacia el interior y otros hacia el exterior. En un buen número de ellos, es el alumnado de secundaria, de los cursos medios y altos, el que realiza determinadas actividades con el alumnado de infantil y primaria. Esto puede ir desde clases de refuerzo después del horario lectivo o lectura de cuentos para los más pequeños, por ejemplo.
De hecho, el premio de ApS que recibieron en su momento les llegó precisamente por el compromiso de todo el centro y por la cantidad de actividades que realizan. Entre ellas, también, acudir voluntariamente al centro de personas mayores de la localidad una tarde a la semana para pasar tiempo con los ancianos de Besaluó. Como explica Pep, en Cataluña el alumnado de la ESO, para conseguir el título, ha de pasar obligatoriamente por un determinado número de horas de trabajo voluntario. El alumnado del IE Besalú supera con creces esa obligatoriedad antes, incluso, de llegar a los cursos en los que obligatoriamente tiene que hacerlo.
El centro «solo» lleva 12 años siendo un instituto escuela; matricula alumnado desde los 3 hasta los 16 años y, comenta Pep, «desde el principio que tener tanta variedad era un valor añadido al proyecto». Se realizan proyectos, varios, intergeneracionales, como algunos de lectura, de apoyo escolar, de juegos populares… Cada año se realiza una jornada solidaria que implica a todo el centro, desde P3 hasta 4º de ESO.
Cada curso, al alumnado del último curso de secundaria se le da un certificado con la información de todas las actividades y proyectos en los que ha participado desde 5º de primaria («se sorprenden de la cantidad de cosas que han llegado a hacer»). Además, se celebra un pleno en el ayuntamiento de la localidad al que se invita a algún activista social de la zona y se les entrega un diploma de buena o buen ciudadano.
Tomar conciencia para cambiar el presente
En el caso de la EEI Julio César, cada año se realiza, al menos, un proyecto de aprendizaje servicio que, según cuenta Soledad, se decide después de poner en marcha una recogida de información extramuros. El proyecto por el que les dieron el premio finalizó con el cambio de nombre de la plaza en la que se encuentra el centro educativo.
Todos los proyectos que realizan tienen más o menos la misma estructura. Hay un grupo en el que participan las docentes, las familias, el vecindario, alguna ONG, el ayuntamiento… En el caso del proyecto por el que recibieron un premio, APY, expertas en género y una asociación de mujeres.
El Julio César es una escuela inserta en el barrio Pino Montano, una barriada de personas trabajadoras creada en los años 70. La mayor parte de sus calles tienen nombres de oficios: marineros, pintores, bordadoras, alarifes, sembradores, jornaleros, almaceros, guardabosques… Un día, niñas y niños del último curso de infantil salieron a hacer trabajo de campo fuera de la escuela y anotaron esta peculiaridad: «Al principio se trataba de investigar el barrio y la distribución desigual de las calles y a ver qué pasa», comenta Soledad.
Tuvieron la necesidad de formarse para tratar estos temas con las criaturas. «Empezamos a trabajar con las expertas en género cómo hacer con los niños ese cambio de pensamiento. A trabajar los estereotipos, los micromachismos y lo hacemos a través de los oficios», comenta Olivas. Todo ello de manos de las Fundación APY, que también les facilita testimonios de hombres y mujeres que realizan el mismo oficio.
El proyecto va creciendo y cambiando casi a cada paso que da, y en este punto se ve la necesidad de que niñas y niños conozcan el origen de su barrio y de las huertanas que lo poblaban en sus inicios (y antes). «Y vemos la posibilidad de hacerles una devolución y dar importancia al papel de las primeras mujeres que estuvieron durante la construcción del barrio» y que no estaban reconocidas en las calles del barrio.
El proyecto inicial nació para durar mes y medio y desarrollarse en marzo, durante «el mes de la mujer». Pero en este punto ya no es así. Se ha vuelto mucho más ambicioso y busca una acción transformadora. Tras escuchar las ideas del alumnado (que van de escribir al presidente del Gobierno o hacer carteles con aes para tapar la oes de las placas de la calles) se ve la posibilidad de cambiar algún nombre de calle. Para ello, lo más fácil, preguntar en el ayuntamiento, en el distrito, para conocer el procedimiento.
No va a ser largo puesto que, el primer paso, es preguntar a los vecinos de Pinto Montano. Desde la creación del barrio, la junta de propietarios, entre otras cosas, tiene el primer paso en la toma de decisión sobre el nombre de las calles. Consiguen convencer a las y los vecinos que aprueban el cambio de nombre. La plaza del colegio se llamará de las escritoras (el nombre lo deciden las niñas y niños de la escuela por votación). Ahora solo hay que llevarlo al pleno del ayuntamiento para que se vote allí. Tarda meses en ocurrir esto.
El camino termina con un pleno del Ayuntamiento de Sevilla al que acuden un niño y una niña como representación del colegio a certificar que, efectivamente, el nombre de la plaza cambiará. Soledad Olivas excplica que ven los proyectos como un intento de resolución de un conflicto social que han encontrado. «Siempre digo que es como poner las noticias: ante una realidad puedes quedarte en el sofá o salir a la calle». En su centro, salen a la calle.
Trabajar de otra manera
Olivas cree que este tipo de proyectos, más allá de que puedan suponer más trabajo, sí obligan a trabajar de otra manera. «Implica una gestión diferente del tiempo y una reorganización entre lo urgente y lo importante y, para mí, es importante», afirma.
Tanto para ella como para Pep, la cosa va no solo de dar contenidos y competencias, sino de que la educación «trascienda y genere procesos de cambio social», asegura. Pep lo resume diciendo que «la idea es que la escuela sea un agente, un motor social más». Por eso, por ejemplo, participan en el consejo de entidades de la localidad y ponen sobre la marcha numerosos proyectos de voluntariado y de ApS, de temáticas muy variadas, para que cualquiera pueda encontrar su espacio.
Eso sí, comenta Pep, para él es imprescindible para que funcionen los proyectos de ApS que haya una cultura de cooperación en el centro. Ha de ser previa. Por eso organizan asambleas por curso, por ciclo y por centro todos los años. En ella salen temas e inquietudes que pueden convertirse en acciones. «No es que aparezcan sin más 40 actividades de voluntariado -comenta. Es todo un proceso de ir involucrando al alumno en la mejora del centro. Que eso también cuesta».