En este momento asistimos a la enésima idea nociva para la equidad y la cohesión social, puesta en marcha en una comunidad autónoma que se jacta de ser la más rica y próspera, pero que resulta ser muy pobre en la defensa de los derechos humanos y en el cumplimiento de los mandatos constitucionales. Sí, la máxima responsabilidad es de tantos irresponsables metidos a gestores políticos en la Comunidad de Madrid, autores de semejante desatino, pero que nadie piense que los votantes que les respaldan no tienen responsabilidad alguna sobre lo que sucede, al permitir que ataquen los derechos de la mayoría por todos los medios a su alcance y, sin embargo, darles amplios respaldos en los procesos electorales.
Esta barbaridad en materia educativa consiste en pervertir de nuevo el concepto de beca, pero elevando la agresión a la máxima potencia. En realidad, ya no se puede hablar de retorcer el término, sino de vaciarlo de significado. Dar becas a familias con dos o tres menores, cuyos ingresos anuales estén situados en 150 o 200 mil euros es deplorable, pero no puede sorprender esta actuación desde un gobierno autonómico que se caracteriza por quitarle derechos a la mayoría para reforzar privilegios de quienes ya gozan de situaciones socioeconómicas muy aventajadas. Hablar de clases medias para referirse a familias con ingresos tan altos no es otra cosa que el enésimo ataque a la inteligencia de la sociedad madrileña, aunque, visto lo visto, igual es que inteligencia no hay mucha en esta.
Que la derecha de este país retuerce el lenguaje para quitarle su significado real e imponer el que beneficia a su ideario no es una novedad, lo llevan haciendo tantas décadas como tienen de existencia. Y que son inagotables en ese esfuerzo colectivo de reescribir los significados de las palabras, y de toda la historia reciente y no tanto de nuestro país, tampoco sorprende. Lo que sí sigue siendo un misterio, al menos para mí, es cómo la sociedad admite sin reparos ese vaciado de contenido de todo ello y, por otra parte, cómo buena parte de la izquierda acaba asumiendo la nueva realidad inventada.
La apatía generalizada por los asuntos públicos tiene como una consecuencia directa que quienes manipulan la realidad tienen poca oposición a sus actos. Y la renuncia al discurso ideológico que buena parte de la izquierda ha adoptado como vivencia diaria, completa un panorama muy nefasto para la defensa colectiva del bien común. Discursos como el de que ya no toca hablar de izquierda y derecha, sino de arriba y abajo, o como el de que todos los políticos son iguales, aunque se vendan desde la izquierda por parte de algunos actores interesados en decir que ellos son los únicos puros, solo profundiza en el despiste colectivo de una izquierda que debería recuperar el discurso claro y nítido en defensa de la clase trabajadora. Porque, no nos engañemos más, solo existen dos tipos de personas: las que viven de su trabajo, con mayores o menores ingresos, y las que viven del trabajo de los demás.
Una gran victoria de la derecha en materia económica y social fue inventarse el concepto de clase media.
Consiguieron con ello varias cosas, entre ellas, que una parte de la clase trabajadora, que por sus ingresos vive desahogadamente, deje de considerarse como tal y piense que pertenece o se acerca a la clase privilegiada, la que vive del esfuerzo de los demás. Y, con ello, que deje de ver como lógico respaldar a partidos, sindicatos y movimientos sociales que defiendan los derechos de quienes trabajan diariamente por mantener un jornal cada vez más exiguo que les va colocando paulatinamente en situaciones de mayor precariedad y pobreza. Lo que acaban haciendo es respaldar a quienes les convencen de que están por encima de la clase trabajadora y que, si les votan, conseguirán que no les hagan volver a pertenecer a esa clase. Y les funciona, porque los resultados lo dejan claro.
Le están dando la vuelta a todos los conceptos, incluso a lo que es un servicio público
No podemos denominar servicio público a aquello que no lo es, porque si todo acaba siendo servicio público, lo único que se consigue es que el verdadero servicio público deje de ser considerado como tal porque se le invisibiliza dentro de un mundo de intereses privados que todo lo impregna y, a menudo, destroza.
Para mí, un servicio público es solo aquel que: su titularidad es de la Administración pública; se presta por personal público, ya sean funcionario o personal laboral contratado por las administraciones públicas; la gestión del servicio se hace igualmente por personal público y se financia con los fondos de las arcas públicas. Sin embargo, el mismo Gobierno autonómico que destroza el concepto de beca, estableció hace poco por ley como transporte público algo que es completamente privado, dado que: su titularidad es privada; el servicio lo prestan autónomos (que tienen su propio negocio privado), o empresas privadas que contratan personal privado, y otras que poseen plataformas privadas para transportar viajeros; se gestiona por todas estas empresas privadas según les parece oportuno, y se financia con fondos privados de quienes contratan sus servicios. Claro que, también en este caso, parte de la izquierda lleva muchos años perdida, porque rechaza esto para defender lo que ya existía, algo igualmente privado que se ajusta también a lo anterior y cuya única diferencia es que tenga unas tarifas reguladas por las Administraciones públicas, pero de forma tan deliberadamente ineficaz que nadie puede saber lo que pagará hasta que ya debe la cantidad que resulte, y que ha permitido históricamente demasiados abusos.
Con las becas pasa igual. Pensadas para compensar desigualdades de origen ligadas a situaciones socioeconómicas no muy favorables, al desligarlas de este enfoque, dejan de ser becas para convertirse en cheques escolares más o menos cuantiosos. Ese es el verdadero objetivo de la derecha, instaurar el cheque escolar. Ya lo han conseguido en todos los tramos no obligatorios, ahora simplemente lo aumentan de forma absolutamente escandalosa. Al parecer, dijo en alguna ocasión Esperanza Aguirre que hubiera impuesto el cheque escolar también en las etapas obligatorias si la legislación estatal lo permitiera, pero, hasta la fecha no es posible. Hasta la fecha.
Que llegue a consolidarse este cambio de modelo, que no solo supone un ataque directo a la escuela pública, sino también el verdadero ataque al sistema de conciertos, por el camino actual solo es cuestión de tiempo. La derecha siempre dice que es la izquierda la que se quiere cargar la escuela privada concertada, pero en realidad solo se limitan a mantener una cortina de humo para ocultar sus verdaderas intenciones y continuar con sus planes paso a paso. A quienes parece que ya no engañan por más tiempo, aunque para mí lo que ocurre es que ya están hartos de tragar sapos y ranas, es a los representantes de la escuela privada concertada de toda la vida, no a la nueva privada concertada que está aprovechando lo que se hace porque está detrás de que alguien lo haga. En estos días, organizaciones como la FERE, que no es una organización que Ayuso y su gente pueda calificar de grupo radical de izquierdas precisamente, levantan la voz contra estas supuestas becas. Tienen claro lo que busca la derecha madrileña, ya sea ultra o disimulada, y, obviamente, no lo quieren.
Así que, ¿no ha llegado ya el momento de abandonar el modelo de las becas?
Sí, no se asusten. En el fondo, las becas solo son una herramienta para conseguir que, en la medida de lo posible, determinadas cuestiones y enseñanzas que siguen teniendo costes, no se encuentren fuera del alcance de quienes tienen situaciones socioeconómicas más desfavorables. Costes que se podrían evitar por otras vías. Es más, estos costes se establecen en demasiadas ocasiones sobre plazas insuficientes para alguna enseñanza o actividad, cual mercado sujeto a demanda y oferta, y las becas se habilitan entonces para evitar que solo se cubran por quienes tienen recursos propios para poder afrontar los costes establecidos sin necesidad de ayuda pública. Por tanto, las becas son necesarias en tanto que haya costes y escasez de plazas. Pero esta realidad se puede cambiar.
Sé que el dinero no es ilimitado, pero la inversión en educación no es la que ésta merece. Aunque ha mejorado mucho en los últimos años, sigue siendo una materia pendiente. Y, precisamente, donde se está dando este enfoque perverso de las becas, es el territorio autonómico donde menos se invierte, y donde mayor segregación escolar existe. No es casual. El modelo de quienes gobiernan la autonomía madrileña es el de total ruptura de lo que se ha denominado como ascensor social. Pero, como establece un dicho popular: a grandes males, grandes remedios. Si el concepto de beca se ha pervertido y deja de ser lo que era hasta la fecha. Si se desvían fondos públicos de forma creciente desde la escuela pública hacia la privada. Si el modelo actual quiere acabar con los conciertos para imponer el cheque escolar y acabar, de forma prioritaria, con la escuela pública. Si se quiere defender aquello de tanto tienes, tanto vales. Pues, cambiemos el paso y reconozcamos que la figura de la beca puede no ser ya la mejor herramienta.
Toca declarar totalmente gratuita la enseñanza pública desde los cero años y a lo largo de toda la vida, en todas las enseñanzas que se impartan en centros públicos, aquellos cuya titularidad, gestión, plantilla de personal y financiación sean exclusivamente públicas. Y que las plazas públicas se amplíen para que nadie se quede sin una para cursar cualquier enseñanza, sea cual sea y del nivel que sea. Hagamos innecesarias las becas y, con ello, eliminemos un uso abusivo y pernicioso de éstas. Si alguien quiere dar cheques a los que les sobra el dinero, para que aún les sobre más, que lo haga, pero que no lo camufle por lo que no es. Y que lo pague políticamente, si la mayoría de la sociedad no está de acuerdo con un modelo que fuera expuesto sin trampas, algo demasiado habitual en la derecha de nuestro país.
En todo caso, podemos y debemos seguir defendiendo las verdaderas becas en tanto que hacemos lo necesario para que puedan desaparecer. Mientras tanto: ¿y si repensamos el sistema educativo?, ¿y si dejamos de pelear con la derecha bajo los parámetros que imponen y les cambiamos el terreno de juego de una vez?, ¿y si hacemos algo más que llorar por las esquinas con cada nueva ocurrencia que tienen?, ¿y si dejamos de quejarnos en los andenes del Metro y nos volvemos a movilizar?, ¿y si recuperamos discurso ideológico y reiniciamos la lucha en la calle para defender los derechos que nos están arrebatando?, ¿y si dejamos de pedir más cañas y exigimos más y mejor futuro? No es difícil, solo hay que querer. ¡Vamos, que ya está bien! ¡Que ya ha llovido para arriba demasiado!