En esta fecha solemos hablar de cómo las cifras de violencia contra las mujeres han crecido o se ha mantenido. Del número de feminicidios o de las mujeres menores de edad que viven con el miedo a ser agredidas y cuyas exparejas tienen dictadas medidas cautelares o de alejamiento.
Hablamos de los últimos estudios, como los de la FAD, el INE o la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer (de 2019 la última).
En esta ocasión hemos preferido hablar sobre los victimarios, contestando, aunque sin querer, precisamente a la visión que la Xunta de Galicia ha hecho explícita estos días bajo el lema de “Non debería pasar, pero pasa”.
Como colectivo que vela pola perspectiva de xénero na comunicación en Galicia, rexeitamos a campaña da @Xunta para o #25N. Queremos expresar a nosa preocupación polo feito de que algo así pase os filtros da nosa administración pública.
Eis aquí os motivos (vai 🧵): pic.twitter.com/LglijVABeh
— Xornalistas Galegas (@asxornalistas) November 24, 2022
Hablamos Santiago Fernández, miembro de Ahige, Asociación Hombres por la Igualdad de Género, sobre los talleres que realizan en centros educativos con chicos y chicas sobre cómo se construyen las masculinidades y sobre el trabajo que puede hacerse para intentar revertir una situación que, hoy día, parece más complicada que nunca.
Fernández comenta algunas cosas importantes como el hecho de que, en los últimos tiempos ven que en las aulas, aunque sigue habiendo un reflejo de la sociedad, con chicos que están muy concienciados con la igualdad y un grupo importante de otros que callan, que no quieren confrontaciones, está el grupo que contesta, el de los “recalcitrante que es el que alza la voz”. Asegura que, el quit de la cuestión está en que ahora “tienen referentes que sostienen sus posturas, de forma que ahora gritan más. El problema es que al gritar más, el silencio de los otros es mayor”.
Los datos oficiales hablan de un aumento de las agresiones y de la violencia entre las personas menores de edad. Lo señalaba hace unos días Save the Children en un comunicad con datos del INE: “En 2021, el mayor aumento del número de víctimas de violencia de género se dio entre las chicas de menos de 18 años (un 28,6%) (…) 661 chicas adolescentes contaban con órdenes de protección o medidas cautelares”. La ONG de infancia aseguraba que “las adolescentes que sufren violencia de género siguen siendo poco visibles, cuando son las que necesitarían una mayor atención”.
En este sentido, Fernández se congratula por las campañas que desde las administraciones públicas ponen el foco en chicos y hombres y les interpelan directamente: ¿Y tú qué? “Hay que trabajar mucho que el silencio no vale, que el silencio colabora y hay que dar un paso al frente”, asevera Fernández, porque, sigue, si no se hace “ganan en potencia, no en número, que ya es un problema en forma de agresiones a los distintos, más homofobia, transfobia… y más competencia masculina”.
Para este experto, es importante que en los centros educativos se pudiera hacer un trabajo pautado y continuado en el tiempo, planificando, por ejemplo, un curso entero de sesiones de tutorías para que las intervenciones que realizan (actualmente talleres de una o dos sesiones) no se quedasen en actividades de “paracaidistas”: “Haces un taller, los críos abren los ojos pero después los dejas huérfanos”.
Podrían, incluso, pensarse en un más largo plazo, empezando desde la educación primaria con “procesos de intervención curricular, adaptados al proceso evolutivo de los críos”; una situación, cree, que facilitaría mucho las cosas. En un primer momento, a través de juegos pueden trabajarse habilidades de todo tipo, “tanto las identificadas como masculinas y como femeninas” con la vista puesta en “normalizar una situación distinta a la segregación que el patriarcado impone”.
Una vez hecho esto y en una etapa evolutiva siguiente se podría ver lo relacionado con “la expresividad emocional, el reconocimiento de las emociones, la aceptación del miedo, de la tristeza, etc. como algo propio de la vida, algo que no debe ser risible ni que te minusvalora”.
El siguiente paso ya sería en la adolescencia y sobre los procesos de identificación, “cómo presto yo atención a quién soy y cómo me quiero mostrar y cómo eso lo llevo al grupo que ahora es mi referencia”.
Fernández explica que es importante llegar a este momento con el trabajo previo para evitar resistencias que se dan en los talleres. Y, a esto, sumar un trabajo relacionado con “cómo quieres ser tratado y cómo tratas” a partir del cual hablar de la intimidad. “Algunos chavales, asegura, no saben diferenciar la atracción física del deseo de intimidad”, entienden el segundo como el primero. “Es una cosa que se ha perdido, en cierta medida, facilitado por las redes sociales”. “Cuando, explica Fernández, solo tienen el concepto de intimidad en lo sexual, se produce toda esta vulneración de la privacidad íntima y del cuerpo. Porque no se le da el valor a la emoción implícita en los encuentros íntimos”.
Junto a lo que puede hacerse con chicos y chicas, Santiago Fernández también cree que hay que tener la mirada puesta en la formación del profesorado puesto que, en algunas ocasiones, tienen que educar sobre cuestiones que no tienen resueltas.
“Uno de los grandes handicap,explica, es estar en un taller sobre cómo funciona la masculinidad y que te brote el profesor. Es una pena, porque cuando es el tutor el que brota rompe el taller; es una figura de referencia y que cuestione o se ponga a la defensiva, legitima en sus miedo al alumnado”.
En este sentido, también habla de la identificación que puede darse en estos mismos talleres por parte de las profesora que, en otras ocasiones, se le han acercado al terminar los talleres para hablarle de sus situaciones personales. También, para que cuando terminen las sesiones con los agentes externos, el profesorado pueda darle algún tipo de seguimiento a lo que se ha estado haciendo.
Junto a la formación docente, ve importante también llevar estos temas de la construcción de la masculinidad, de los sentimientos y de su gestión, a escuelas de padres y madres. Hace unos días, comenta, “una cría se me ha acercado y me ha dicho que lo que hablábamos lo tenía en su casa: “En mi casa hay comportamientos puramente machistas y a mí me supone una lucha diaria intentar definirme como quiero ser”.
Santiago Fernández trabaja en la Región de Murcia, lo que supone pensar en que la consejera de Educación dejó Vox para formar parte del Ejecutivo; un territorio en el que prácticamente se ha impuesto el veto parental y en el que ha visto salir del aula a estudiantes cuando iban a hacer talleres. “Los docentes se han visto desprotegidos por la administración” de manera que “quien acusa e adoctrinar es quien tiene una interacción adoctrinante”.
“Hay una desprotección que deja vulnerable al profesorado. Es normal que el miedo se extienda. Y la base de ese miedo es que las administraciones no han hecho la protección adecuada”, zanja.
Desvelar las masculinidades
“Llevamos tiempo diciendo que es necesario señalar las masculinidades. En plural”, asegura. “Hay muchas maneras de manifestarse hombre, dice Fernández, quien mira con cierta reticencia al concepto paraguas de ‘nuevas masculinidades’ (“no por ser nuevas son buenas”). En cualquier caso, todas ellas están atravesadas por el patriarcado.
Desde su punto de vista “el trabajo parte de cómo nos construimos como hombres”; saber que “como hombres estamos en una posición de privilegio social”, al menos, con respecto a las mujeres.
Una vez que se ha hecho este reconocimiento del privilegio masculino, se pone el foco en “la construcción de la personalidad masculina que, comenta, tiene que ver con cómo los hombres, para identificarnos, nos miramos en otros hombres y cómo en esa mirada seguimos los principios de la competencia, la fuerza, señalamiento del distinto”. Es el momento en el que los hombres, para afirmarse tales, rechazan “todo lo que se supone que es femenino”, es decir, “ todo aquello que tiene que ver con la sensibilidad, la emoción, los miedos, vulnerabilidades. Elementos que te puedan señalar como frágil, de lo que huye el modelo de masculinidad”.
Fernández lo ejemplifica con lo que hacen en los talleres: “Cuando hacemos talleres, solo hay que preguntar a los chavales: ‘¿Cómo nos retamos nosotros para parecer más hombres?’. Te lo dicen a coro: “¿A que no hay huevos?”. A lo que preguntas: ‘¿Qué pasa cuando alguien te dice que no hay huevos?’, y todos, con el puño en la mesa: “Eso se hace”. Desde ahí se abre la puerta, comenta Fernández, para abordar los costes de la masculinidad”.
Unos costes, explica, que hay que tratar en paralelo a los beneficios porque, como dice Fernández, “si soportamos los costes (de esa masculinidad atravesada por el patriarcado) es porque están los beneficios”.
Por eso, explica, “es necesario triangular entre el privilegio, los costes y el resultado en términos de relación”. “Los comportamientos violentos surgen de la frustración por la incapacidad de gestionar el mundo emocional. Esa es otra pregunta que los chavales tienen perfectamente clara; si les dices: ‘¿Qué pasa si estoy continuamente conteniendo mis emociones? Que explotas ¿Y cuál es la manera de explotar los hombres?’ Igual, a coro: ‘Con la agresividad, peleando, con violencia’, te lo dicen ellos directamente”.
La respuesta a la pregunta de por qué esa utilización de la agresividad y de la violencia, según cuenta Fernández, es lo que los chavales no tienen tan claro pero él sí: “Lo que yo no ejercito como habilidad se convierte en impotencia, y la impotencia solo me genera rabia”.
“Si se hace este recorrido, según Fernández, entienden que el resultado de aquello con lo que se identifican hombres los conduce a expresiones de agresividad y violencia; una violencia, además, que tienen muy interiorizada”.