Durante los minutos previos a la entrevista, Federico Mayor Zaragoza (Barcelona, 1934) vuelca un torrente de anécdotas con espacio reservado en la historia contemporánea mundial. De su boca salen recuerdos de experiencias cercanas con figuras esenciales del siglo XX: Mijaíl Gorbachov, Nelson Mandela, François Mitterrand…
Al ser nombrado director general de la Unesco en 1987, Mayor Zaragoza fue el primer español en ocupar un cargo global al más alto nivel. Antes había alcanzado la excelencia en el campo de la bioquímica y había dejado su impronta —como consejero de Adolfo Suárez y ministro de Educación— en nuestra transición a la democracia.
Hace más de 20 años que Mayor Zaragoza promueve los valores de la concordia y el diálogo desde su Fundación Cultura de Paz, donde pone el acento en la educación como fuente de esperanza. El catalán recibe con ademanes de caballero vieja escuela en la sede de la fundación, ubicada en la Universidad Autónoma de Madrid.
Malos tiempos para educar en la paz. No tanto por la vuelta de la guerra a Europa en sí, sino por el furor belicista y armamentístico, aquí en España y casi en cualquier lado.
Hay que decirle al imperio —hoy norteamericano como antes fue británico, francés o español— que el mundo ha cambiado y que no podemos seguir pensando exclusivamente en armas y en bases militares, en la razón de la fuerza en lugar de en la fuerza de la razón. Como director general de la Unesco, impulsé en 1989 —en colaboración con personalidades como [Nelson] Mandela— una declaración sobre cultura de paz. ¿Por qué elegimos el término cultura? Porque se refiere al comportamiento cotidiano: mi cultura es cómo me comporto cada día. Los grandes poderes globales, los grupos G (G6, luego G7, G8, G20…) que mandan en el mundo desde los años 80 rechazaron la iniciativa. Así seguimos. Hemos aceptado la inaceptable: estar a las órdenes de esta gente.
¿Y cómo ha de plantearse la resistencia educativa?
Hay documentos de referencia que nos iluminan. La Constitución de la UNESCO, que es una preciosidad, empieza diciendo que hay que educar para elevar los baluartes de la paz donde nace la guerra: en la mente de los hombres. Allí hay que actuar, en la mente de los hombres. Y la única forma de hacerlo es a través de la educación.
Nuestra esperanza es que la educación se centre en cultivar aquellas capacidades que nos hacen humanos: pensar, anticiparse, innovar, imaginar, crear
Tampoco ayuda, supongo, uno de los mantras educativos de nuestro tiempo: formar a las nuevas generaciones para un mundo altamente competitivo. Competición no es guerra, pero tiene una connotación de lucha, en cierto sentido casi para-bélica.
Y en esa atmósfera de competición, ahora ha irrumpido con tremenda fuerza la inteligencia artificial (IA). Me preocupa profundamente ese discurso según el cual la IA va a ir sustituyendo la inteligencia humana. Me indigna que Elon Munsk diga que en poco tiempo podrá insertarnos un chip en el cerebro. ¿Nos quieren deshumanizar, robotizar? Nuestra esperanza es que la educación se centre en cultivar aquellas capacidades que nos hacen humanos: pensar, anticiparse, innovar, imaginar, crear. ¡Cada ser humano es un creador! Esta es nuestra confianza.
Se refiere con frecuencia al fin educativo primordial que fija la Unesco: hacernos libres y responsables.
Fíjese qué bonito. Libres y responsables. Nada más y nada menos. Como bioquímico, tuve el honor de trabajar en Oxford con un premio Nobel, el profesor Hans Krebs. Un viernes por la tarde vio que estaba haciendo acopio de datos y más datos en su laboratorio. A partir de entonces, me obligó a quedarme en casa los viernes. Y me dio un consejo: vea lo que otros también ven y piense lo que nadie ha pensado. Ser responsable es pensar, sin olvidar nunca que cada ser humano es único.
Y emprender, como suele repetir. Pero no en un sentido exclusivamente empresarial, como si todos los jóvenes tuvieran que ser fundadores de start-ups, sino más bien como el valor de atreverse.
Cuando cambié, armando un gran follón, el programa educativo de la Unesco—que durante 45 años se había limitado, dentro de su lógica colonial, a la alfabetización y la educación básica— me inspiré en don Francisco Giner de los Ríos, quien decía que hay que educar para que el alumno sea capaz de dirigir su propia vida. Hablé con Jacques Delors, que en aquel entonces presidía el Consejo de Europa. Juntos organizamos un Congreso Mundial de Pedagogía al que acudieron figuras como Paulo Freire. En sus conclusiones, se fijaron cuatro grandes objetivos en un marco de aprendizaje para toda la vida: aprender a ser (libres y responsables), a conocer (que no es lo mismo que informarse), a hacer y a vivir juntos. A estos cuatro pilares, yo añadí aprender a emprender. En su momento me había impresionado el famoso aforismo de Horacio: sapere aude, atrévete a saber. Reflexionando, le di la vuelta y me dije: más difícil aún es saber atreverse. Si te inhibes, el conocimiento es irrelevante. Solo es importante en la medida en que nos atrevemos a utilizarlo para cambiar las cosas.
También alude habitualmente a otra cita que le impactó en su juventud, en este caso de Albert Camus, quien escribió en La Peste: “Los desprecio porque, pudiendo tanto, se atrevieron a tan poco”. ¿Da miedo asumir la responsabilidad que conlleva la libertad?
La leí con 17 años y me marcó profundamente. Si podemos, debemos. La libertad es el don supremo de la condición humana. Nos tenemos que atrever a garantizar la habitabilidad del planeta. Nos tenemos que atrever a decirles a los grandes magnates que estamos cansados del PIB. Y que les vamos a ganar porque nosotros somos el pueblo.
La escuela ha de enseñar a dirigir la propia vida para que no nos la dirijan otros, para que no seamos sujetos pasivos ante la ambición de una oligarquía
Para las nuevas generaciones, ¿resulta difícil atisbar alternativas ante la fuerza omnipresente del pensamiento hegemónico: más consumo, más crecimiento…?
Yo estoy casi seguro de que we the people, nosotros los pueblos, vamos a abandonar la posición cómoda de espectadores y vamos a empezar a ser, por fin, actores. Aunque es cierto que, como dice Soledad Gallego-Díaz, las redes sociales e Internet se están convirtiendo en armas de distracción masiva. Y esto afecta especialmente a los más jóvenes. Tenemos el poder, pero estamos distraídos. Pero no tengo duda de que vamos a hacer frente a aquellos privilegiados que defienden sus intereses y nos tratan de convencer de que no hay remedio, de que las cosas son así y no pueden ser de otra forma.
¿Fomenta el sistema educativo español la iniciativa o más bien la pasividad?
Hay de todo. Pero mi posición es clara, déjeme que la repita: la escuela ha de enseñar a dirigir la propia vida para que no nos la dirijan otros, para que no seamos sujetos pasivos ante la ambición de una oligarquía. La libertad de comprar tal o de sentarse en una terraza a beber una cerveza es importante, pero no puede ser la justificación de la vida personal. Los pueblos tenemos que levantarnos, hacernos responsables y decir basta a que mueran miles de africanos en el Mediterráneo mientras unos cuantos multimillonarios viajan al espacio durante 10 minutos.
Permítame insistir en lo difícil que resulta hacer llegar a los más jóvenes mensajes que contradigan el engranaje de nuestro sistema económico. Quizá usted no lo recuerde, pero hace unos años le entrevisté para un blog sobre educación ambiental de Ecoembes, la empresa de reciclaje. Quise titular con lo que me pareció lo esencial de sus respuestas: hemos de enseñar a consumir menos. El titular fue censurado.
Sí me acuerdo. Quizá alguien pueda pensar que esto es un idea que se me ha ocurrido a mí. No es el caso. Ya en el año 68, un señor italiano llamado Roberto Peccei, del Club de Roma, dijo que estábamos creciendo indefinidamente en un contexto finito. Peccei también advirtió, hace décadas, de que nos dirigíamos hacia el abismo. Y en esa dirección seguimos, tan contentos [Mayor Zaragoza gesticula como si caminara alegremente]. Nos tenemos que dar cuenta de que solo podremos vivir en una Tierra saludable. Nos dicen que tal, que con cuatro parches esto se soluciona, que hay que cambiar algunas cosas para que todo siga igual. No puede ser. Tengo cinco bisnietos y, como comprenderá, estoy muy preocupado.
No se cansa de repetir que educación no es capacitación, que uno puede saber mucho inglés o matemáticas y ser un perfecto maleducado. No sé si en esa distinción subyace el dilema educar ciudadanos o formar trabajadores que alimenta gran parte del debate ideológico sobre educación.
No. De hecho, no me gusta esa separación entre ciudadanos y trabajadores. Lo que quiero decir es que capacitación es saber cosas, pero que uno puede saber muchas cosas y no ser libre ni responsable ni manejar su propia vida. Me gustaría que una ciudadanía consciente, que sabe lo que está pasando, se exprese, intervenga, actúe. Educación es que cada individuo tenga la certeza de que ahora ya puede y de que ahora ya debe.
2 comentarios
La expresión de Federico Mayor Zaragoza «pensar, anticiparse, innovar, imaginar, crear» es muy significativa para ser ciudadanos libres y responsables en un mundo que «no facilita el dirigir la propia vida y promueve actuar como robots». Para el logro de los significativos conceptos expresados en la nota la escuela resulta un espacio fundamental porque puede y debe propiciar el desarrollo de ciudadanos que usan el poder, que cada uno tiene, en beneficios del bien común.
Esta entrevista la utilizare en la clase inicial del ciclo lectivo 2023 para reflexionar con mis alumnos, del último curso del secundario, en el espacio curricular «Ambiente y sociedad» . Gracias muy valioso lo publicado
Muchas gracias por esta entrevista a Rodrigo Santodomingo y a Federico Mayor Zaragoza. Sus conceptos , tanto en las preguntas cómo en las respuestas, son muy potentes para compartir y reflexionar con los equipos docentes de la Escuela en la que trabajo en este comienzo del año 2023 .