Una canción de The Doors anuncia por megafonía la hora del recreo en el IES Mariana Pineda. En el patio y las canchas deportivas se va congregando un surtido estudiantil variopinto. Hijos de familias españolas y chavales de origen inmigrante. Alumnado gitano y rubios adolescentes canadienses que están de visita.
Se ve a chicas y chicos jugar al baloncesto, picarse entre ellos, revolotear amistosamente. Un dominicano y un gitano imitan movimientos de boxeo antes de irse, entre risas, cada uno por su lado. Al fondo se atisba El Ruedo, una mole elíptica, reconcentrada, encerrada en sí misma con sus pisos de protección oficial y su amplia zona comunitaria en el centro. Un descomunal complejo de ladrillo junto a la M-30 madrileña, en el distrito de Moratalaz. Allí viven —desde su construcción a finales de los años 80— cientos de familias vulnerables. La mayoría, de etnia gitana.
En la pista de baloncesto aparecen dos chicos gitanos con gorra. Uno delgado y el otro más voluminoso. Mientras ambos caminan, el segundo abraza al primero, como aplacándole. La directora, María Elisa Serrano, explica que el más pequeño tiende a meterse en líos. De hecho, acaba de regresar al instituto tras ser expulsado unos días. Y que el más grande se ha erigido, espontáneamente, en una especie de apaciguador, un freno para evitar a su amigo más problemas.
Con su aire espabilado y sus movimientos fribrosos, este alumno de inercias disruptivas encarna de alguna forma —o sirve como punto de partida para explicar— rasgos esenciales del Mariana Pineda. Desde una óptica de convivencia, su caso constituye más bien la excepción que confirma la regla. “Casi no tenemos conflictos graves, peleas etc”, explica Ana Ortiz, jefa de estudios adjunta. El centro apuesta por la exquisita igualdad de trato y por quitar peso al factor étnico ante posibles tensiones: “Insistimos en que aquí no hay payos o gitanos, sino compañeros, personas”, dice Serrano.
También se implica a estudiantes y docentes al generar y mantener una buena atmósfera. Y se refuerza —incluso con reconocimientos explícitos en forma de premios al mejor compañero o similares— las actitudes que previenen el choque o lo reconducen cuando este surge. El instituto se ha ido quitando las capas de estigma que le habían ido recubriendo como centro supuestamente conflictivo. “Ya nadie pregunta si hay problemas de inseguridad ni se escuchan rumores sobre que aquí se vende droga o cosas del estilo”, apunta Paloma González, jefa de estudios.
Más importante, continúa González, “a nadie le preocupa si hay o no alumnos gitanos, cuando antes era LA pregunta”. Al asumir Serrano la dirección del IES, en 2013, el Mariana Pineda tenía apenas unos 130 alumnos. Hoy cuenta con más de 300. “Y en un barrio que no ha aumentado su población, cada vez más envejecida”, señala orgullosa la directora. En los dos primeros cursos de ESO, los chavales gitanos rondan el 30%. A partir de 3º, el porcentaje cae en picado.
Puentes de primaria a secundaria
Las tres mujeres que conforman el equipo directivo reconocen la labor previa que se desarrolla en el CP Francisco de Luis. Un colegio cercano de donde llega, al pasar a secundaria, casi todo el alumnado gitano que escolariza el Mariana Pineda. Un centro gueto —con una homogeneidad étnica casi absoluta— que, para Serrano, “no debería existir como tal”. Pero que hace, añade la directora, “un trabajo encomiable mediante un proyecto educativo precioso”. Desde que ella llegara al instituto en 2006, ha atestiguado una evolución “espectacular” en las actitudes y aptitudes del alumnado gitano. “Antes eran niños que, con frecuencia, venían al centro con falta de higiene y pésimos niveles curriculares, hasta el punto de no saber leer o escribir”, señala.
Ortiz subraya la excelente comunicación que existe entre ambos centros. Sólidos puentes que amortiguan la primera experiencia genuinamente integradora para los pupilos que asisten al Francisco de Luis. Antes de la secundaria, los niños y niñas salen de El Ruedo para ir al colegio y recorren el camino de vuelta en un bloque monolítico. Sin contacto alguno con sus iguales de otros orígenes étnicos o contextos socioeconómicos. Sin conocer otras realidades. La jefa de estudios adjunta destaca que el CP ofrece, a final de cada curso, “mucha información sobre los alumnos que llegarán [al IES] en septiembre, y da muchas ideas para dar continuidad a sus trayectorias”.
La tarea de base del Francisco de Luis siembra las semillas del buen comportamiento. Y un enfoque de transición entre etapas facilita la adaptación del alumnado gitano a la vida del instituto. “Aunque seguimos teniendo un problema de absentismo, ha mejorado mucho la asistencia. También se pueden hacer más actividades con ellos. Incluso se ha normalizado que los alumnos gitanos hagan exámenes, cuando esto era impensable cuando yo llegué en 2006”, afirma Serrano.
A pesar de notables progresos, los retos académicos siguen siendo mayúsculos. El chico del patio (al que su amigo grandote protege de sí mismo) ejemplifica, de nuevo, la realidad del alumnado gitano en el Mariana Pineda. Por capacidad y preparación, se decidió que el alumno fuera a un curso ordinario, en lugar de a los GES (grupos específicos singulares) donde aprenden la mayoría de sus compañeros que viven en El Ruedo. “Desde entonces, ha decidido no dar palo al agua hasta que le cambiemos donde, dice, están sus amigos”, cuenta Ortiz. Su patrón de conducta es replicado por muchos alumnos (y, en menor medida, alumnas) gitanos que se procura —cuando se estima factible— que accedan al nivel de conocimiento que les corresponde por edad
Los intentos de recorrer el camino inverso (desde un GES a un grupo ordinario) tampoco suelen cosechar buenos frutos. Para el alumno, debería ser un motivo de orgullo, un avance en su aprendizaje por méritos propios. Un nuevo horizonte para seguir progresando en la ESO y, quizá, titular en unos años. Por desgracia, apunta Serrano, “lo habitual es que tenga consecuencias nefastas”. La directora ha conocido muchos casos de “chavales que estaban trabajando bien en el GES, muy motivados y, al cambiarles a un grupo ordinario, se vinieron abajo, le cogieron manía a estudiar y lo dejaron”.
Presión de grupo
Un mezcla de espíritu gregario y bajas expectativas condena al alumnado gitano a una especie de segregación intra-centro. Concebido, en palabra de Serrano, “para casos extremos de desfase curricular”, el GES acaba convirtiéndose en el hábitat natural del estudiante gitano. Algunas excepciones logran escapar, aunque sea temporalmente, a este círculo vicioso —alimentado por condicionantes culturales— que abona el terreno para el fracaso escolar.
La directora del Mariana Pineda recuerda el caso de un alumno repetidor que, no obstante, quería seguir estudiando tras cumplir los 16 años. Aspiraba a sacarse, al menos, la ESO. “Su padre se negó en redondo y el chico nos pidió, a pesar de nuestra insistencia, que por favor no intentáramos hacerle cambiar de opinión”, asegura. Serrano expone sin tapujos su opinión general sobre el papel de las familias en el devenir académico del alumnado gitano que acude al Mariana Pineda: “Son un obstáculo, están muy metidas en sus costumbres y en su sistema de valores. Viven todos juntos, todos saben la vida de todos, todos se vigilan entre sí. Y cada uno tiene que cumplir un rol”.
Para las chicas gitanas, la presión de grupo y los papeles previamente asignados resultan incluso más limitantes que para los chicos. Pocas permanecen en el instituto hasta los 16 años. Casi todas se casan antes y se van alejando de la escuela, sobre todo tras quedar embarazadas. “Hay chicas de 12 o 13 años que me preguntan para qué van a estudiar si ya están pedidas”, lamenta González, la jefa de estudios. Ortiz saca a colación otro caso de una alumna gitana brillante —ganadora de un concurso literario— a la que los padres prohibieron relacionarse con no gitanos. El peso de la tradición y la mala fortuna (sufrió una enfermedad que le dejó secuelas neurológicas) truncaron su senda hacia el éxito.
Más allá de los escollos que inhiben el salto educativo del alumnado gitano, Serrano enfatiza su contribución al buen ambiente del IES. “Los problemas verdaderamente graves que tenemos aquí no tienen que ver, ni muchísimo menos, con ellos”, aclara. La directora enumera otros fenómenos que sí enturbian la vida del centro y, en especial, el bienestar de sus alumnos: adicción a nuevas tecnologías, cuadros de depresión y ansiedad a edades muy tempranas… “Y muchos chicos y chicas abandonados a su suerte, desatendidos por sus padres, incluso no queridos”, se queja Serrano.
En este aspecto, los chavales gitanos siempre pueden apoyarse, por contra, en la otra cara de la tradición: familias fuertemente unidas y muy protectoras. “Nuestros alumnos de El Ruedo tienen todos un padre, una madre, hermanos, tíos… Están sujetos en un montón de patas”, remata Serrano.