La «Batalla cultural» es un concepto clave en la teoría política y cultural de Gramsci. Para él, esta batalla cultural es la lucha por el control del pensamiento y la cultura en una sociedad. Según Gramsci (1975), el poder no sólo se ejerce a través de la fuerza, sino también mediante la cultura, la educación, la religión, los medios de comunicación, las artes y otros aspectos de la vida social.
Vivimos en tiempos convulsos en todas las esferas de la vida, pero especialmente en la política. Son tiempos en los que asistimos al auge de la ultraderecha en Europa (y en el mundo entero). Son tiempos de “batalla cultural”, en los que unas posturas y otras luchan por imponer sus conceptos e ideas como un marco de pensamiento hegemónico. Sobre este tema, ya hablé en otro artículo en este mismo diario en el que trataba de plantear, cómo funcionaba y qué intereses había detrás de las construcciones de estos nuevos relatos.
Un ejemplo reciente que demuestra el estado actual y la importancia de la «batalla cultural» se puede encontrar en la esfera política, específicamente en la moción de censura liderada por un partido de extrema derecha. Durante esta situación, se plantearon ciertas ideas en el Congreso de los Diputados que hace unos años hubiera sido impensable mencionar abiertamente por cualquier partido político.
Asistimos así, escandalizados, a ver cómo se cuestionan temas como la igualdad de oportunidades, el género, la inmigración, las clases sociales, los derechos,… Anteriormente, si bien sobre estos asuntos nunca ha habido un pacto social, sí había un acuerdo mayoritario que establecía un marco de pensamiento y referencia, donde no se cuestionaban. Sin embargo, actualmente, son claramente susceptibles de ser debatidos.
Como decimos, es cierto que si bien desde las posturas más conservadoras siempre se había intentado reformular ese marco de pensamiento, no ha sido hasta hace bien poco que nos encontramos con que hay sectores y grupos que se han apropiado ese discurso y han conseguido implantar un nuevo marco de pensamiento en el que estas ideas son cuestionables, debatibles, discutibles,… de manera explícita, y esto tiene que ver, ineludiblemente, con el auge de la ultraderecha.
La educación no permanece ajena a esto puesto que es uno de los principales campos de batalla cultural debido a que no solo se ocupa de desarrollar conocimientos y habilidades, sino que también ayuda a moldear la conciencia y la visión del mundo de las personas. En este sentido, la educación puede ser una herramienta para la liberación y la transformación social, pero también puede ser utilizada para mantener -o cambiar- el statu quo y la dominación de una clase o grupo social sobre otros (Freire, 1975).
Por lo tanto, en educación, como uno de los campos principales de batalla cultural, asistimos a un escenario parecido a este que hemos descrito en política.
Si bien, en educación siempre hemos encontrado un grado más de batalla entre formas de entender los conceptos (luego veremos por qué) hace unos años, hubiera sido impensable que alguien cuestionara reducir la enseñanza obligatoria (por ejemplo) y tuviera el respaldo que tiene en la actualidad cuando se plantea abiertamente. Avanzamos hacia un marco de pensamiento en el que esto podría darse como discusión política, social y educativa, directa y explícita.
Igual ocurre con otras ideas que hace unos años no hubiéramos pensado jamás que tuvieran tanto soporte como ahora. Como por ejemplo cuestionar que todos deberíamos tener igualdad de oportunidades y que deberíamos estar en una escuela que nos incluyera y nos permitiera participar.
Cuestionar este concepto, el de la inclusión educativa, se ha convertido en uno de los objetivos principales de algunos y algunas, porque dinamitándolo les permite construir un marco de pensamiento que abra la puerta a replantear otras muchas cosas en el ámbito no sólo educativo, sino social y político.
Esto tiene que ver, a mi juicio, con el vínculo ente educación e ideología y cómo esta es siempre un espacio político, probablemente uno de los más importantes. Tema sobre el que ya escribí. Y, por lo tanto, actualmente, nos encontramos en una situación en la que determinados actores políticos, que además tienden a camuflarse presentando sus posturas como de izquierdas y con ideas progresistas, cuestionan, desde un pensamiento absolutamente conservador, todos los marcos de pensamiento previos y que eran medianamente estables en educación. Cuestionan los acuerdos mayoritarios que habíamos alcanzado sobre ella.
El interés de estos actores políticos es claro, la educación puede ser utilizada de diferentes maneras en esta batalla cultural. Por un lado, puede serlo por las clases dominantes para perpetuar su poder y control sobre la sociedad. Pero por otro, puede ser utilizada por los oprimidos para desafiar la hegemonía cultural y luchar por su emancipación. De forma que hay que controlar las palabras y los discursos sobre educación que conformarán nuevas realidades en ella.
En este sentido, estos actores políticos representan la avanzadilla para que calen nuevas ideas conservadoras. Si cambian el marco de pensamiento sobre conceptos educativos, será más fácil que luego se acepte la extensión de esos conceptos en el aspecto político y social. Un ejemplo claro de esto sería cómo entender -mal entender a la luz de los estudios- la igualdad de oportunidades a través de la meritocracia.
La labor de estos actores es, por lo tanto, la de relatar, la de dar batalla cultural; son los encargados ir consiguiendo, poco a poco con sus discursos, que el resto de las personas asumamos la transformación de esas ideas que no deberían discutirse en otras cuya discusión resulte aceptable.
Esta situación es muy grave si queremos avanzar hacia la construcción de una educación de calidad para toda la ciudadanía, ya que la configuración de un marco de pensamiento hegemónico configurará las actuaciones legales, prácticas,… que vengan después.
Por lo tanto, creo que hemos de asumir esta nueva situación en la que nos encontramos y actuar en consecuencia. Teniendo en cuenta lo que ocurre en la política, lo primero sería ser conscientes de la situación para, después, aceptar que nosotros también hemos de dar esta batalla cultural: contrarelatar.
Mi opinión es que el tiempo de centrarnos en lo que hacemos y no discutir con nadie ha pasado. Esa actitud implica la renuncia a construir un marco de pensamiento en educación realmente educativo y ceder espacios para que ese marco lo construyan otros actores con otras ideas no tan educativas que sí son muy conscientes de esta situación y están preocupados y organizados por crear relatos.
Es necesario estar en esta batalla cultural. Lógicamente, no pensando en aquellos y aquellas contra quienes se da esta batalla. No parece probable que nos convenzamos unos a otros, pero sí pensando en las personas que nos escuchan o leen.
Es necesario volver a dibujar, trazar líneas rojas y explicitar que hay cuestiones, en la educación, que no son discutibles. Podemos hablar sobre qué necesitamos para hacerlas, pero no “si hay que hacerlas”. Es necesario explicitar cuáles son los intereses de determinadas personas en generar ciertos discursos. Es necesario poner sobre el tapete que hay cuestiones que se están igualando cuando no son susceptibles de igualarse y que igualarlos supone construir un marco interesado, falaz y en el que siempre ganan los pensamientos conservadores.
Hay asuntos sobre las que no cabe ponerse de perfil y deben ser líneas rojas que todos condenemos públicamente o estaremos dejando que nuevos discursos erosionen y construyan otros marcos mentales.
Hay que dar batalla cultural porque si no la damos, si no utilizamos nuestro altavoz en medios, en nuestros ámbitos de influencia, en nuestros contextos cercanos,… estamos dejando que otros ocupen esos espacios y cuando dejamos y cedemos espacio a que otros den esta batalla, estaremos perdiéndola.
Esto es lo que se concreta en la frase atribuida a Gramsci (1975) “la realidad está definida con palabras, por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad”.
Es por ello que nuestras palabras son importantes, en nuestros ámbitos de influencia, en nuestros contextos. Porque en ellas se encuentra nuestra visión de la educación y si no la contamos, nunca podrá ser compartida por otros y otras.
No se trata de tener una actitud agresiva, se trata de ser conscientes de la necesidad, hoy más que nunca, de dar nuestra opinión, compartir nuestra visión educativa y confrontar otros puntos de vista en los contextos que tengamos a nuestro alcance.
El cambio social a través de la educación pasa por una educación más crítica y participativa, que enfatice el pensamiento crítico y la reflexión sobre los valores culturales y las estructuras de poder existentes en la sociedad y para que esto ocurra, es necesario crear un marco de pensamiento en la sociedad, con respecto a la educación que ahora mismo, no existe.
Referencias
Freire, P. (1975). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI
Gramsci, A, (1975). Cuadernos de la cárcel. Fondo documental EHK