En el informe Reimaginar juntos nuestros futuros. Un nuevo contrato social para la educación (Unesco/Fundación SM, 2022), redactado por una comisión de la Unesco, se sostiene la necesidad de suscribir otro contrato social frente a la caducidad del que orientó la obra pedagógica durante los siglos XIX y XX.
A la problemática de los ecosistemas educativos debe sumarse la complejidad en distintas esferas de la vida social, como la pobreza, las desigualdades y el “retroceso democrático” en varias regiones del mundo; interconectadas con los sistemas escolares.
Este cóctel de desafíos es también una provocación para pensar distinto las formas como se han gobernado los sistemas educativos y las prácticas de estudiantes, profesores, expertos, universidades y familias. La disyuntiva que traza la comisión redactora del informe es definida como una elección existencial: continuar un camino insostenible o cambiar radicalmente de rumbo.
Las premisas fundamentales para el nuevo contrato social deben ser dos, a juicio del documento preparado por la comisión de expertos de distintas regiones del mundo; por un lado, garantizar el derecho a una educación de calidad a lo largo de toda la vida y, por otro, reforzar la educación como proyecto público y bien común.
El contrato social que reguló la educación en los siglos XIX y XX se orientó por los principios siguientes:
a) Proyectos pedagógicos basados en lecciones impartidas en el aula por el profesorado.
b) El plan de estudios como una tabla de asignaturas y desplegado con clases pautadas.
c) La enseñanza como práctica solitaria de un profesor frente a sus alumnos dentro de los límites de una disciplina o materia.
d) Escuelas organizadas con el mismo modelo estructural, organizativo y procedimental, en todos los contextos, a pesar de sus diversidades y desigualdades.
e) Instrucción organizada para enseñar a grupos de edades similares en instituciones especializadas, que terminaba, para los más beneficiados, a las puertas de la vida adulta, pero que para la mayoría se desgranaba dramáticamente conforme ascendía en la pirámide escolar.
Ese molde, ya cuestionado severamente desde tiempo atrás, fue arrasado por los efectos de pandemia y la enseñanza remota que sobrevino.
Hay que construir otra manera de concebir, diseñar, realizar y evaluar las políticas, estrategias y prácticas. En ese nuevo contrato que promueve la Unesco, la educación es un proyecto público, un compromiso social compartido, uno de los derechos humanos más importantes y una de las responsabilidades mayores de estados, instituciones y ciudadanos.
El nuevo contrato social debe promover otra pedagogía, enfoques diferentes para concebir los planes de estudio, un nuevo compromiso de y con los profesores, otra visión de la escuela y una apreciación distinta de los tiempos y espacios de la educación, dejando de concebirla sólo como derecho de los niños y jóvenes, circunscrita a los espacios de la escolarización formal.
Un nuevo contrato social debe basarse en los derechos humanos, la ética del cuidado, reciprocidad y solidaridad.
Otras pedagogías
Las nuevas pedagogías deben basarse en la cooperación y solidaridad, respetar la dignidad de las personas, enseñarlas a pensar por sí mismas, pero también a respetar la naturaleza y el planeta que nos hace viables.
Entre las estrategias que se proponen para construir otras formas de actividad pedagógica, el equipo redactor del informe sugiere:
- Aprendizaje colaborativo interdisciplinario para resolver problemas, así como el aprendizaje-servicio.
- Atesorar y apoyar la diversidad y pluralismo, lo que implica ponderar el derecho y la obligación de la inclusión.
- Aprender a desaprender.
- Aprender a curar las heridas de la injusticia, con dos conceptos interesantes en el plano discursivo, pero desafiantes en sus concreciones prácticas en los ecosistemas educativos: la descolonización de la pedagogía y la justicia reparadora.
- La evaluación con sentido pedagógico.
- Recorridos pedagógicos a todas las edades y en todas las etapas.
- Apoyar las bases de la primera infancia debe ser una prioridad mundial.
- Educación colaborativa para todos los infantes.
- Liberar el potencial de adolescentes y jóvenes.
- Renovar la misión de la enseñanza superior e implicar de otras maneras a las universidades con la problemática de la enseñanza primaria y secundaria.
Pocas ideas en el nuevo contrato social comentado podemos categorizar como “innovadoras”, porque tampoco existen fórmulas mágicas o balas de plata para desterrar las malas prácticas en las escuelas. Su riqueza residirá en la apropiación y recreación de los colectivos docentes en sus escuelas.
Lo que tenemos por delante urge a una reinvención de los sistemas educativos. En la tarea ya trabajan los países, con mayor o menor lucidez, con afanes profundos o pirotécnicos. Lo que marcará derroteros serán las capacidades de diagnóstico y proyecto de los ministerios de educación; su eficacia para persuadir al gremio docente y la penetración de sus formas de comunicación con la ciudadanía. Porque la transformación, nos enseña la Historia, no dependerá de los ministros o gobernantes, sí de lo que hagan cada mañana y cada tarde los maestros y maestras en las escuelas y complementen en casa las familias.
Si la visión está colocada en el año 2050, y para entonces aspiramos a una sociedad más educada, es decir, más justa, democrática y próspera, entonces, conviene reflexionar las preguntas que sugiere el informe: ¿qué debemos seguir haciendo?, ¿qué debemos dejar de hacer?, ¿qué debemos reinventar completamente?, ¿qué futuros son deseables y para quiénes?