«Es verdad que es bastante alarmante si lees lo que los adolescentes llegan a decir, pero me gusta contextualizar». Son palabras de Nerea Boneta, una de las investigadoras principales del estudio Culpables hasta que se demuestre lo contrario. Percepciones y discursos de adolescentes españoles sobre masculinidades y violencia de género, publicado en las últimas semanas por la Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud.
De alguna manera, es la tercera entrega de una serie de informes que ha publicado la Fundación recientemente. El último de ellos titulado La caja de la masculinidad desvelaba que una cantidad bastante importante de jóvenes, más chicos que chicas, se mostraban contrarios al feminismo y las ideas que promueve.
«Nos interesaba profundizar en este porcentaje de jóvenes que afirman que el feminismo busca perjudicar a los hombres, que no se preocupa de problemas reales», explica Boneta. Se trata de un nada desdeñable 44,7 % de chicos y chicas, dice la investigadora, posicionados en posturas «postmachistas, antifeministas o banalizadoras de la violencia de género». Es decir, el estudio, cualitativo y sbre entrevistas con personas expertas, así como con grupos de discusión mixtos y no mixtos de adolescentes, ha intentado ahondar en las razones de estos discursos antiigualitarios; «no sabemos muy bien cómo se construye el discurso, cómo se hilan los argumentos».
Para la investigadora, existe un caldo de cultivo más o menos claro, en el que se han ido reproduciendo ciertas ideas. La fuente más lejana, pero que poco a poco va calando entre los jóvenes, es el ámbitos de lo que se conoce como manosfera, esos espacios de internet que han ido creando los hombres que se han sentido atacados por el feminismo. Hombres como los denominados incel (involuntary celibates, célibes involuntarios) u hombres cabreados como también se conoce a parte de estos grupúsculos. Grupos que en algunos casos en Estados Unidos han llegado a atacar a mujeres.
Además de estos espacios de machismo, misoginia y negacionismo de la violencia contra las mujeres, los jóvenes se encuentran con un futuro inmediato bastante complicado. Desde la crisis financiera de 2008 y, después, la recesión y la pandemia de Covid, «ven el futuro con pesimismo y muchos malestares», explica Boneta. El problema se produce cuando los chavales «creen que la culpa de que no se tengan en cuenta sus malestares la tienen las feministas, que ponen en la mesa su agenda y cuestiones que no son tan importantes o que están sobredimensionadas», desde su punto de vista.
En este suma y sigue de elementos que han ido calentando el agua en la que se va cociendo la rana machista del descontento, también hay que sumar el que cierta agenda feminista ha llegado a las instituciones, a ocupar un Ministerio que, según ve un porcentaje más o menos importantes de chicos (y algunas chicas) ha venido a complicar sus relaciones de pareja con su Ley del solo sí es sí. Ven, según explica Boneta, el consentimiento en las relaciones sexuales como un contrato necesario para esquivar la posibilidad de que a alguno le caigan denuncias falsas.
«Hay una falta enorme de comprensión sobre lo que es el consentimiento sexual, como una manera de tener unas relaciones sexuales sanas, seguras y placenteras en las que las partes lo disfruten y haya menos posibilidades de contraer enfermedades de transmisión sexual», explica Boneta. «Habían absorbido la idea de que es necesario un contrato para tener sexo».
¿Qué pasa con la masculinidad?
Hace seis años, y sobre todo en el 8M de 2018, el feminismo tuvo un importante apoyo popular en lo que, sostienen las expertas, se ha convertido en la cuarta ola del feminismo. Algo más de un lustro después, las cosas han cambiado mucho, precisamente, según parece, como una reacción ante este flujo de presión.
La masculinidad hegemónica, esa del hombre tradicional que sostiene a la familia, que no tiene emociones (o las oculta), que piensa que es superior a la mujer y que determinados trabajos (por no decir todos los que se desarrollan fuera de la casa) son cosas de hombres, no vive sus mejores momentos. Pero como explica Boneta y recoge el informe, el machismo, el patriarcado y ciertas formas de desigualdad siguen muy presentes entre los chicos (y entre los hombres).
Pero, como explica la investigadora, los chavales se saben la teoría de memoria, se lo han contado en el colegio y el instituto muchas veces. No escuchan. A esto se suma que no tienen referentes claros sobre masculinidades que no sean tóxicas. «Hablando con personas expertas que intervienen con adolescentes, nos decían que tienen problemas a la hora de tener referentes que se ajusten a masculinidades más igualitarias porque los que encuentran ya no son personas muy jóvenes o son hombres homosexuales con quienes los chavales heterosexuales no se van a sentir identificados porque hay un estigma enorme de ser considerado maricón».
Muchos de ellos ven que el feminismo no tiene nada que ver con ellos, que les señala indistintamente como machistas, violentos o violadores. Y aunque en no pocos casos entienda que es necesaria cierta cantidad de discriminación positiva porque las mujeres lo han tenido (y tienen) más complicado en muchos aspectos, se entienden, de alguna manera, como víctimas.
¿Qué hacemos?
«No caer en lo individual», dice Boneta. «Caemos rápido en culpabilizar conductas individuales, cuando hay cosas que están en nuestra cultura, nuestra forma de ver el mundo, inundada de patriarcado y machismo». La investigadora cree que a estas alturas «o se van a transformar con un taller que se dé en el instituto». Es el momento de «de otros agentes» como podrían ser las «políticas pública que enfrenten malestares legítimos que no tienen solo los hombres sino toda la juventud».
Las posibles soluciones no solo están en que las administraciones públicas mejoren las condiciones de vida de miles de jóvenes que no lo tienen fácil para acceder a ciertos estudios por los precios o al mercado laboral. Cada año miles de chavales se quedan sin poder estudiar por las tasas de FP y la falta de oferta, y por el coste de la universidad. Al mismo tiempo que el paro entre las y los jóvenes siguen en niveles altísimos.
El problema de este posmachismo que se revuelve ante un feminismo mucho más dividido que el de 2018 y que, además, ha llegado a las instituciones, es social y también implica a otras instituciones, más allá de la Administración. «Vemos importante el papel de los medios de comunicación y el uso de la RRSS. Lejos de una mirada tecnófoba», asegura Boneta. Ejemplifica con lo que ha sucedido con portales como Hispavista que fueron cerrados por albergar contenidos que incitaban al odio y a la violencia contra las mujeres, además de ser un espacio en el que se compartían imágenes de mujeres sin su consentimiento. «Hay que hacer mucha presión para que los lugares abiertamente hostiles y violentos» se cierren.
«Nadie les ha enseñado (a los chavales) a hacer cierto uso, a buscar información y analizar la que reciben en un mundo en el que recibimos constantemente mensajes descontextualizados». «El problema es cuando se alimentan de bulos, información falsa e injurias y calumnias. Es información que circula y no puedes controlar».
El problema con los medios de comunicación y las plataformas de redes sociales cuyo algoritmo favorece y alienta la crispación y el enfrentamiento es que el margen de maniobra de gobiernos y personas es limitad. «Al final, no podemos hacer mucho más allá de conseguir que las personas sepan de dónde viene la información que consumen».
Preguntada por lo que puede o no hacer la escuela, el sistema educativo, Nerea Boneta admite que no es experta en la cuestión. Aún así, afirma, «lo veo desde otros temas, como la educación sexual. Al final no puedes dejar en manos de la voluntad de un equipo directivo que unos chavales reciban o no cierta educación o formación que como sociedad consideramos básica para manejarnos en el mundo y tener mejores relaciones con los demás y nosotros mismos»
Luz al final del túnel
La sensación es bastante más agria que dulce cuando se recorren las páginas del informe, así como las de otros que ha publicado la FAD en este sentido. Da la sensación de que lo mucho que se ha recorrido en el discurso de la igualdad o de los derechos sexuales y reproductivos, se está recorriendo en el otro. La polarización política que ha aupado a la extrema derecha en muchos países también ha llegado al feminismo y la juventud. Ellas mantienen su posición frente al machismo, mientras muchos de sus compañeros se radicalizan en un intento de defenderse de lo que creen que son ataques injustificados.
Pero, comenta Boneta, no todo está perdido. Entre otras cosas porque su estudio no habla de prácticas, sino de discursos y estos pueden modificarse. «Los datos no les dicen nada, no conectan, creen que son manipulados, irreales. Y han visto en TikTok a uno contando su experiencia y empatizan mucho más con eso», explica la investigadora. Y es ahí donde puede buscarse una parte de la solución, donde puede hacerse algo.
Durante la realización de los grupos de discusión pudieron observar cómo los discursos variaban al conocer las historias de vida de algunas de las personas participantes. «La experiencia es una forma de conectar con el problema muy fuerte, tanto a favor de las medidas como en contra».
«Uno de ellos (de los chicos) contó que tiene una familiar que había sufrido violencia de género y relató cómo lo habían pasado y eso hizo cambiar la dinámica del grupo; les llevó a defender que en realidad hay medidas que, aunque vayan en contra de los hombres, es importante que se tomen. Vemos que, aunque es complicado, hay desplazamientos en los discursos. Creemos mucho en esos desplazamientos en la adolescencia».
Para la investigadora, una de las cosas positivas del informe, más allá de conocer de dónde salen los discursos portmachistas o banalizadores de la violencia de género, está en descubrir que no son monolíticos, «no hay un argumentario muy elaborado, un hilo conductor». Eso sí, Boneta no se muestra ingenua porque el discurso de muchos jóvenes está a «un salto del negacionismo militante, pero nadie puede decir que a futuro vaya a suceder así, no sabemos qué van a pensar al cabo de un tiempo».
«Vemos que en la etapa de la adolescencia, todavía se puede hablar de muchos temas y hay posibilidad de acercar posturas. Eso para nosotros es la parte más positiva de todo lo que hemos visto en el trabajo de campo. Y lo que intentamos reflejar en el informe», resume la investigadora.