Han pasado tres años desde el aciago final del curso 2019-2020 que nos cambió la vida de tantas maneras. Una de ellas, sin duda, fue el cierre de centros a cualquier agente externo que no fuera estrictamente necesario. Las familias y su participación fueron una de las primeras víctimas en miles y miles de colegios e institutos en todo el país. Algunos de estos lo han notado particularmente.
El CEIP Luis Vives, en la ciudad de Jerez de la Frontera (Cádiz), es uno de ellos. Desde hace casi una década vienen funcionando como una comunidad de aprendizaje. Para quienes no conozcan este proyecto pedagógico y organizativo, la participación de las familias es, simple y llanamente, indispensable para su funcionamiento. De familias en particular, de personas adultas voluntarias, en general.
Una comunidad de aprendizaje se basa, en cierta medida, en convertir el colegio en un lugar en el que toda la comunidad educativa puede y debe participar tanto del funcionamiento (mediante las comisiones mixtas que gestionan diferentes áreas del colegio), como de algunas de las horas de clase (organizadas bajo la premisa de grupos interactivos), o como parte de la formación de las familias en tertulias dialógicas. Todas las personas pueden aprender y todas pueden enseñar podría ser un sucinto resumen.
Eloy Andújar es el director de este colegio de una sola línea que se mueve en la triple frontera entre los barrios de San Mateo, Santiago y Picadueñas. Son lugares, explica este docente, en los que se han ido a juntar la población autóctona de Jerez (San Mateo es el barrio histórico), con familias de etnia gitana (afincadas mayoritariamente en Santiago, el barrio «flamenco» por excelencia) y migrantes, o hijos de migrantes (afincados en Picadueñas, barrio de alquileres bajos).
Más allá de los «milagros» que ha ido consiguiendo el claustros (y la comunidad educativa) en esta década de trabajo como comunidad de aprendizaje (han pasado de tener unos 10 alumnos por aula a 22 o 23), en la que han hecho caer los problemas de convivencia y los partes asociados, han tenido que bregar en los últimos cursos con un problema más complejo, la imposibilidad de dejar que las familias entrasen en las aulas, uno de los pilares de las comunidades.
En los dos últimos cursos han hecho todo lo posible para recuperar a unas familias que, por culpa de la pandemia, se habían tenido que alejar de los pupitres y que, además, se han polarizado mucho tanto en contra como a favor de las restricciones que llegaron para evitar contagios.
Este es el motivo por el que decidieron participar en el PROA+ para poner en marcha diferentes actuaciones que condujeran a restaurar los puentes con las madres y padres que habían dejado de ir al colegio y para tender otros nuevos para las que habían escolarizado a sus criaturas en estos años.
Cuenta Andújar que hace algún tiempo el colegio había desarrollado un proyecto de innovación relacionado con cocina y que esto ya había supuesto la puesta en marcha de un espacio dedicado a ella, así como de un cierto equipamiento necesario. Un espacio agradable, explica el director del Luis Vives que vieron como la posibilidad perfecta para retomar con las familias.
PROA+
El proyecto tenía previsto, desde el principio, ser una herramienta (pagada por la Unión Europea, a través del Ministerio de Educación, para todas las comunidades autónomas) de búsqueda del éxito escolar mediante la inclusión del alumnado y la participación, tanto de las familias como de otros agentes comunitarios. Se trata de dos elementos fundamentales básicos de las comunidades de aprendizaje.
Para hacerlo posible, los centros tenían que elaborar un Plan Estratégico de Mejora (PEM) en el que se realizara un diagnóstico con las debilidades y fortalezas de cada centro. Con estos mimbres básicos, los centros tenían que acudir a la lista de «actividades palancas» previstas por el PROA+ para su financiación, elegir las que más cuadrasen con el diagnóstico.
«Queríamos recuperar a las familias», asegura Andújar. Para ello, tras hacer el PEM y elegir las actividades que querían desarrollar del catálogo, tuvieron que formar una especie de grupo motor del proyecto PROA+ en el que estuviera en equipo directivo, una representación de los diferentes ciclos, del equipo de orientación, del alumnado del tercer ciclo de primaria y, claro, de las familias.
Estas, según explica el director, demandaban espacios de aprendizaje propios; lugares en los que reflexionar con otras personas adultas y, también, un punto en el que se permitiese su participación mayoritaria. Un espacio, además, que no estuviera circunscrito a una temática concreta, que fuera más o menos abierto. De ahí que pensaran en un programa alrededor de la cocina: «En todas las casas se cocina», sentencia Andújar.
Talleres de cocina
La cocina se trata de un elemento unificador, en cuyo uso poco depende de la situación de cada una de las familias y que «permitía, recuerda el director, acercarnos a todas las familias».
La cocina es un espacio agradable en el que se puede, además, hacer un desarrollo más o menos extenso del currículo educativo. La cocina es una práctica que, señala Andújar, «favorece que el centro tenga una seña de identidad». En ella se pueden desarrollar situaciones de aprendizaje que vayan desarrollando competencias y conocimientos curriculares de diferentes materias (se hacen listados, la compra, se hacen cálculos, se toman medidas y pesos…).
Con todos estos ingredientes decidieron realizar un taller de cocina por las tardes enfocado a las familias, además de un proyecto en tres partes a lo largo del curso (cocina vegetariana, en relación con el mundo vegetal; recetas con huevo, para hablar del mundo animal; y una feria gastronómica a final del curso, para tratar la relación entre la humanidad y la naturaleza).
El taller de cocina con las familias lo desarrollaron con la ayuda del diseño de un cocinero profesional. Durante su desarrollo, resume Eloy Andújar, «explicábamos a las familias que estábamos desarrollando las materias con la cocina.
Una vez realizados estos talleres con las familias, estas participaban en los que desarrollaba el alumnado, de manera que se desarrollaba una suerte de formación en cascada, recuerda el director.
Finalmente, se desarrolló la feria, como último de los pasos. En ella se hablaba de alimentos de kilómetro 0, de diferentes formas de cultivo, de alimentación saludable, etc. La idea, en cualquier caso, es que en ella todo el mundo, incluidas las familias, pudiesen disfrutar.
Gracias a todas estas acciones han ido pudiendo recuperar la participación de las familias; «ha sido un año especialmente gratificante», asegura Andújar, que explica que gracias a esta iniciativa también han ido pudiendo atraer a otras a las comisiones mixtas que tenían.
Un alivio, sin duda, para un proyecto que ha tenido que funcionar durante dos cursos «con premisas contrarias al proyecto educativo» basado en la participación casi continua de personas ajenas al centro en un momento, además, en el que las familias, como toda la sociedad, han sufrido una importante polarización entre las que estaban o no de acuerdo con las medidas llevadas a cabo en los centros educativos para evitar los contagios de la Covid-19.
Todo ello, además, con la presión desde la administración educativa para que se vigilase el absentismo escolar durante aquellos cursos. Presión hacia los equipos directivos que la han ejercido, a su vez y de manera delegadas, sobre las familias que, en cualquier caso, emitían sus quejas contra el «mensajero», es decir, el centro educativo.
Recursos
Eloy Andújar está contento por la participación en el PROA+ porque, por una parte, han conseguido el objetivo que se habían fijado de recuperar la participación de las familias en el centro educativo, gracias en buena medida, comenta, «a tener un diálogo más amable».
Pero también porque el proyecto ha supuesto, durante dos cursos, una más que importante entrada de recursos económicos, también personales, que han aliviado enormemente al centro. Comenta este director que su presupuesto para funcionamiento es de 6.000 euros. Han participado durante dos cursos en el PROA+; el segundo, la cuantía económica que han obtenido ha sido de 7.000 euros, algo menos de la mitad de la que recibieron el primer curso. Es decir, estos dos años de proyecto han supuesto una inyección que ha más que triplicado su presupuesto para un solo curso.
A esto hay que unir que han tenido un docente más apoyando al claustro. En su clase se han decantado por un AL que ha desarrollado una importante labor de alfabetización y acceso a la lectoescritura en el paso desde educación infantil y primer ciclo de primaria. Eso en un centro en el que el 30 % de la matrícula no tiene el castellano como lengua propia y un gran número de niñas y niños procedentes del norte de África y de Ucrania. De esta manera podrán mejorar la experiencia educativa de su alumnado en los cursos superiores de la educación primaria. Gracias a la incorporación de este profesional han podido derivar a su PT a otras labores diferentes.
Como buena comunidad de aprendizaje con una década de experiencia, en cualquier caso, llevan tiempo vadeando con los problemas lingüísticos con más imaginación que recursos. Por ejemplo, una madre de origen ucraniano ha impartido clases de español para familias migrantes (sobre todo de su país o árabes), al igual que algún alumno del país eslavo ha ayudado a otros compañeros recién llegados con las clases.
Un esfuerzo que da y ha dado sus frutos, más allá del PROA+. Andújar habla sin falsa modestia y satisfecho de cómo han aumentado la matrícula en unos años en los que la falta de natalidad tira hacia abajo en los centros públicos. También de cómo el 20 % de su alumnado accede a la universidad en un contexto en el que el 65 % de las familias del centro tienen graves dificultades socioeconómicas lo que quiere decir que dos tercios del centro están conectados con servicios sociales y reciben algún tipo de ayuda para subsistir. «Es una losa muy grande» para su alumnado, explica Andújar. «Lo básico es por lo que luchas estas familias», cierra.
Además, el Luis Vives aporta un tercio de la matrícula que recibe su instituto de referencia que, a su vez, ha dado tres matrículas de honor sendos estudiantes de bachillerato. Dos de ellos, antiguos alumnos de esta pequeña comunidad de aprendizaje.