Las prácticas sexuales son tendencia, actualidad informativa y negocio publicitario. No sólo ocupan un porcentaje enorme de tiempos y espacios a la vista de cualquiera, de cualquier edad y condición, origen, lengua, nivel cultural e incluso religión. Desde la infancia una enorme mayoría de criaturas ven, oyen y perciben prácticas sexuales por doquier -sobre todo a través de sistemas de comunicación- , sin haber alcanzado aún la mínima e imprescindible capacidad para su comprensión y discernimiento.
En la edad infantil temprana, se les explica uniendo esas prácticas sexuales a cariño, amor, etc… Normalmente las imágenes no son tan explícitas como para darse cuenta de que existe un acoplamiento genital, según los órganos y los orificios que existen para ello.
En la actualidad, más pronto que tarde y, en virtud de la cercanía y posesión generalizada de dispositivos electrónicos a su alcance y del aprendizaje entre iguales, empiezan a copiar de colegas -con una pedagogía de gramática parda- el facilísimo y gratuito acceso a innumerables vídeos y páginas de pornografía. También hoy en día este es un nuevo rito de paso: de la infancia a la pubertad y adolescencia. Es una tema de conversación y ocasión para poner a prueba la imaginación excitante sexual a partir de escenas, movimientos e imágenes no tangibles, pero con apariencia de muy reales. Poco a poco esto se convierte en un hábito, más o menos frecuente, pero un hábito y una adicción.
Como casi todo en la actualidad, se trata de conseguir poblaciones diana: muchas personas adictas para generar modas y campos culturales, lenguajes, estéticas y negocios que puedan normalizar en positivo determinadas prácticas que, o eran minoritarias y casi desconocidas o, incluso eran rechazadas por las mayorías, por peligrosas, perjudiciales, repulsivas, feas, desfavorables, desagradables, dolorosas, groseras, de mal gusto, erróneas, pero que hoy representan grandes negocios. Tenemos muchos ejemplos de ello: prácticas sexuales sadomasoquistas, piercings, tatuajes, cirugías genitales, operaciones y amputaciones voluntarias para aumentar, disminuir, eliminar o transformar partes del cuerpo, etc… y también la pornografía ha entrado en esas categorías.
La enorme carencia de educación sexual en las poblaciones jóvenes de países no autoritarios culturalmente, ha dejado un hueco muy molesto que no ha venido a sustituir a la represión, demonización y ocultamiento seculares que las prácticas sexuales tuvieron y tienen aún. Buenos y múltiples ejemplos de ello tenemos en la ficción literaria o cinematográfica. A falta de información, formación y educación para una sexualidad elegida, sana y satisfactoria, viene a entronizarse de manera generalizada, bajo manga y de forma muy rápida, este sucedáneo -llamado porno- de intercambios sexuales filmados y mostrados de forma non stop, a través de dispositivos electrónicos non stop. Y, ¿dónde queda aquello de que es cuestión de amor, cariño y respeto? ¿dónde y cómo se ha dado el salto?
Para la gente más joven y pequeña todo un descubrimiento: ¡por fin pueden observar y empaparse de qué es eso que se hace para obtener placer sexual y que está por doquier representado, pero que no se ve nunca al natural! A este público se le embauca fácilmente y es vehículo de expansión rápida por mimetismo de modas, maneras y gestos que nunca antes habían visto al natural.
Volviendo a la pornografía: si yo veo en pantallas y en distintas modalidades lo divertido que es penetrar por cualquier orificio a cualquiera, sin tregua, mediante objeto duro o un miembro erecto fuerte que resiste durante un tiempo prolongado y que la persona receptora de esa penetración muestra su aquiescencia y gesticula de forma placentera, incluso ante acciones repulsivas, ya tengo modelos de actuación. El «disfrutar» sexualmente en la pantalla con acciones asquerosas, derramando o tragando orines, heces o semen son modelos morbosos, que pueden provocar reacciones mentales enfermizas, frustraciones y sufrimientos evitables. La ignorancia y la curiosidad se van alimentando. Y ya se sabe que somos lo que comemos.
La gente muy joven y no iniciada se traga todo esto como real y se queda en disposición de intentar repetir lo que ve. Pero aquí entra el sexismo y el machismo aderezados de misoginia: en la mayor parte de estas películas son hombres los que inician e imponen el juego sexual. Otros hombres pueden percibir licencia y libertad abusiva para hacer lo mismo en su vida real de relaciones sexuales. Las mujeres contemplan cómo las actrices porno ríen, gritan o se retuercen y piensan que es de placer y felicidad. Así es que si yo practico una violación o violentación sexual, será divertida la experiencia. Si lo hago acompañado de colegas, mejor que mejor.
Así llegamos a las ceremonias iniciáticas de «primera vez». Lo raro es que en ellas hubiera respeto, consideración y empatía, porque se ha instalado como inevitable la violencia sexual como máquina de placer.
Todo esto tiene y tendrá remedio con una adecuada educación sexual cíclica y progresiva desde la primera infancia, sin sesgos sexistas ni supremacistas. Pero para ello hace falta una legión o dos de profesionales docentes con conocimientos y actitud para ello. Hay que invertir dinero público y generalizar esta forma científica y afectiva de enseñar a quien no sabe, lo mismo que no sabe de otras muchas materias.
A pesar de los escándalos que surgen con bastante frecuencia y que producen aspavientos y lamentaciones en las tertulias de café.
¿Estamos en disposición de apostar fuertemente para que la educación sexual se generalice y deje de ser una cuestión «muy delicada» y opinable? ¿Tenemos la mínima intención de presionar para que se intervenga con leyes, inspecciones, normas y personal especializado para conseguir capar (disminuir o cercenar algo) el acceso libre, continuo, gratuito y sin condiciones a través de internet?