Cinco desafíos en medio de la deshumanización
El mismo día que Inglaterra implementaba la prohibición de los teléfonos inteligentes en la escuela, recibía un premio sobre salud mental digital en una jornada de «Pantallas Amigas», mientras los medios reproducían los enfrentamientos escolares sobre el tema. La mayoría de los adultos (también docentes) exigía leyes para «proteger» a los menores y sanciones para poner orden en el caos. A pesar de la sincronía, me resistía (a pesar de los periodistas) a entrar de nuevo en falsos debates llenos de ruidos y alarmas y escasamente útiles.
Sin embargo, he caído en la tentación de hacerlo con este artículo, básicamente por una razón: la percepción del totum revolutum con lo que se considera un complejo reto educativo, definido por el mercado y un conjunto de poderosas herramientas de dominio social. Todo ignorando una realidad incuestionable: vivimos (nosotros y los niños y adolescentes) en un mundo digital que nunca volverá a ser analógico. Escribo porque me desespera ver, también en este tema, cómo estamos inmersos de nuevo en la confusión simplificadora.
Abordaré, sin embargo, solo una pequeña parte de lo que implica en la escuela adolescente la regulación de un artefacto provisional (mañana será otro) que llamamos móvil y lo hago con una advertencia: no se pueden hacer trampas mezclando, por ejemplo, argumentos neuronales con la disciplina o el inmovilismo pedagógico con la distracción de las pantallas. No podemos simplificar lo que es complejo (en la educación todo lo es) y usar alarmas de un territorio en otro. Además, todo este intento de reflexión por mi parte se produce mientras preparo un texto sobre «Humanismo en tiempos digitales». Una propuesta que parte de la siguiente tesis: las tecnologías digitales no deshumanizan; ya estamos deshumanizados y estas tecnologías, si queremos, nos lo recuerdan, pero lo que sucede es que nos deshumanizan más.
Si queremos hablar del móvil y la escuela secundaria no podemos mezclar, al menos, cinco retos educativos (de diferente volumen y entidad).
La dimensión digital de los conflictos adolescentes
Dado que se trata de adolescentes, el primer territorio del debate es el de los conflictos. Algunas escuelas prohíben los dispositivos para no complicarse la vida. Algunas familias quieren normas para no tener que discutir en casa con su adolescente.
Las tecnologías digitales no deshumanizan; ya estamos deshumanizados y estas tecnologías, si queremos, nos lo recuerdan
Comenzar a usar el dispositivo es introducir una nueva fuente de confrontación en su relación con las personas adultas. Lo que en clase es que deje de jugar con el móvil y esté atento, en casa es lograr que deje lo que está haciendo y venga a cenar. Pero nada de esto significa que se deba gestionar de manera diferente a otros conflictos: contar con su inevitable oposición (viene de los adultos y debemos entender que no hace falta pelear por todo); saber que tener más normas es tener más conflictos; tener presente que no sirve cualquier respuesta. Sí, cansa, pero hay que recordar que la disciplina está para interiorizar valores (no para vivir con tranquilidad), que no tenemos más remedio que discutir y pactar también los móviles y que las respuestas deben responsabilizarlos.
No tener conflictos no es un argumento para no gestionar normas que ayuden a aprender a gestionar su relación (individual y de grupo) con los móviles. Como repetimos desde hace años en el mundo de las drogas, no podemos ampliar artificialmente el frente de conflictos (poner un motivo más de confrontación no racionalizada) con lo que deben aprender a gestionar. La regulación del móvil en la escuela indica, en primer lugar, la capacidad y habilidad de los equipos para gestionar la vida escolar.
Tener tiempos analógicos
Segundo reto educativo que también se utiliza, sesgadamente, para prohibir: ya están bastante conectados y es bueno que en la escuela desconecten. El valor de fondo es que uno de los retos de humanización actual es poder vivir tiempos regulados por diferentes lógicas y que no todos estén determinados por el universo digital. Es lo que hacemos, por ejemplo, cuando nos vamos con ellos de colonias, de salida larga, y pactamos que no hacen falta los móviles (aunque el de un adulto tendrá que llevar la lista consensuada de música de Spotify).
Es razonable que la escuela quiera educar en el descubrimiento y la gestión de tiempos diversos. De hecho, es lo que ya hace: ayudar a descubrir otros universos diferentes al de su entorno próximo. Lo que no debería hacer es convertirse en un tiempo totalmente diferente y opuesto al suyo. La escuela gestiona (educa para su uso) tiempos diversos, con dosis diversas de digitalidad, pero como conecta el saber con su vida, también lo conecta con su vida digital.
No es buena escuela la que todo lo hace de manera digital. Es mala escuela la que quiere prescindir del universo digital del alumnado. Este reto, además, debe gestionarse considerando el resto de tiempos de su vida, la que pasa entre las paredes de la escuela, las de casa, las «calles» diversas de su barrio y la inmersión en los diferentes recorridos virtuales. No podemos hacer con los tiempos digitales lo que hemos hecho con la jornada compactada: educar enseñando al margen de lo que aprenden y evolucionan en los otros tiempos, influenciados por las familias, otros profesionales o otras fuentes de información.
La didáctica del papel y lápiz
Más amplio y complejo es el tercer reto: la didáctica, las metodologías de aprendizaje, las formas de acceso al conocimiento y el mundo digital. Es una parte muy significativa del meollo del tema. Solo lo menciono, tratando de no volver a las mezclas y simplificaciones. Considero que es bastante obvio que las mejores didácticas y metodologías de aprendizaje funcionan digitalmente en alguna parte de su secuencia. El universo de recursos digitales ya es infinito y el problema es saber qué existe, saber cómo usarlo, saber cómo conectarlo con las formas adolescentes de aprender.
El embrollo de los móviles no es más que la punta del iceberg de la complejidad de ser profesor o profesora en el mundo actual. Transmitir conocimiento ya es transmitir ganas de descubrir dónde está ese conocimiento y tener ganas de aprenderlo. La cuestión de los móviles en la escuela indica fundamentalmente la actitud dominante de padres, madres y profesorado hacia cómo se educa, se enseña y se aprende hoy.
El universo de recursos digitales ya es infinito y el problema radica en saber que existe, saber cómo utilizarlo, saber cómo conectarlo con las formas adolescentes de aprender
Luego viene esa curiosa disquisición entre ordenador y móvil para excluir el segundo del aula. Más allá de que a menudo su smartphone es más potente que la computadora escolar, la reflexión es para qué vale la pena usar una máquina u otra (sin olvidar las desigualdades de recursos, también digitales, que existen en el aula). Parece obvio que si usas una «historia» de Instagram para construir relatos, no vale la computadora; tampoco si buscas cierta creatividad o construir una red cooperativa, o descubrir por dónde van sus vidas, o… Además, una parte significativa de la educación digital es lograr que el móvil sirva para algo más que para las relaciones adolescentes. La lógica nos dice que deben usar los diferentes dispositivos para todo tipo de actividades. El móvil también es y debe ser para aprender.
Competentes para vivir en este mundo
El siguiente desafío se sitúa en torno al debate sobre las competencias y, específicamente, sobre las «competencias digitales». Podemos estar de acuerdo en que los adolescentes deben dominar en la escuela las competencias que les permitan ser personas, en relación con otras, en una sociedad compleja y cambiante que, además, es estructuralmente digital. Entre las antiguas clases de informática y el hecho de saber aprender en clave digital han pasado muchos años. Sin embargo, la escuela no puede limitarse a ayudar al adolescente a dominar el manual de instrucciones de este mundo. Además, como debe ser, si se le permite, compensadora de desigualdades, no puede permitir que una parte de su alumnado salga de ella sin la capacidad de comprender el mundo cambiante y saber descubrir la vida que le importa. Y todo esto tiene lógica digital.
La persona que educamos en la escuela es y tendrá que ser una persona digital
No estamos hablando de «filminas», de dispositivos, de aplicaciones para mantener la atención, ni de habilidades para encontrar trabajo. Estamos considerando las formas de acceder a la información, las formas de argumentar, las formas de memorizar, las formas de organizar el conocimiento, la capacidad de aplicar lo aprendido a una situación vital, los recorridos de la construcción personal, etc. Y, también, del dominio de habilidades y conocimientos específicos del mundo digital del cual, incluso para sobrevivir, no pueden quedar al margen. En términos escolares, esto significa decidir de qué formas digitales se educa para ser personas competentes también digitalmente. No, no quiero colocar esta «educación» entre las responsabilidades de la escuela. Solo considerar que la persona que educamos en la escuela es y deberá ser una persona digital y habrá que debatir cómo se hace en contextos diferentes.
Excusas para no ocuparnos de lo que es importante
El último desafío es un enorme rompecabezas de desafíos: cómo llegar a ser y no dejar de ser seres humanos en el mundo digital. Espero llegar a escribir un texto más extenso sobre esta cuestión. Por ahora, solo serán unas pinceladas. Como decía al inicio, todos los problemas de los cuales, supuestamente, son culpables los móviles son problemas de humanización que no queremos ver y de los que culpamos a los móviles y que se vuelven más complejos cuando el mundo digital está de por medio.
Es fácil hablar de adicción a las pantallas para no ocuparnos de ayudar a descubrir lo que hay detrás de las pantallas. No educamos para dudar y quedan atrapados por la luz de los bits, u olvidamos educar para descubrir quién define la felicidad o para descubrir el mundo interior o… Es interesante escuchar nuestros argumentos sobre la malignidad de las redes para no considerar qué significa hoy vivir en comunidad, qué le aportan a un adolescente, que vive en función de los demás, las conexiones virtuales en una sociedad de individuos egoístas y aislados. ¿Cómo se aprende a vivir juntos? ¿Es un problema que sigan a los youtubers? ¿No será que no les proponemos modelos de vida o que estos no tienen ningún atractivo?
Hacemos y haremos multiplicidad de «protocolos» para tranquilizarnos, por ejemplo, sobre el «ciberacoso» pero somos incapaces de pensar seriamente cómo se construye la convivencia. Todos los acosos tienen un universo previo, vacío, sin educación: no aceptar que el otro tiene el mismo derecho que yo a ser feliz, no querer descubrir cómo se siente con el daño infringido. Una escuela segregada y segregadora en un mundo de desigualdades no puede dedicar sus esfuerzos al ciberacoso sino a la humanización de la convivencia. Queda muy bien alarmarse por el acceso al porno y no querer considerar que descubren en soledad la sexualidad y que la gestión de los deseos es tan solo una cuestión de series… La lista de deshumanizaciones, que se pueden agravar, pero que no podemos obviar, es muy larga.
Queda, sin embargo, la gran pregunta: ¿Dónde y cómo nos humanizamos para no ser el resultado de un universo digital que no pretende humanizar sino obtener beneficios? ¿Puede la escuela secundaria obviar la realidad? ¿Pueden padres y madres pensar solo en el control? ¿Pueden los poderes públicos mantener el debate alrededor de las restricciones adolescentes y no del control de las grandes compañías de estos universos? El debate no es el control de los móviles, sino el de construir educación y escuela en los tiempos digitales.