El pasado 10 de octubre fue el día internacional de la salud mental; así, durante todo el día e incluso toda la semana, los medios de comunicación se llenaron de cifras en relación a la situación compleja y dramática que vivimos en cuanto a la salud mental del conjunto de la población.
Se puso especial énfasis en la salud de los y las jóvenes, teniendo en cuenta los datos actuales, que muestran el creciente malestar emocional en distintas formas; ansiedad, depresión, trastornos de la conducta alimentaria, adicción a las pantallas, conductas autolíticas, entre otras.
Lo cierto es que, desde la pandemia, ha habido un cambio de paradigma que ha hecho aflorar la situación de la salud mental, poniendo en evidencia y apuntalando la idea de que la salud mental es también salud. Así pues, parece que por fin hemos entendido que ésta no puede ser la eterna olvidada de la salud, que debe visibilizarse. Por eso es necesario que las diferentes administraciones dediquen recursos para poder, por un lado, hacer frente al creciente malestar emocional existente, y por otro, detectar y prevenir el aumento de estas cifras. Cifras que es importante recordar que son personas, sufrimiento y dolor. Mucho dolor.
Sin embargo, escuchando las tertulias en los diferentes medios de comunicación, eché de menos análisis más complejos de la realidad. Análisis que puedan explicarnos por qué nos encontramos en esta situación; cuáles son las causas estructurales y materiales que están generando una situación tan preocupante en lo que se refiere a algo tan básico, importante e imprescindible como es nuestra salud mental. Y al mismo tiempo que echaba de menos estos análisis, faltaban también propuestas que fueran más allá de aumentar los profesionales de la salud -es evidente que necesitamos más psicólogos en el sistema público, que listas de espera de dos meses para ser atendido en el sistema sanitario en materia de salud mental es una vergüenza desde cualquier punto de vista, del paciente, del profesional etc.-, pero necesitamos respuestas que sean sistémicas. Respuestas que aborden los pilares de la situación en la que nos encontramos actualmente y que están agudizando el conjunto de problemáticas sociales que correlacionan directamente con nuestra salud. Sólo aplicando y llevando estos análisis hasta el final empezaremos a encontrar la estrategia y la mirada necesaria para empezar a contener la realidad actual en esta materia.
Y es que las cifras, en cuanto a la situación de la salud mental, son sólo la punta del iceberg de un sistema económico y social que destruye la capacidad de poder vivir dignamente a una mayoría importante de la sociedad. ¿Por qué? Porque aunque sabemos que todos y todas, independientemente de la clase social, de nuestro género, orientación sexual y procedencia podemos sufrir un trastorno mental, también sabemos que no llegar a fin de mes, ser mujer, pertenecer a un colectivo discriminado o vulnerable es un factor de riesgo para sufrir un trastorno mental y al mismo tiempo también un factor que condicionará absolutamente nuestra recuperación.
Así pues, no podemos hablar de salud mental sin hablar de todas las discriminaciones, de todas las situaciones generadas por unos pocos que condicionan a la mayoría de la sociedad; es necesario que señalemos pues las causas; ¿qué es lo que provoca un estrés constante en nuestro sistema nervioso que facilita que a medio o largo plazo podamos tener una depresión? ¿Qué es lo que nos genera ansiedad todos los días cuando llegamos a casa? ¿Qué es lo que nos empuja a tener conductas hipervigilantes con lo que comemos o con lo que vestimos, o con lo que pensarán? ¿Qué es lo que me genera rabia todos los días cuando vuelvo a trabajar? ¿De dónde viene la frustración y agotamiento que siento cuando, un día más, el teléfono no suena para ofrecer un trabajo? Las respuestas a estas preguntas son la clave para saber cuál es la pata imprescindible para abordar la situación actual.
De esta forma, el trabajo de los psicólogos, educadores, trabajadores sociales y psiquiatras queda absolutamente cojo sin recursos materiales, cambios estructurales en el funcionamiento del sistema para poder dar respuesta a las personas que se encuentran en situación de fragilidad y que necesitan un tratamiento y un acompañamiento. Faltan recursos para poder realizar acompañamientos psicosociales y que realmente puedan hacer desaparecer (¿menguar? ¿disminuir?) el estrés que día a día estropea la estructura psicológica, emocional y física de las personas que atendemos. Porqué si tú quieres, no puedes. Porque nos han vendido estas ideas neoliberales y estos valores que responden a una lógica individual que no son ciertos y que es necesario que por todos los medios señalemos. Debemos tener presente que estos mensajes van absolutamente en contra de cualquier estudio científico en materia de salud mental. Estos son mensajes que quieren responsabilizarnos de todo lo que nos pasa, dejando a un lado todos los sistemas -económico, social y de valores- que sostienen un modelo actual que nos está asfixiando cada día más. De hecho, lo que sí sabemos es que sentirnos parte de un colectivo, pertenecer a una comunidad, es un factor protector de nuestra salud mental así como reparador en los procesos de recuperación. Y aquí es donde debemos poner el foco también: hace falta construir comunidad.
Finalmente, una vez hayamos situado el debate y las causas donde tocan, necesitaremos revisar qué herramientas y qué estrategias podemos adquirir como personas que puedan ayudarnos a abordar los diferentes conflictos que genera el hecho de vivir. Aquellas herramientas que nos ayuden a nosotros mismos a poder ser conscientes de lo que sentimos, de por qué, de qué hacemos con las emociones, de cómo actuamos ante los diferentes embates y de cómo nos relacionamos con las personas de nuestro entorno. Nos podremos preguntar también si estamos priorizando o no nuestra red y nuestra comunidad. Podremos, en definitiva, empezar a construir una nueva forma de estar en el mundo que lo haga más vivible y sostenible emocionalmente. De momento, nos queda un largo camino por recorrer.