Josefa Celda, Pepica para sus amigos y familiares, obtuvo en 2011 una subvención económica que otorgaba el Ministerio de la Presidencia para financiar las exhumaciones de las víctimas de la Guerra Civil de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica, que había aprobado el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en 2007. Fue, prácticamente, de las últimas ayudas concedidas, puesto que el ejecutivo estaba ya en funciones, a la espera que cuatro meses después hubiera las elecciones generales. El nuevo presidente, Mariano Rajoy, había prometido en la campaña electoral «Ni un euro público más para las fosas de la guerra». Y esta promesa, a diferencia de otras, sí que la cumplió.
Este comentario de Rajoy aparece también en la película Madres paralelas (2021), con guion y dirección de Pedro Almodóvar, en la que la protagonista también quiere exhumar la fosa en la que presumiblemente está enterrado su bisabuelo, y poder cumplir la voluntad de su madre y de su abuela, ya fallecidas. Interpretada por la actriz Penélope Cruz, ya en la cuarentena, encarna perfectamente el perfil de varias generaciones, en algunos casos ya perdidas, de recuperar la memoria histórica y dignificar a sus familiares desaparecidos, otorgándoles la ceremonia fúnebre pertinente. La coprotagonista de la película, la actriz Milena Smit, de apenas veinte años, escenifica a una generación a la que la guerra y la dictadura le resulta lejana y ajena y, en cierta manera, desconocida. «Estás obsesionada con la fosa. Hay que mirar al futuro, lo otro solo sirve para abrir viejas heridas», exclama la joven.
Esta diferencia de criterio, suscitada en parte por la diferencia etaria, provocó una respuesta contundente del personaje interpretado por Cruz: «Ya es hora de que te enteres en qué país vives. Parece que nadie te ha explicado la verdad sobre nuestro país. Hay más de 100.000 desaparecidos, enterrados por ahí, en cunetas y cerca de cementerios. A sus nietos y bisnietos les gustaría poder desenterrar los restos de sus familiares para poder darles una sepultura digna porque se lo prometieron a sus madres y sus abuelas. Y hasta que no hagamos eso la guerra no habrá terminado. Tú eres demasiado joven, pero ya es hora de que sepas dónde estaba tu padre y su familia durante esa guerra. Te hará bien saberlo para decidir dónde quieres estar tú». La película acababa con una imagen multitudinaria que simbolizaba a las que habían sido las verdaderas heroínas durante todo este tiempo: las madres, las viudas y las hijas huérfanas que lucharon durante años por mantener la familia, a pesar de todos los varapalos del régimen.
Y Pepica es una de esas heroínas anónimas, que ahora tienen nombre y voz en la novela gráfica El abismo del olvido (2023), publicado por Astiberri Ediciones, con dibujo de Paco Roca, que escribe el guion junto al periodista Rodrigo Terrasa, que es quien propuso la idea en primera instancia, que conocía la trayectoria de Roca, con obras especialmente dedicadas a la memoria histórica. La capacidad narrativa de Paco Roca permite adentrar al lector en la historia real del proceso de exhumación de la fosa 126 de Paterna, explicando de forma didáctica aspectos técnicos y las situaciones provocadas por las diferentes opiniones, con el ánimo de comprender las posturas controvertidas en lo que hace referencia a las exhumaciones de las fosas franquistas. Los autores, a su vez, reinterpretan las escenas de los represaliados, acontecimientos que nos han llegado a través de la memoria de los familiares y, en muchos casos, por sus descendientes directos, todos ellos de edad avanzada.
El abismo del olvido cumple con una labor extraordinariamente pedagógica, puesto que nos permite acompañar a los arqueólogos en su trabajo de exhumación, conociendo los detalles de sus métodos, de su proceder y, con ello, de las características de las fosas y, por ende, de lo que se puede llegar a encontrar. Gracias a ello descubrimos que existen más de cien mil desaparecidos todavía en España, todos del bando republicano, puesto que el bando franquista sí que se preocupó de recuperar a sus muertos una vez acabada la contienda. Y sabemos, también, que ya se está llegando tarde a muchas exhumaciones debido al paso del tiempo y la dificultad de que queden restos o de que se puedan identificar claramente los huesos. De hecho, muchos de los fusilados eran jóvenes sin descendencia, lo que dificulta aún más poder encontrar a un familiar directo.
También comprenderemos que muchas fosas serán imposibles de recuperar debido a que se han realizado carreteras o edificaciones encima, imposibilitando el acceso a ellas o destruyendo los yacimientos, directamente. El caso de Paterna es singular. En sus fosas se encontraban más de 2000 fusilados, de hecho la llamaban «el paredón de España», puesto que traían reclusos de otros territorios, teniendo en cuenta que Paterna era un pueblo pequeño pero bien comunicado, cercano a Valencia, con un cuartel que estaba junto al cementerio, lo que lo convertía en un lugar apartado y discreto para fusilar. En primera instancia, eran jóvenes de reemplazo los encargados de realizar las ejecuciones, su falta de pericia hacía que prácticamente todos los fusilados fallecieran por el tiro de gracia, lo que llevo al régimen a proponer a la Guardia Civil para realizar los fusilamientos. En el caso del padre de Pepica, José Celda, fusilado el 14 de septiembre de 1940, supuestamente en tiempo de paz, como afirmó Franco en su momento. El fatal desenlace se produjo tres meses antes de que le llegara a la familia el indulto, concedido al tener en cuenta que el juicio no cumplió con ninguna garantía, sin tener en cuenta las pruebas presentadas y las declaraciones de los condenados. Hoy en día, esas sentencias continúan igual, sin que nadie se haya preocupado por restituir legalmente la memoria de los injustamente condenados y asesinados.
No es la única sorpresa que descubriremos en la lectura de la novela gráfica. Acompañaremos a Pepica por todas las barreras burocráticas que la propia administración genera. Por ejemplo, la anciana tuvo que crear una empresa para poder optar a las ayudas y, una vez concedida, es esa empresa (Pepica, en definitiva) quién se tiene que hacer cargo de todo el proceso de la exhumación, de contratar a los diferentes proveedores, pagar los gastos y justificar las subvenciones recibidas. Y, todo ello, con el propio ayuntamiento poniendo todas las barreras inimaginables a lo largo de dos años (como la pérdida sospechosa de las solicitudes presentadas o dar permiso para un corto período de tiempo en el que poder realizar el trabajo, una vez obligados a dar la autorización). El aspecto más surrealista fue cuando Pepica recibió una notificación oficial, indicándole que lo que se encontrase en la fosa sería propiedad del estado y debería de exponerse en un Museo de Arqueología. Cuarenta años después de la llegada de la democracia, el estado no sabía ni cómo gestionar los restos humanos de una fosa, esa era la realidad y el nivel.
La entrevista que Rodrigo Terrasa realizó a Pepica Celda en 2013 sirvió para conocer de primera mano todos estos detalles y la semilla de la posterior novela gráfica, diez años después. El desenlace para Pepica fue el esperado gracias a que la familia sabía exactamente donde se encontraba el cadáver, en qué posición y quiénes eran los doce cuerpos de la saca. El descubrimiento de una docena de pequeños botellines con el nombre del difunto en su interior alertó al periodista de la historia del enterrador, Leoncio Badía Navarro, fallecido en 1987 a los ochenta y dos años. Su hija María, explicó la historia de su padre, un «rojo condenado», finalmente indultado y que el alcalde propuso como enterrador después de que nadie lo quisiese contratar. «Así podrás enterrar a los tuyos», le dijo. Gracias a su anónima labor durante dos años antes de que le descubrieran, intentó dignificar el enterramiento de los fusilados, y ayudó en lo que pudo a las mujeres que querían despedirse de sus seres queridos. También ayudó a que fuera fácil reconocerlos en un futuro. Tuvieron que pasar más de cuarenta años de democracia para reconocer la labor de Leoncio, que ahora queda inmortalizada con el trazo de Paco Roca, que ha dedicado dos años de su vida al desarrollo de la novela gráfica, con la carga mental que supone estar trabajando en un tema tan exigente emocionalmente.
El dibujante muestra la impunidad con la que actuaban los militares, a plena luz de un radiante día soleado, representando incluso el caso real de un recluta que fue fusilado al negarse a disparar al reconocer a un amigo suyo en el pelotón a fusilar. La voluntad de los autores es respetuosa con las dos posturas suscitadas, a favor y en contra de las exhumaciones. De hecho, Pepica tuvo en contra, inicialmente, al resto de familiares de las víctimas, preocupados por destruir pruebas o por miedo a posibles represalias. El mismo miedo con el que han vivido los familiares durante los cuarenta años del franquismo, ansioso de revancha, una revancha que ahora se utiliza como argumento precisamente por los que la ejercitaron en su momento.
Mariano Rajoy dimitió al frente del Partido Popular en 2018. Su sucesor, Pablo Casado, de tan solo treinta y siete años en ese instante, había realizado unas desafortunadas declaraciones en un mitin de 2008, donde exclamó: «¡Si es que en pleno siglo XXI no puede estar de moda ser de izquierdas, pero si son unos carcas! Están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién, con la memoria histórica». Este mezquino comentario no tuvo repercusión alguna en su carrera, a pesar de que en cualquier país con democracia plena le hubiera costado el cargo; eso sí, en 2022 tuvo que pasar a un segundo plano en política por otro peculiar motivo. Antes, el 4 de noviembre de 2013, el portavoz adjunto en el congreso del Partido Popular, Rafael Hernando, afirmaba en un programa de televisión del canal 13tv que “Los familiares de las víctimas del franquismo sólo se acuerdan de ellos cuando hay subvenciones”, también sin ninguna consecuencia hasta la fecha a pesar de lo ruin del comentario. Para personas que piensen de esta manera, les recomiendo la lectura de El abismo del olvido, entenderán la nobleza de los familiares al pedir un funeral digno, y entenderán la importancia de la recuperación de la memoria histórica para las generaciones venideras.