“Muchas veces recibía comentarios por el hecho de ser asiático descendiente que me hacían sentir mal, porque me llamaban ‘chinita’ o cosas así despectivas, en diminutivo detrás, que iban con mala intención. Y la gente me decía ‘pero es que es lo que eres’. Ya, pero es que detrás de este comentario, hay algo más. No es solo la palabra, el significado literal, sino lo que hay detrás”.
Habla Leyao Robira, que ha participado en la cápsula audiovisual ‘Hablemos de racismo en las escuelas’ para exponer la perspectiva antirracista, junto con cuatro alumnos más que han relatado en primera persona algunos de los episodios que han vivido repetidamente en la infancia y la adolescencia dentro del centro educativo. Se trata de una iniciativa del Centro de Recursos en Derechos Humanos del Ayuntamiento de Barcelona presentada este mes de enero en el marco de las acciones estratégicas dirigidas al ámbito educativo y llevadas a cabo a través de la Medida de Gobierno «Por una Barcelona Antirracista 2022-2025«.
Leyao Robira pensó que si le afectaban los comentarios y las bromas, o el hecho de que otros alumnos imitaran la forma de sus ojos delante de ella, quizás era porque era sensible. “Pero me afectaba”, asegura, como también le perjudicaba el hecho de que el profesorado dijera que “eran cosas de niños”. “Los profesores cerraban los ojos”, lamenta. “Me habría gustado que hubieran dicho qué es el racismo y que dieran herramientas”.
Narcís Pera recuerda que le preguntaban por qué se llamaba Narcís y no Moussa o Malik, por ejemplo, si era negro: “He dicho mil veces que he nacido aquí, que mi madre es de Senegal y no es musulmana”.
El video distingue entre el racismo social, que se puede dar entre compañeros y compañeras, y el racismo institucional, que también representa una posición de poder, sea la escuela, el gobierno, la policía o la legislación.
Lua Kamussengue indica que durante la ESO había tres chicas negras y, muy a menudo, el profesorado olvidaba sus nombres o las confundían. Aster Etaguase destaca también que se sentía sometida a comparaciones y rivalidades sobre quién escuchaba más rap o jugaba mejor a baloncesto, un hecho del cual también habla Quique Manso Lemkow: “Esperaban que fuéramos los más rápidos”.
Uno de los episodios más molestos tuvo lugar cuando el hermano de la Lua habló castellano en clase de catalán y el profesor le dijo que no aprendería nunca catalán y que no quería un alumno como él en clase. Lua y su hermano se dirigieron al jefe de estudios para denunciar esta situación de racismo, pero este lo negó y se puso a favor del docente. Cuando Lua le dijo que no lo detectaba porque él era un “hombre blanco”, el jefe de estudios se ofendió mucho y cerró el tema quitando la razón a los estudiantes. “Al final no pasó nada y, cuando pasan cosas así, piensas: ‘Pues, quizás, la próxima vez no me quejo’”.
Los y las jóvenes comentan que no han tenido referentes docentes no europeos y piden que hablar de racismo no sea solo poner un letrero simpático en clase y que no se reste importancia a ninguna de estas situaciones, especialmente cuando la persona está sufriendo. Recomiendan hablar, sea con la familia o con los amigos, y alertan del peligro de callar para querer complacer y formar parte del grupo. Y así lo expusieron en la mesa redonda posterior a la presentación de la cápsula audiovisual.
La inacción de los equipos docentes ante algunas situaciones de racismo y la carencia de profesorado racializado fueron algunos de los temas centrales. Consideran que, del mismo modo que se habla en las aulas del feminismo y el cambio climático, se tiene que incidir más en estas acciones cotidianas racistas. ¿Cómo? Con más formaciones y más continúas, con el objetivo de que la escuela sea un espacio seguro y digno de convivencia.
Vulneración de los Derechos Humanos
Sara Cuentas, técnica del Centro de Recursos en Derechos Humanos, se hizo eco de la ‘Guía pedagógica: Hablemos de racismo en las escuelas‘ que acompaña la cápsula. “Se tiene que poner en cuestión el racismo en las escuelas desde las prevenciones, con los actores de la sociedad civil, con la escuela y con todo el sistema educativo”, insistió, argumentando el potencial socializador que deben tener los centros educativos.
La guía pretende dar herramientas específicas para impulsar iniciativas antirracistas. No trata de una serie de recetas, sino que aborda la cuestión sensibilizando sobre el concepto de racismo desde la experiencia individual de personas racializadas y desde reflexiones analíticas teniendo presente que la escuela es un lugar comunitario y que el racismo es una acción violenta.
El documento remarca que la institución educativa tiene una parte de responsabilidad cuando, dentro de ella, tiene lugar un episodio de violencia racista porque, en palabras de Cuentas, “debe crear un ambiente de convivencia” y porque “la escuela tiene que ser un lugar de transformación pedagógica”. Así, “hace falta que el profesorado asuma que tiene una corresponsabilidad a la hora de resituar una situación de racismo y tomar una decisión, y no decir que son cosas de niños”.
“Cualquier práctica racista cuestiona y vulnera los Derechos Humanos”, asegura, convencida de que “cuesta cuestionar el racismo cuando no lo has experimentado y no tienes herramientas para gestionarlo cuando lo vive el alumno”. Por eso, subraya que “no hay que tener miedo de hablar de racismo” y que hay que evitar la estigmatización y la discriminación, reconociendo a todas las personas como iguales independientemente de sus raíces.
Más allá de un manual
Aldemar Matías, responsable de la parte audiovisual, habló sobre el proceso creativo y de edición, a través de un mensaje de vídeo grabado, destacando que “hay una tendencia a buscar algo inmediato, como un manual, pero la cuestión es mucho más compleja” porque el “racismo institucional en las escuelas” va más allá de seguir un protocolo y está lleno de situaciones cotidianas que una parte de la población tiende a normalizar o a restar importancia.
Por su parte, Anabel Rodríguez, responsable del Centro de Recursos en Derechos Humanos del Ayuntamiento de Barcelona, considera que hay “un cambio de ciclo” en el cual muchos colectivos trabajan para acabar con cualquier tipo de violencia institucional.