Nos vamos a fijar en un aspecto determinante en las tareas docentes: el mundo de la atención.
Hay un constante bombardeo de ideas, likes, clics, pantallas emergentes, sonidos que cautivan, spam, emoji, link, notificaciones, post… Estamos en una situación de riesgo grave e inminente de perder el control de nuestra atención.
La atención es, simplificando mucho, la capacidad de centrarla en un foco determinado. Los magos lo saben; su éxito depende de su capacidad de controlar en qué debemos centrarnos, desvían el foco a lo que les interesa y así regulan nuestra atención. Cuando disfrutamos de una función de magia pensamos que controlamos la situación, estamos convencidos de que hemos elegido libremente aquellas cartas que nos muestran, pero… hemos perdido el control del contexto, manejado por los prestidigitadores.
Las tecnologías digitales nos acompañan constantemente, están en nuestros bolsillos siempre dispuestas a ofrecernos novedades que faciliten nuestras decisiones, nuestras acciones, las explicaciones de la realidad. Su presencia es ilimitada: dispuestas a devorar, de forma impulsiva, nuestra atención. Lema de Google: “si no eres rápido estás jodido”. Tecnologías de ruptura. Disrupción. (Sadin, E.).
Estamos asumiendo que la “distracción tecnológica” (mail, alarmas de los móviles, …) se puede compatibilizar con el saber, asumiendo el mito de la multitarea. Se ha demostrado que todo esto trae consecuencias negativas en nuestras capacidades de conocimiento, de nuestra memoria y de nuestra creatividad (Hari, J.). Nuestro proceso de conocer requiere un orden, centrarnos en unas pocas ideas, apartar distracciones… y esto es complicado en este mundo que, constantemente, nos está dando empujoncitos en sentido contrario. El saber se organiza en disciplinas y para dominarlo hay que ser disciplinado (Hipias de Élide). La comprensión que produce la lectura de un libro es diferente a la producida por la visión de una pantalla. El medio es el mensaje. Hemos creado herramientas que luego nos recrean (McLuham, M.). El rabo mueve al perro.
Las formas de invasión de nuestra capacidad de atención son muy plurales en el mundo digital. Describimos algunas:
- Nuestra vida tiene sentido en la medida en que se muestra a los demás. Eres lo que clicas (Google), eres lo que compartes (Facebook, Instagram TikTok, Snapchat…).
- La compleja realidad se puede resumir en unos pocos caracteres (x): efecto burbuja filtro (Pariser. E.).
- Estás socialmente integrado en la medida que estás “enganchado” (Eyal, N.).
- La amistad y el divertimento se materializa, cuantitativamente, con un número de “me gusta” (Postman, N).
- Las aplicaciones están diseñadas para adiestrarnos a desear recompensas frecuentes e inmediatas (Skinner, B.).
- Las redes se olvidan de la ética en su competición por la publicidad y los datos personales. Poder ilimitado en nombre de la libertad. Su objetivo, afirman, es ayudarnos a una “buena” gestión de nuestra vida (Sadin, E.), siempre manteniendo el poder “nodal” (disperso, nebuloso) en las prescripciones.
- Las redes primero individualizan y luego buscan formar bandos enfrentados, polarizados (Klein, E.). La indignación atrapa y se pierde la atención en la validez de sus argumentos.
- Su modo de negocio, muy rentable, se resume en revender la atención que consiguen mediante un intercambio ventajoso y desigual: algo de entretenimiento gratuito a cambio de tiempo de atención. Ya no eres cliente, sino el producto que se vende. Comerciantes de atención (Wu, T.).
- Los algoritmos nacen de la parte oculta, de los ruidos… y son constantemente ajustados y esto puede provocar determinismo (tecno-determinismo) en nuestras conductas. El libro de estilo de las redes digitales es un diccionario de sinónimos. Cada clic que hacemos en nuestra página provoca ajustes en la individualización de su sistema (Larson, E. J.) y aumenta su eficacia.
- La información customizada que aparece en nuestras pantallas surge de la aplicación de filtros que no controlamos (Pariser, E.). Criptogramas, blockchains… nuevas herramientas de ocultamiento.
- Los algoritmos que construyen la publicidad han dado un paso adelante: planifican nuestras vidas (Palmer, C.). El asistente digital personal, (Siri, Alexa, Cortana, Bixby…) iluminarán y guiarán nuestro camino de día y de noche. Las redes sociales tienen que ver con la organización y con la gobernanza.
- Provocan un conocimiento fragmentado y superficial (Carr, N.). Un paso más en contra del saber.
- Se ha ampliado el “horario de máxima atención” buscando un equilibrio entre publicidad y negocio cuantificado en los sofisticados y plurales índices de audiencia. Ya todo el tiempo está colonizado, no hay tierra de barbecho. FOMO (Haidt, J.).
- Los datos falsos, fake new, son compatibles con su estructura y viajan más deprisa que los verdaderos (Williams, J.).
- Lo importante es lo externo, las posturas de nuestros selfies (Lovik, G.). Se valora/cuantifica nuestro outfit.
- Su objetivo es crear el metaverso (meta, más allá, del universo): que nuestra vida, trabajo, ocio, tiempo, riqueza, felicidad, relaciones, economía, valores…se desarrolle en mundos digitales, creados por empresas privadas que lo controlan (Zuckerberg, M.).
Para las redes sociales nuestra atención es un combustible, para el capitalismo de vigilancia un negocio. Las redes sociales funcionan boicoteando nuestra concentración. Es una carrera loca por la atención. El “scroll infinito”, diseñado por Aza, R., es la materialización de los objetivos de la industria de Silicon Valley: nuestro dedo, cómplice con la publicidad y el negocio, asegurando nuestra conexión permanente a la pantalla. Luego, con todos esos datos, crearán un “doble” de nuestro yo que se irá mostrando en los mensajes, cada vez más adaptados, que recibiremos, renderizados en tiempo real, sincrónicamente (Ball, M.).
Hay autores (Eyal, N.) que describen la forma exitosa para construir productos y servicios que atrapan. Un manual de recetas, en el que se describe con detalle cómo funciona el adiestramiento, los gatilladores, las recompensas… que llevan al control de la atención y provocan la acción prevista. Y hasta propone soluciones posteriores, descaradas y vergonzantes, para minimizar estos efectos. Los creadores de las startups invierten mucho dinero en hacernos marionetas y luego nos piden que apretemos el botón que liberaría nuestros miembros patitiesos de los hilos que nos mueven. El individualismo se refuerza: ¡si estás enganchado al móvil, es culpa tuya! Para legitimar esta situación, caótica y malvada, se basan en que no venden nuestros datos, sino nuestra forma de trabajar en el mundo digital. Estudios en EEUU, en Gran Bretaña… este contexto está provocando que haya más probabilidad de que hay más niños y niñas que desarrollen el TDAH.
Los algoritmos, burbujas-filtros, bloquean muchos contenidos de la realidad y seleccionan los más fáciles, aquellos que no molestan. Una de las más olvidadas es la dimensión política de la vida humana, el mundo de los valores. Los candidatos son elegidos en la medida en que se parecen a uno mismo, olvidando aquellos aspectos que se necesitan para construir la colectividad.
Cada vez que desconectamos nuestro móvil hay miles de ingenieros observando nuestra conducta y buscando la fórmula eficaz para que nos volvamos a loguear. Los días en que podemos estar desconectados están contados. El objetivo de las distintas redes es saber quiénes somos, pero nosotros no sabemos quién creen que somos y qué hacen con nuestros datos.
En el mundo de la educación hay una presión añadida (enfermedad de costes de Baumol). La sociedad quiere que se aumente la productividad. En nuestro caso, que enseñemos más contenidos a mayor número de alumnos y alumnas en menos tiempo. Cosa que es imposible. Las aportaciones de las tecnologías podrían arreglar este problema, dicen los administradores políticos ultraliberales. Su fracaso se atribuirá al profesorado, a su falta de compromiso, a su poca formación, a su mentalidad conservadora…
Inteligencia Artificial (IA).
Este concepto, con perspectiva de mito que desborda la realidad, se ha impuesto y concentra nuestra atención. No dudamos del éxito de múltiples plataformas, apps… que han sido exitosas y capaces de dar soluciones a distintos aspectos de la realidad (comercio, medicina, justicia, comunicación, procesos tecnológicos, juegos…). Pero de ahí a que la IA, basada en la minería de big data, vaya a resolver todos los problemas del mundo es una ilusión. Se produce una inferencia difícil de justificar (Sadin, E.). Extrapolar en un mundo incierto tiene sus riesgos.
En el ámbito de la atención que nos ocupa, se está produciendo no solo una distracción, sino una sustracción: en los coches autónomos, por ejemplo, son ellos los que se hacen cargo de todos los aspectos que han de ser tenidos en cuenta en la movilidad. Se nos promete un confort apaciguador, sin fallos, siempre que permitamos que capten hasta el más mínimo gesto que permitirá el afinamiento de sus respuestas y, por tanto, su manipulación.
Se habla de la posibilidad de crear una hiperrealidad (Braudillard, J.), estado en el que la realidad y las simulaciones están perfectamente integradas e indistinguibles y que va a competir con la explicación de los humanos. Le otorgamos un mayor grado de verdad y, consiguientemente, más poder, que a los propios humanos. Se olvida que la realidad no tiene, por decirlo gráficamente, un plano diferente a sí misma que debe ser creada para estar completa y comprendida; la realidad es tal cual. (Rosset, C). El avatar, palabra del sánscrito, significa una deidad que desciende del cielo, es un invento literario.
Han desviado, con ayuda del postmodernismo, la posverdad… nuestra atención a ámbitos nebulosos, lugares en los que se conversa con chatbots omniscientes y preocupados por nosotros. Nos prometen nuestra liberación, como el Golem de Praga lo hacía en el s. XVI.
Le asignamos un mayor conocimiento y, por tanto, un mayor grado de verdad que a los humanos. Tenemos que estar atentos al desarrollo de la IA; analizar con mucha crítica sus aportaciones. Se está imponiendo lo que algunos expertos llaman alineamiento entre los intereses de las personas y los intereses de los procesos creados por las empresas de IA y de la nueva economía.
¿Qué podemos hacer?
- Controlar el capitalismo de vigilancia (Zuboff, S.). Son medidas que necesitan la implicación de los poderes políticos y sociales. Necesitan una regulación, un acotamiento legislativo. El pensamiento de izquierdas tiene una gran tarea pendiente: desmontar la connivencia entre este capitalismo e internet.
- Recuperar la conciencia colectiva (Hari, J.). En el arco opuesto de una ética reducida solamente a la esfera personal, es tiempo de cultivar una ética de la responsabilidad que esté completamente preocupada por defender el derecho a la autodeterminación de todos y todas (Arendt, H.)
- La tecnología no es buena ni mala, pero tampoco es neutral (Kranzberg, M.). Se le ha concedido, de forma natural, un poder monopolístico. Un nuevo Leviatán. Lo que sucede, usar el buscador, por ejemplo, no es acceder a la información objetiva, ni socializar (relacionarnos con los otros); es simplemente plegarse a la imagen espejo creada por algoritmos incontrolados por los usuarios.
- Las tecnologías digitales evacúan la ambigüedad propia de toda situación, de las relaciones humanas y del lenguaje. Pero nuestra inteligencia, nuestro sentir común, sabe que hay una riqueza en la ambigüedad de lo real que nos permite construir conocimiento sin quedarnos con una opción excluyente del resto (Canetti, E.).
- El futuro está aquí pero no equitativamente y justamente repartido. (Gibson, W). Este ámbito de la justicia es esencial en la construcción de un mundo habitable.
- Todos deberíamos disponer de unas fuentes de información y tecnologías adecuadas para poder corregir la información indexada acerca de nosotros y que nuestros datos, al menos, estuvieran seguros. Una especie de defensor del usuario a modo del defensor del lector de los diarios. Saber qué información relativa a nosotros tienen no es suficiente. La publicidad debe revelar a los usuarios cómo selecciona los criterios de individualización y se debe permitir analizarlos, cambiarlos y rechazarlos. Deberíamos poder evitar que la información recopilada sobre cada persona, fuera utilizada por otros. Un paso más grande sería poner en marcha una agencia pública que supervisase el uso de la información persona. Necesitamos consensuar los objetivos que debemos conseguir en el mundo de la digitalización. Este tema no es un problema que debe ser resuelto, exclusivamente, por “expertos”. Es un problema global: nos afecta a todos y todas.
- Proteger la serendipia, el descubrimiento inesperado. Las ciencias avanzan con descubrimientos ocasionales. La persona es su proceso de conocer hace “descubrimientos” que le aportan felicidad (Morin, E.).
- La robótica, presta brazos y manos flexibles a los trabajadores, pero el mundo laboral no es solo la producción. No se puede comparar, desde una ética responsable, la producción de robots con los trabajadores. Esto sería claramente ultraliberal y antihumanista. Los trabajadores no son intercambiables (Virilio, P.).
- Reconstruir el mundo de la infancia con tiempos libres de pantallas.
No lo tenemos fácil los educadores. No podemos rechazar las tecnologías que digitalizan nuestras vidas y nuestra profesión, pero hay que dar una respuesta crítica. Está claro que el problema educativo de la sociedad actual no se arregla con máquinas que manipulen de acuerdo a intereses espurios. Nos han robado la atención, a nosotros y a nuestro alumnado. Recuperarla es todo un reto. ¡Y solos no podemos!