En esta entrevista, Alba Castellví nos da pautas para ayudarnos a sentirnos bien, como tomar nuestras propias decisiones, responsabilizarnos de las consecuencias y sobreponernos a las circunstancias no deseadas. Y hace una advertencia: cuidado con provocar la alegría permanente en los niños porque puede generar incapacidad para enfrentar las dificultades.
¿Confundimos disciplina con obediencia, cuando lo que se debería trabajar es la constancia?
La disciplina tiene una mala fama injusta. En el pasado, el aprendizaje de la disciplina se realizaba de manera disciplinaria y a veces agresiva, y por eso la relacionamos con la obediencia a alguien que nos gobierna. Yo soy partidaria de educar la propia capacidad de hacer las cosas con constancia y rigor, que es lo que entiendo por disciplina, y para hacerlo es necesario que los adultos que educan inculquen unos hábitos que faculten a los niños para poder hacer realidad sus propósitos, como organizar, persistir, relacionarse con cordialidad, y muchos otros. Para poder hacer realidad sus proyectos, los niños y jóvenes tendrán que poder ser disciplinados. Si no educamos esta facultad, les estamos causando un perjuicio.
Queremos que los niños sean, ante todo, felices, para que también lo sean cuando entren en la edad adulta. ¿Esto está ligado a que tengan seguridad en sí mismos?
Cuidado, porque a veces, procurando que un niño esté contento todo el tiempo posible, lo que estamos haciendo es un adulto infeliz. Para que sean felices en la edad adulta, los niños deben encontrarse descontentos de vez en cuando. Bertrand Russell decía: «Que falten algunas cosas que uno desea es una condición indispensable para la felicidad». Trabajo con familias que no comprenden que sus hijos se muestren frustrados ante la más mínima adversidad a pesar de que los padres se esfuercen para que lo tengan todo y estén contentos con todo lo que hacen. ¡Estos niños o adolescentes no pueden valorar lo positivo si su normalidad siempre es de color de rosa! Si un niño o un adolescente tiene un entorno que lo adula y procura contentarlo siempre, se vuelve incapaz de enfrentarse a las adversidades, simplemente por falta de práctica. Encontramos muchos chicos y chicas que se deprimen cuando los deja la primera pareja. En muchos casos, es la primera vez que viven una situación donde alguien que los ama se prioriza a sí mismo, y por lo tanto se sienten descentrados, literalmente. Y es que no han podido desarrollar recursos emocionales que les ayuden a enfrentarlo.
A veces, procurando que un niño esté contento todo el tiempo posible, lo que estamos haciendo es un adulto infeliz
¿Cuáles serían los principales hábitos que nos hacen felices?
Los que tienen que ver con decidir por nosotros mismos, determinando nuestros propios objetivos: generar un criterio autónomo, distinguir la manipulación… En segundo lugar, los que hacen posible que podamos hacer realidad lo que nos proponemos: concentrarnos, planificar el tiempo, tomar buenas decisiones de las cuales podamos asumir la responsabilidad, llevar una vida sana… En tercer lugar, los hábitos que nos permiten sobreponernos a las dificultades que van surgiendo: esforzarse, persistir, posponer la gratificación. También los hábitos que tienen que ver con la relación cordial y constructiva con las otras personas: ser respetuosos, llegar a acuerdos, vincularnos a proyectos colectivos. Y, finalmente, los hábitos que nos permiten disfrutar de nuestras habilidades y de nuestra propia interioridad: saber hacer cosas prácticas útiles para la vida, leer, saber cambiar de estado de ánimo y saber ser agradecidos.
Pones énfasis en educar sin gritar. ¿Esto significa que gritamos mucho a los niños? ¿Por qué?
Educar sin gritar es mi primer libro, del cual se han hecho muchas ediciones porque hay ejemplos prácticos sobre cómo lograr no perder la calma cuando, por ejemplo, los niños no nos hacen caso. Y es que ¡los padres no queremos gritar! Los gritamos porque acumulamos la frustración de repetir una cosa varias veces sin éxito, y esto nos lleva a la exasperación y finalmente a alzar la voz. Pero perdemos todos: los pequeños, porque (además de que a nadie le gusta que lo griten) reciben un mal ejemplo, y los grandes, porque nadie está de buen humor después de haber tenido que llegar al extremo de gritar. Educar sin gritar es posible si estamos dispuestos a poner a los niños y adolescentes ante las consecuencias de sus decisiones. Esto es difícil para muchos padres pero es muy importante para la educación de una libertad responsable, y por lo tanto es lo que yo intento enseñar a las familias en los libros y en las charlas de formación.
Hay una parte de la población que está creando una infancia consentida que no tolera la frustración. ¿Cómo se puede solucionar?
Sí, y es un problema importante porque la frustración aparece en la vida y es necesario haber aprendido a enfrentarla. Si los niños no tienen ocasión, gracias a la práctica, de hacer crecer sus recursos emocionales y sus habilidades de todo tipo (de comunicación, prácticas…) cuando las cosas no son como les gustaría, de adultos se sentirán impotentes y enfadados ante las realidades adversas. Hannah Arendt decía que sentirse capaz de transformar las circunstancias no deseadas es básico para poder ser feliz. ¿Cómo se puede aprender a transformarlas si nunca se dan circunstancias no deseadas? Conozco padres que no hacen ninguna actividad donde sus hijos no puedan disfrutar y se aburran. Entonces, ¿cómo podrán aprender a soportar este tipo de situaciones, o a buscar maneras de transformar la situación para que sea más agradable?
Se necesita aprender a confiar en las propias habilidades y en la fuerza de los proyectos comunitarios
¿Crees que, a veces, al centrarnos tanto en la educación emocional (muy necesaria) de los menores, hemos dejado de enseñar que la infelicidad y la incertidumbre forman parte de la vida?
Lo creo. La incertidumbre, precisamente, es una de las características del momento presente y del mundo que viene. Para hacerle frente, es necesario aprender a confiar en nuestras propias habilidades y en la fortaleza de los proyectos comunitarios. Es imprescindible confiar en uno mismo, poder ser un poco optimista respecto a nuestras propias posibilidades de salir adelante, para evitar que el miedo bloquee y paralice. La manera de poder confiar en nuestras propias posibilidades, es decir, de sentirnos seguros, es constatando que poseemos habilidades útiles. Y esto es imposible de constatar si los adultos constantemente allanan el camino, de manera que las habilidades ni siquiera se ponen en juego porque alguien más hace por ti las cosas que tú podrías hacer por ti mismo y resuelve los problemas por ti. Si los padres facilitan demasiado la educación, causan graves problemas futuros a sus hijos.
En el libro se habla de la necesidad de acompañar a los niños en la libertad, la capacidad de decidir, la autosuficiencia o la resiliencia. En la práctica, ¿cómo se hace?
Para resumir, invitándolos a tomar decisiones de las cuales deban asumir las consecuencias (unas consecuencias que previamente les habremos ayudado a contemplar); no haciendo por ellos cosas que puedan hacer ellos mismos (desde el bocadillo hasta ordenar la ropa pasando por toda colaboración doméstica) y enseñándoles a valorar más lo que tienen que lo que les falta. Los hábitos que los harán felices contienen una treintena de ideas prácticas para lograr todo esto.
Como maestra y como mediadora familiar, ¿cuáles son los patrones que más se repiten con los niños que tienen problemas de comportamiento?
En el caso de los niños, se repiten patrones en sus familias. Lo más frecuente es que los padres no quieran contradecir a sus hijos o que cuando los tienen que contradecir lo hacen con sentimiento de culpa. También tienen problemas los niños que viven repetidamente situaciones de falta de respeto entre los miembros de su familia. Y los que pasan demasiado tiempo frente a las pantallas.
En el caso de los adolescentes, tienen problemas los que caen en las adicciones, que muchas veces son la causa de la desmotivación para estudiar (en las pantallas, en las drogas). Y también los que tienen conflicto constante con sus padres, por falta de comprensión o porque se han instalado en una dinámica de choques continuos de la cual es difícil salir sin ayuda.